Entre contratos e informes me encontraba yo cuando me presentaron a mi nueva compañera. La verdad es que inicialmente no le presté mucha atención porque estaba demasiado atareada. Apenas un par de besos y una bienvenida forzada más bien que sincera. Mi jefa me dijo que a partir de ahora, esa compañera sería la nueva assistant de los consultores. Gestionaría sus agendas y les enviaría los presupuestos a los posibles clientes.
Ni siquiera reparé en su cara, ni en sus facciones. Los cierres de mes son caóticos, y este coincidía con el del segundo trimestre. Le dije, continuando con la amabilidad que he aprendido a fingir a veces en este ambiente de negocios, que si necesitaba algo, que no dudase en pasar por mi despacho. El día pasó demasiado rápido, y yo perdí energías demasiado pronto. Las cosas no salían, y decidí hacer un descanso y tomar un café en la sala de descanso.
Llegué por inercia. Caminando sin apartar la mirada de la pantalla de mi móvil. Al llegar a la sala, vi una mujer de espaldas. Tenía una melena morena que caía por encima de los hombros. Era delgada, y más o menos rondaba el metro setenta. Como yo. Sus curvas estaban tapadas con un vestido de tonos verdes que se pegaba perfectamente a la piel. Y sus piernas, esbeltas y definidas, reposaban sobre unos tacones.
No reconocía esa figura, y eso es raro, porque no somos muchas mujeres en mi oficina. Así que, me decidí a descubrir el rostro que se escondía tras esa silueta. Espeté un «hola» que provocó que esa mujer se diese la vuelta para saludarme. Prácticamente no pude ni responder. Los ojos de esa mujer se clavaron con los míos y apenas pude esbozar una sonrisa de boba.
-«Te acuerdas de mí? Soy Susanne, la nueva assitant».
Tenía una voz que invitaba a besarla casi sin dudarlo. Unos ojos marrones que penetraban en el alma y una sonrisa que te embrujaba. Ágilmente le contesté que sí que recordaba que me la habían presentado hacía unas horas.
– «Menos mal… pensé que no iba a causar ningún efecto en la mujer más sensual de la oficina«, me dijo.
Me contó que llevaba todo el día mirándome trabajar, y que había hecho un interrogatorio a mi jefe con tal de saber si yo, tenía novio, marido o similar.
– «Estoy completamente soltera» Abierta a lo que la vida me muestre…
En ese momento, creo que pude percibir cómo sus pupilas se dilataban. Sonrío pícara y me pidió que continuásemos la conversación en su despacho. La acompañé como un perrillo faldero. Las persianas estaban echadas aún. Entré, cerré la puerta, y antes de que pudiera reaccionar, su boca ya estaba conociendo el tacto de la mía.
Nos besamos como animales. Como si nos deseásemos desde hace décadas. El café acabó en el suelo en el mismo instante en que ella inmovilizó mis muñecas sobre mi cabeza. Ella sabía perfectamente lo que hacía, y aunque yo no estaba acostumbrada a ser la parte pasiva, estaba consiguiendo con cada beso que me entregase a ella sin remedio.
Su lengua me volvía loca. Ese tacto suave mezclado con el sabor del café me excitaba a cada movimiento. Mis gemidos eran ahogados entre besos sonoros y lametazos. No podía controlar mi respiración. Su mano bajó a mi pecho como una serpiente se desliza sobre su presa, y los botones de mi camisa sucumbieron uno a uno ante esos dedos ágiles.
Con la misma destreza desabrochó mi sujetador, dejando a su merced un pecho con los pezones endurecidos de placer. Su boca se separó de la mía y se ocupó de ellos. Primero devoró uno, y luego el otro. Su lengua era un tsunami que inundaba mi cuerpo de placer. Mi humedad era más que patente.
No podía parar de gemir. Así que decidió liberar mis muñecas y tapar mi boca. No debían descubrir lo que Sussane estaba organizando en su despacho. Su otra mano se coló por debajo de mi falda. Mis piernas estaban abiertas, y la humedad recorría ya el interior de mis muslos. Mientras acariciaba mi monte de Venus por encima de mi empapado tanga, me susurró al oído: «Parece que estás teniendo un día duro. Igual un orgasmo lo cambia» y al finalizar, mordió mi lóbulo.
Eso me excitó tanto que no pude contenerme. Agarré sus prietas nalgas y la empuje contra mí. Sus dedos se colaron en mi interior en esa maniobra. Índice y corazón me llevaron al orgasmo en apenas tres embestidas. Mis piernas temblaban de placer, y su dedo pulgar destrozaba mi clítoris encadenándome mi segundo orgasmo.
El ruido de mi placer en sus dedos sólo servía para excitarnos más y más. No paraba de darme placer con sus dedos. Su boca mordía mi cuello. Yo era su presa y no me iba a liberar. A duras penas, tomé el control y la cogí en volandas. Le dije mirándola a los ojos que íbamos a estrenar su mesa. La tumbé sobre ella. Le levanté el vestido, y retirando a un lado su tanga, me avalancé sobre ese hinchado y empapado clítoris.
Mis labios lo apresaron. Mi lengua lo acariciaba entre círculos y lametazos animales, que provocaban que su respiración se acelerase más y más. Mis dientes mordieron suavemente su clítoris justo en el instante en que mis dos dedos penetraron en ella. Su punto G me reclamaba y mi lengua y la presión de mis falanges hizo que estallase en el mayor orgasmo que creo haberle dado a una mujer.
Agarró mi cabeza contra ella mientras no paraba de correrse y ahogar sus gritos mordiendo su mano. Sus espasmos me hacían que lamiese y penetrase más fuerte. Conseguí su segundo orgasmo, ese que inundó mi boca con su esencia. Sus piernas me atraparon. Ella susurraba mi nombre mientras el orgasmo daba su último coletazo.
De repente alguien llama a la puerta.
– «Susanne, ¿se encuentra bien? Me ha parecido escucharla gritar«. Su jefe nos hizo cortar el placer cuando apenas acababa de empezar.
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