Gachís, gachós y una crítica a la literatura erótica actual

El arte de la escritura es tan complejo como cualquier ciencia bien asentada, pero no todo científico hace bien sus ensayos. En el último año, algo básico, propio de un novato de carrera, ha llegado a las manos de millones de mujeres poco leídas, muy cerradas y peores críticas. Sí, ’50 sombras de Grey’ continúa pululando por librerías, por los corrillos de cincuentonas que usan Vaginesil y por una raza nueva digna de artículo en la Frikipedia que consume papilla de letras, papilla muy sazonada, que no deja lugar ni a la imaginación ni al romanticismo, solo es un popurrí de esqueletos de pollo, verduras trituradas y raspas de pescado para un público, permítanme, muy simple.

Decía el gran Stephen King (el maestro de las novelas de terror, para los lectores de E.L. James) sobre ’50 sombras de Grey’ lo siguiente: «A veces es verdad que lo que vende mucho es muy malo, por ejemplo ’50 sombras de Grey’ es basura, porno para mamás». Por fin alguien que no es éste pobre diablo al que ahora lees, sino alguien tan contrastado como el escritor de Maine opina sobre una bazofia sin límites como es el escrito de esta señora de gran parecido con Kathy Bates y seguramente con la mayoría de su nicho de mercado.

Extracto de la película homónima. No me voy a esforzar en currarme el pie de foto. (Fuente: Alucine.es).
Extracto de la película homónima. No me voy a esforzar en currarme el pie de foto. (Fuente: Alucine.es).

Hubo otro tiempo en que la literatura erótica era algo velado, sumamente especial y bonito, sobre todo si el papel traspasaba a la gran pantalla, dotando a la película de unos matices calculados, en blanco y negro, que el espectador (el buen espectador) percibe como algo natural, hollywoodiano, inalcanzable, como algo que jamás se podría conseguir en color. En este caso nos centramos en las letras, en la pluma que un día grandes científicos cogieron, en las fórmulas alquímicas que plasmaron en un papel que se convertía en oro, oro que pocos jueces supieron valorar. Es el caso de Henry Miller, Bukowski, Céline, Kerouac e incluso el poeta americano por excelencia, el creador de versos de belleza inigualable, ni siquiera en el celuloide por Sorrentino, Walt Whitman.

La generación beat y posteriormente la beatnik, surgida como reacción al americanismo irracional de los primeros alientos de la guerra fría, impulsaron una literatura única e íntima pese a que los personajes principales fueron antihéroes que guían sus vidas siguiendo el camino de las baldosas amarillas, pero sin seguirlo del todo, sino generando una cacotopía que, poco a poco, se convierte en una utopía de gran belleza, donde el romanticismo y el realismo se fusionan a la perfección, como la nata y el sirope de frambuesa.

Montmartre (París), lugar elegido por artistas de toda Europa para 'malvivir'. (Fuente: Mural.uv.es).
Montmartre (París), lugar elegido por artistas de toda Europa para ‘malvivir’. (Fuente: Mural.uv.es).

Miller es el más explícito, en una continua lucha literaria con Bukowski por la representación total y fidedigna del amor frustrado, del hombre defenestrado por una vida fatal, el autoexilio y el odio tranquilo hacia un mundo limitado y limitante. Si Bukowski se masturbaba colmando la moqueta de la habitación de sus padres, Miller buscaba el placer de una puta parisina recomendada por su jefe hindú. Por su cuenta pasea Céline por la Detroit afroamericana, entablando amistad con otra puta, desde un punto de vista más reflexivo que los otros, pero sin llegar al lirismo de Whitman cuando entre metáfora y metáfora el lector medio desdeña relaciones homosexuales inéditas en la época.

Bukowski y Miller no son iguales, pero su literatura tiene el mismo objetivo: remover conciencias, y también gónadas. Bukowski mediante un vocabulario llano y divertido muestra la cara oculta de Estados Unidos, la nación en bragas, pintando las letras que un día Hopper dibujaba para dar a conocer su América: la precisa imagen que un científico de otra rama tenía de ‘El País del Tío Sam’.

Sin quererlo, Bukowski fue un romántico. (Fuente: Moonmagazine).
Sin quererlo, Bukowski fue un romántico. (Fuente: Moonmagazine).

Miller, por el contrario, subyuga la descripción al sexo desenfrenado y al ‘carpe diem’, al coito diario con gachís o ‘jais’, en una Francia que no se distancia tanto del Estados Unidos bukowskiano, más que en la cultura bohemia, los ramalazos orientales que vivía Europa en los años 50 y 60 y en los líos de un hombre fracasado que vaga por las calles en busca de un cigarrillo sin consumir y alguna fulana barata.

Mis más conservadores lectores, aquellos que seguramente disfrutarían leyendo ’50 sombras de Grey’, me llamarán loco por catalogar las obras beatnik de textos de absoluta belleza. El mundo onírico de Kerouac y la homosexualidad, las relaciones por conveniencia, las princesas rusas, las grandes fiestas y los tugurios infestos de chinches son el tronco de la alternativa, de lo que aún está en nuestra mano y algunos buenos locos siguen leyendo en detrimento de «porno para mamás» y demás salsas de escupidera que al pueblo, cada vez más realista y menos romántico, le parecen el culmen de las obras bien escritas.

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