Autora: @imposibleolvido.

A veces ocurre, no es lo habitual, pero sucede. Puedo dar fe de ello.

Era bastante tarde, a punto de acabar el servicio de cenas en el restaurante. Viernes noche, muy cerca de la Navidad, y a tope de gente. Llevamos relativamente poco tiempo abiertos en esta nueva ubicación, pero estas fechas, nos hacen doblar mesa como a cualquier otro local de la zona. Entra Arturo, el maitre, sonriente, como el que guarda un secreto y me da un papel doblado en la mano, cierra mis dedos dejándolo dentro y me guiña un ojo cómplice.

Lo miro extrañada, este chico suele estar siempre de bromas, así que sonrío, lo guardo en mi mandil, y sigo cantando comandas, aún quedan los segundos de las dos últimas mesas, ya dí orden de cerrar cocina. Estamos empezando a recoger cuando vuelve a entrar Arturo y me pregunta:

-¿Qué? ¿Le digo algo?

Vaya, había olvidado el papel en el bolsillo de mi delantal. Lo saco, esperando cualquier tontería de las suyas, y leo: “La cena genial, no esperaba menos, aunque me decepciona que no hayan salmonetes en la carta, ¿puedo invitarte a una copa en el bar cuando acabes?”

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No podía ser. ¿Estaba aquí, había venido a cenar, y sin avisarme antes? Salmonetes, sonrío al recordar aquella conversación a cientos de kilómetros de distancia sobre nuestros platos favoritos, casi al principio de empezar a charlar. Era un chico de Oviedo, bastante simpático y con el que hablaba bastante a menudo por chat. Presumía de ser un entendido en música e intercambiabamos canciones desde hacía un par de semanas, risas y alguna que otra confidencia. Nada más. Y nada menos, también había que decirlo.

-Sí, Arturo, dile que enseguida acabo, salgo en un momento, voy a cambiarme.

Dejé a mis compañeros terminando lo poco que quedaba y me fui a vestuario a quitarme el uniforme de cocina, estaba extrañamente feliz, me hacía más ilusión de lo que quería admitirme a mí misma aquella visita inesperada. Salgo al bar y lo veo, con su gorra tan característica y su eterna sonrisa pintada en la cara. No voy a aburriros con detalles de aquella conversación, sólo os diré que fue fluida e interesante, que parecía que nos conocíamos de toda la vida, que las risas eran sinceras y compartidas.

Vi normal su mano en mi pierna mientras charlábamos, como supongo que vio normal que mirara su boca más de lo estrictamente reglamentario. Me gustaba. Creo que se lo dejé bastante claro desde el minuto uno. Y entre copas, risas, mis compañeros iban saliendo del local, uno tras otro, mi jefe me llama en un aparte y me dice que cierre yo, cosa que hacía más de una vez cuando me quedaba preparando pedidos o otros menesteres.

Así que volví al bar, sonriente y enseñándole la llave en mi mano.

  • Estamos solos. ¿Quieres ver mi cocina?
  • Por supuesto, enana. Enséñame dónde te mueves.
Aquella noche no se cerró el bar. | Fuente: Flickr.com.

Lo cogí de la mano y atravesamos las dos salas hasta llegar allí, no me dio tiempo a encender la luz cuando ya me había dado la vuelta de cara a él y me había besado. ¡Joder, y de qué manera! Me perdí en su boca, me alzó sobre la encimera del pase de platos, saboreándonos, dejando que nuestras lenguas se conocieran y se acoplaran en aquella primera toma de contacto, al separarse de mis labios, mordió suavemente el mío inferior, y yo vi aquella mirada de vicio, esa que destapa el deseo en estado puro en las pupilas, y me humedecí.

Lo aparté, un poco cortada, por el ímpetu que le puse a aquel beso, pero no quería acabar follando allí, así que aclare la voz, y empecé a enseñarle, nerviosa, la zona del ofice, el cuarto frío, las diferentes partidas, el almacén, las cámaras frigoríficas… Yo parloteaba de forma sistemática para no fijarme en su mirada de lobo hambriento, e intentando no pensar en la forma en la que nos habíamos besado, él, apoyado en una pared, cruzado de brazos, y sonriéndome con cara de “en algún momento callarás y yo seguiré aquí”.

Así que me callé, avancé hacia su boca, agarrándolo por la nuca. A veces, la forma más certera de quitar se un miedo es avanzar a todo trapo hacia el peligro, y así lo hice. Me desquité aquellas ganas de besarlo, respiré su olor, La Nuit de l`Homme de Yves Saint Laurent, invadiendo mis fosas nasales, agarrándose a mi vientre.

Sus manos recorrían mi espalda hasta agarrar mi culo, pegándome a su erección, sonriendo pegado a mi boca, entrecerrando los ojos mientras me apretaba el culo con sus manos. Desabroché su pantalón, mientras sus manos subían mi vestido, en un segundo me vi contra la pared, agarrada a su cintura con mis piernas, elevada en el aire, mientras nuestras caderas se acoplaban al ritmo de nuestra urgencia.

Sus brazos en tensión contra la pared y sujetándome en vilo, y su boca perdida entre mi cuello y mis tetas, me dejé ir, no pude evitar el orgasmo, la fiereza en su cara, su forma de mirarme a los ojos, y sus embestidas obraron la magia. No hay día que no pase hacia el almacén y no recuerde aquel encuentro entre nosotros.

Su sonrisa de canalla, su olor, su hambre… pasamos dos días juntos y puedo aseguraros que a veces ocurre, no es lo habitual, pero sucede. Puedo dar fe de ello:

A veces encuentras a tu alter ego, donde menos lo imaginas.

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