En El Sexo Mandamiento somos seguidores de lo arcano pero hoy nos llevamos la palma. La zoofilia tiene un visionado legal, de hecho, pueden encontrar vídeos de bellezones esculturales recibiendo en la cara la eyaculación de un caballo. Su práctica es algo bien distinto.
Según el país, la zoofilia es un acto penado o no. Por ejemplo, en Reino Unido, Ecuador o en algunos países africanos se considera delito grave; en Hungría es legal “siempre y cuando no se le haga daño al animal”, en Japón es abiertamente lícito y en España, aunque sí existen los derechos de los animales, se consideró legal hasta hace bien poco.
En pueblos de toda la geografía nacional siempre circulan mitos sobre aquel pastor solitario que se enganchaba a una oveja o a una cabra. Parece una mofa que aún en países del primer mundo no esté ilegalizado mantener relaciones con animales. Parece algo que se haría en el pleistoceno, en la fría y rural Castilla, cuando ese zagal no tenía mejor agujero que el de sus lanudas amigas.
Ahora, la sociedad lo ve como una filia de seres circenses, desjuiciados y perturbados que a ojos de una persona con dos dedos de frente, bien podría estar entre rejas. Pero no. Todavía hay un vacío legal que muchos aprovechan para dar rienda suelta a sus instintos más primarios.
El primero de los casos que se conocen no es de ningún pastorcillo con zurrón de lana, sino de una adolescente de 16 años. Un caso sorprendente, estrambótico, que terminó con un castigo tan severo como la muerte. Claudine de Culam era una joven sirvienta en la casa del prior Revecourt. En 1601 y en fechas anteriores, fue pillada haciéndolo con un perro.
Según distintos testigos, ella le masturbaba, se abría de piernas y dejaba que el perro olfateara sus partes pudendas e incluso, según apuntó un hostelero de la población (un pequeño pueblo de la Isla de Francia), llegó a tener sexo con el perro en el patio de la casa del prior. Ante las presiones, Claudine confesó haber mantenido relaciones con el can. Fue ahorcada en público y quemada junto a su compañero de andanzas. El mejor compañero del hombre se convirtió en el mejor compañero de una mujer, además de su cubridor y su verdugo.
“Los zoofilos aman a los animales, tienen sentimientos verdaderos por ellos. Y si el animal lo permite, ambos desarrollan una relación sexual”. Esto es lo que apunta Michael Kiok, dirigente del grupo ZETA (Compromiso para la tolerancia de la zoofilia). Según él, hay una clara diferencia entre el zoosadismo de la zoofilia. Los zoofílicos no hacen daño a los animales, mientras los zoosádicos sí.
La novia de Michael Kiok es una perra (Alsatian Cessy se llama), suena extraño pero así es. “Los zoófilos tienen una ética también. Una de las reglas elementales es jamás forzar a un animal y, sobre todo, no atacarlo. Siempre se debe dar al animal la posibilidad de negarse o de irse. Si tú te quieres pasar de listo con una perra, te saltará al rostro y se pondrá a ladrar. Una yegua puede darte una patada, cosa que no tiene nada de divertido”. Los animales tienen el derecho de decidir si quieren follar o no, según este alemán un tanto diferente.
La perra de Kiok, como una novia al uso, tiene sus necesidades sexuales y, abiertamente, le pide a su novio que le haga un dedo. “Sí. A mi perra casi no le gusta el sexo, pero le gusta que la haga dedos. Ella viene a mí cuando estoy acostado en mi sillón, se pone sobre mi costado y lleva mi mano hacia su vientre, con la pata”. A él lo que más le mola es hacerlo con perras, porque con caballos debe ser demasiado hardcore. Hace años un hombre murió porque un caballo se la metió tan adentro que le perforó el colon. Kiok recomienda pues, que “es mejor acariciar al caballo, acostarse a su lado y masturbarlo”.
Según este personaje de gustos cuanto menos exóticos, conoce de gente que tuvo relaciones con una serpiente y otro con una tigresa, de los que dice: “Ellos se conocían bien y estaban enamorados”. Con sus declaraciones queda comprobado que sí se puede sentir amor por un animal. Y es ahora cuando veamos a los perretes con otros ojos. Gracias, Michael Kiok, pero lo tuyo, comparado con lo que, viene es una nimiedad.
«Tuve un romance con un delfín durante un año porque me sedujo», así es como Malcolm Brenner cuenta sus experiencias con esos simpáticos animales que nos amenizaban el desayuno a nosotros, seres de los 90, en la serie H2O.
Si bien médicamente es una parafilia no especificada y jurídicamente es algo legal en la mayoría de Estados, el vulgo lo ve como un delito. Cientos de personas se agolpaban a la puerta de la casa de Michael Kiok y Alsatian Cessy porque no aprobaban su relación, mientras, un joven aprendiz de fotografía, bastantes años antes, se daba placer con un cetáceo siendo grabado y fotografiado por las cámaras sin saber que, a la postre, su relación con un delfín le generaría éxito, dinero e incluso el reciente rodaje de un documental, ‘Dolphin love’.
Malcolm Brenner cuenta en su documental como yendo de prácticas de fotografía a un zoológico, un delfín se cruzó en el tanque de agua y le enseñó los genitales. Este periodista consideró sensual al animal, del que dice también se frotó los dientes contra su brazo: “Los delfines hembra son muy rotundos en lo que respecta a su sexualidad”. A los 12 años, Brenner, en unos primeros latigazos de periodismo de investigación, decidió llevar su deseo sexual con animales a la práctica, follándose al caniche de la familia. El siguiente encuentro fue con Dolly, el delfín. Según lo relata, después de que ésta se acercase, insertó el pene en su vagina, sintiendo cada empellón “como si dejáramos de ser dos criaturas distintas y nos convirtiéramos en un solo ser”. La pareja, tras un año de relación, fue separada. Ella ‘se suicidó’.
Malcolm Brenner alias ‘el que se trincó a un delfín’, estuvo casado en dos ocasiones y crió a una hija. Rehizo su vida, aunque aún mantiene que su media naranja y amor verdadero fue Dolly. Como ven, la zoofilia no es solo cosa de pueblos y gente con pocas luces, hasta alguien sesudo como Brenner o Kiok se enamoraron de seres de otra especie. Los colectivos de zoofílicos quieren que su tendencia sexual sea reconocida y deje de estar tan vetada y puesta en tela de juicio. Porque a unos les van las mujeres, a otros los hombres, a Kiok las perras y a Brenner su amada delfín Dolly.