Una semana más continuamos con el serial de etimología de expresiones sexuales. Frecuentemente, los tíos sacamos pecho cuando estamos entre amigos, bebiendo cervezas y hablando de mujeres. En una buena conversación tabernaria nunca falta un: ‘Yo la ponía mirando a Cuenca’. Pero, ¿por qué Cuenca y no cualquier otra ciudad? El debate está abierto, pero hay dos hipótesis eminentemente famosas.
La hipótesis cartográfica
La primera relaciona la ciudad manchega con el mundo musulmán. Cuenca tiene pasado árabe, por ser una de las zonas fronterizas entre la facción cristiana y la sarracena durante la Reconquista. En esta ‘tierra de nadie’, después poblada por fijosdalgo y campesinos que actuaban en vasallaje directo al Rey, hubo una clara influencia de ambas culturas, pero este tinte polireligioso no tiene demasiado que ver con la expresión.
La postura del perrito se asemeja con la posición que los musulmanes adoptan al realizar sus rezos, mirando en posición a La Meca (Arabia Saudita). Es por lo que algunos creen que hace años, se utilizaría la expresión ‘poner mirando a La Meca’ y por una cuestión nacional, de españolización, Cuenca sustituyó a La Meca por su carácter multicultural y porque, en un sentido más estricto, si se traza una diagonal desde Madrid hasta La Meca, es exactamente Cuenca el primer punto importante que une la capital de España con el lugar de nacimiento del profeta Mahoma.
La hipótesis histórica
La segunda hipótesis, y más plausible, siendo realistas, es la que aporta la Historia. A finales del Siglo XV, con una Castilla floreciente tras la crisis más grande y duradera jamás vivida, Juana La Loca y Felipe el Hermoso dominaban la era de los primeros esbozos del Renacimiento en la parte occidental de la Península. Felipe el Hermoso, pese a no ser un Borbón, ya le iban los líos de faldas. Entre los hombres de confianza de la Corte se encontraba un puñado de conquenses que sabían de sus correrías. En diversos pueblos de la provincia tenía concubinas dispuestas a hacer sus maravillas sexuales.
Felipe, que no era ni mucho menos tonto (aún faltaban 200 años para que naciese Carlos II), hizo construir un observatorio astronómico para tener a ojo de halcón las ciudades más importantes del Reino. Con el pretexto del observatorio, el Rey de Castilla tenía un magnífico picadero para poner una buena osamenta a su mujer, cerrando con una frase lapidaria que pasaría a la posteridad: «Subo una dama al observatorio, que la voy a poner mirando a Cuenca».
Los guardias, que tenían buen conocimiento de las perversiones de su señor, popularizaron la expresión por los bajos fondos de Castilla. Aunque no ha sido el pionero en poner cuernos, sí ha marcado un antes y un después en el abanico de expresiones tabernarias de la comunidad del trigo y el frío, ya que Cataluña tiene su propia expresión: «Te voy a poner mirando a Ribes de Freser».