Autor: Jaru Poefán / @JaruPoefan
Fabián y Adriana, dos adolescentes sentados en un banco a plena luz del día. Frente a frente, casi de forma literal. Se dicen de todo con los ojos, incluso cosas que todavía no han aprendido. Comienzan a besarse, dándole la espalda al mundo y a la vergüenza. Ya la habían perdido; no así la virginidad, aunque ambos sabían que ese momento estaba a las puertas. Lo decían sus miradas, lo vaticinaba su piel, lo temía el niño que llevaban dentro. Y cuando menos se lo esperaban, eran sus hormonas las que hablaban por sí solas.
Se incorporaron casi al unísono. Él tendió su mano derecha con inseguridad y ella, aun sin saber nadar en aquel mar de dudas, la asió sin pensarlo dos veces para que reinase la tranquilidad. Quizá la tranquilidad más tensa de sus vidas. Alentados por un instinto que se había apoderado de todas y cada una de sus células, apresuraron el paso, ajenos a la lógica, al sentido, a la vida, a la muerte… Se sentían invencibles. Parecía que alguien había esparcido sal por el mundo para que ellos se lo comieran.
Aquel día Adriana no supo bien qué ponerse, aunque no tardó en darse cuenta de que esta vez era su desnudez la que estaba en juego. Se veía bien bajo su conjunto de encaje rojo; el más sexy que tenía a su inexperto juicio. Casi se ruboriza ante sí misma, pero pronto reparó en la asimetría de sus pechos –algo que le incomodaba, aunque sabía que era normal-, que iban a ser juzgados por unas manos masculinas por primera vez. Él no se fijaría en un detalle así. Principalmente, porque no iba a saber ni para dónde mirar en aquel desfile de feromonas.
Fabián era envidiado en su grupo de amigos: se desenvolvía bien con las chicas. Tenía desparpajo, picardía y de vez en cuando sacaba a pasear esa dulzura escondida que acabó camelando a Adriana. Pero ahora le costaba confiar en él, en su virilidad. Quería complacerla, pero desconocía si ella se iba a sentir cómoda encajando ese puzzle de dos piezas. ¿Y si al puzzle se le incorporaba una nueva pieza? Los datos estaban ahí: el preservativo no es infalible al cien por cien, pero no tiene por qué pasarme a mí…
La luz que arrojaba el sol a la habitación de Fabián fue fulminada por la persiana en cuestión de segundos; sus padres tardarían varias horas en volver. Tras cubrir la sábana bajera con una vieja toalla se comenzaron a desnudar, más por nerviosismo que por protocolo. Fabián no se decidía por dónde empezar a tocar, pero a la vez sentía que le faltaban varias manos para poder dar rienda suelta a su placer. Era como estar en la cabina de mandos de un avión: quería volar y hacer volar, pero sin haber recibido ninguna lección sobre pilotaje. Cualquier maniobra parecía que iba a desembocar en un aterrizaje forzoso.
Adriana se dejaba hacer, aunque se movía con bastante soltura. Sudaba, pero no era un sudor cualquiera. Esas gotas doraban su piel y resbalaban con el objetivo de hacer más intenso el contacto. Se agarraron fuertemente el uno al otro; venían curvas y la pista estaba resbaladiza. Deberían estar notando la adrenalina fluir por sus cuerpos, pero ella lo que notó fue dolor. Al poco tuvieron que parar.
Ya sabían que eso podía ocurrir, que aquella primera experiencia no tenía por qué ser maravillosa. Tampoco te deja buen sabor de boca el primer trago de cerveza y qué bien sienta una caña cuando te acostumbras… Eso sí, ya lo habían hecho. Y no hay emoticono que pueda reflejar el haber perdido la virginidad. Es una sonrisa tonta, como la del que ha sacado un diez sin estudiar.