Ni solamente se dedican a rezar, ni la elaboración de repostería es el único pasatiempo de las monjas. «Triste, como una monja en un burdel», decía La Fuga en Buscando en la basura. No es una letra disparatada la que canta el grupo de Reinosa. En un mundo cada vez más turbio, en el que la vida humana vale el precio que le pongan los poderosos, un grupo de monjas ha decidido poner los puntos sobre las íes y pasar a la acción más allá de sus congregaciones.
El colectivo se llama Talitha Kum y tiene por propósito ayudar a todas aquellas mujeres que sufren explotación sexual de alguna índole a lo largo del planeta. La forma que tienen de actuar no consiste precisamente en ir a los distintos burdeles o casas de citas Biblia en ristre y sermoneando a los explotadores sexuales, sino que han decidido dejar a un lado los hábitos e infiltrarse en este mundo tan sórdido para intentar rescatar a todas aquellas personas que ejercen como meretrices de forma obligada.
Las religiosas forman parte de un colectivo llevado a cabo por John Studzinski, presidente de Talitha Kum, una asociación que agrupa a unas 1.100 monjas. Su cometido tiene lugar a lo largo de todo el mundo, y se adentran en la prostitución e intentan salvar a todas aquellas personas que se ven forzadas a ejercer este oficio. La agencia Reuters, que se ha hecho eco de esta iniciativa, asistió a un acto celebrado en Londres en el que este banquero y filántropo, que fundó este grupo en 2014, alertó de que la esclavitud sexual no es algo de otro siglo.
Los cálculos de esta entidad afirman que hay unas 73 millones de personas en régimen de explotación para desempeños sexuales, con una presencia femenina del 70% y un alarmante 50% menor de 16 años. Esta prostitución infantil es una de las principales razones por las que estas monjas, presentes en 80 países y con la ambición de llegar a 140, se han adentrado en esta causa tan solidaria.
Talitha Kum, por su parte, también recolecta fondos para, en pleno siglo XXI, comprar a aquellos niños que han sido vendidos como esclavos en las zonas más pobres de los cinco continentes. Las monjas que se unen para intentar erradicar este tráfico humano lo hacen con total sigilo, de tal manera que incluso se tienen que vestir como prostitutas para no llamar la atención en las rutinas del mercado sexual y poder asistir a todas aquellas mujeres que quieren abandonar esa situación pero se ven incapaces.
Gracias a la intervención de estas hermanas se pretende, además de intentar liberar al máximo número posible de prostitutas, alertar a la sociedad de que el negocio con personas no pertenece a siglos pasados. En los clubes de alterne, mientras tanto, puede haber inquilinas inesperadas que, con la discreción por bandera, tratan de hacer del mundo un lugar un poco más justo.
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