La semana pasada os traíamos la primera entrega de este pequeño serial sobre la etimología de las expresiones sexuales más utilizadas en la actualidad. El tabaco de esnifar dio pie a hablar de ‘echar un polvo’, hoy nos decantamos por los atavismos semánticos de un sinónimo muy vehemente: ‘follar’.
La palabra follar, en su sentido más estricto, no guarda relación con el acto sexual. Etimológicamente procede del latinismo follis, que significa fuelle. El fuelle era (y sigue siendo) un elemento de cuero, con forma de acordeón en semiluna, cuyo uso, ya anciano, era reavivar el fuego mediante ventosidades. Y sí, querido lector, de ahí, del viento que produce la presión dentro del fuelle, proviene la expresión: ‘soltar una ventosidad’.
Su derivación más sexual data de principios de siglo XX, cuando se asoció el sonido que desprendían esas ‘ventosidades’ con jadeos o gemidos (follicare) que, aunados con el movimiento de bombeo del fuelle, acabaron por convertir a un útil tan somero como el fuelle en el icono semántico por excelencia de un acto tan complejo y placentero como es ‘echar una canita al aire’ (su explicación, en próximos fascículos).
Otras acepciones abogan por establecer similitudes entre follar y folgar, que significa ser tranquilo o estar ocioso, así como holgado, que a día de hoy está perdiendo su utilidad primera como adjetivo referente a la falta de actividad. Algunos autores indican que su genealogía puede radicar en la palabra en latín phallus (falo) y por los cambios del lenguaje, sobre todo en su variante oral, terminó por adaptarse ‘follar’ como a lo que hoy en día nos referimos al sexo, de manera tosca.