No sé muy bien si mañana viernes se podrá leer mi columna, ni tan siquiera sé muy bien si tengo conexión a internet. Lo de ser novio de un narcotraficante ruso es lo que tiene. Te pasas la vida en tensión. Como un eterno fugitivo. De la policía y de ti mismo.
Y sin saber cómo ni por qué, te encuentras otra vez en San Petersburgo, en su casa, sentadito a un escritorio de cerezo Luis XIV, escribiendo en tu notebook, después de haber pasado los controles de un aeropuerto ruso y de que la policía rusa te revise de arriba abajo el ordenador. Por una vez en mi vida no tenía archivos porno. Cosa rara en mí. Y es que me estoy quitando. Me estoy quitando.
Como dice la modelo con quién vivo “Maricón prevenido vale por dos”.
Y es que tu novio sea un delincuente es lo que tiene. Te pasas la vida en un sin vivir. Vamos, que te han hecho un desgraciao y tú no te has dado ni cuenta. Pero, eso sí, te han hecho un desgraciao muy bien follao. Y feliz.
- Dime, Nicky.
- Mira que estoy rematando unas cosas y que llegaré una hora o un par de horas tarde.
- Pues vale, pero hazme el favor de limpiarte la sangre antes de venir a casa. Haz un poder. Anda, hijo, que luego me pones el salón echaíto a perder.
Él y sus mierdas. Y así una tras otra. Cuando no te viene a casa hecho un espantús perdidito de sangre, que vaya usted a saber de quién es, te viene a casa con un par de kilos de farlopa, que yo ya no tengo armarios para guardar tanta farla. Que se lo tengo dicho, que hace falta cambiar la cocina, que menos diseño y menos isla en la cocina y más armarios. Él ni puto caso. Él a lo suyo, que si los chechenos, que si los albanokosovares, que si su puta madre. En fin. En qué hora me enamoraría yo.
Mientras volaba de camino a casa, porque esa es otra, yo ya vivo a caballo entre Lavapiés y el piso de Nicky con vistas al Neva, pensaba en lo que era mi vida sin él. En lo que han sido mis vidas.
Mientras me saludaba el portero de su edificio, que nunca sé que cojones me dice el energúmeno de su portero, pero seguro que nada bonito, que ya me imagino yo que lo de que les haya salido el jefe de la mafia maricón no debe de ser plato de gusto. Pero ese es su problema, que bastante tengo yo con lo de mis pasaportes falsos y lo de tener que llevar guardaespaldas. Que yo nunca he sido de dar escándalos. Aunque, a veces, parezca todo lo contrario.
Mientras me saludaba el portero pensaba en todas esas vidas mías que dejé, en algún momento, inacabadas. Cojas. Inconclusas. Rotas, como dientes de perro sin amo.
En mi vida en Estados Unidos, en Londres, en La Habana, en Barcelona. En mi vida en Madrid. En lo que pudo haber sido y no fue. En mi vida sin él.
- Josebita
- Dime
- ¿Tú sabes dónde hostias he metido los cinco kilos de heroína afgana?
- Pues mira, Nicky, ahora mismo no caigo, me tienes la casa llena de tus mierdas y entre tu madre, el guardaespaldas que me has puesto y la policía, que no hace más que dar por culo, yo ya no tengo ni puñetera idea de dónde cojones has metido la heroína afgana. Pa mi que salió para Ámsterdam vía Estambul, pero no me hagas mucho caso, mi vida.
- Josebita…
- ¿Qué?
- Que te adoro.
- Vale, pero para la próxima vez, ponte un control, maricón, que me vas a volver loco.
Y así todos los días. Y sin comerlo ni beberlo te das cuenta de que, así, sin más, ya no eres capaz de imaginar cómo era la vida sin él. Te das cuenta de que antes de él no ha habido antes. Ni hay después.
- Josebita…
- Que sepas que ya nunca más vas a estar solo.
- Nicky, no te pongas intenso que pareces una bollera.
Acto seguido, me voy a la cocina, y me atizo media botella de vodka a lo Catalina II, que para que a mí me dejen sin saber que contestar ya hay que ser muy ruso y muy narcotraficante.
Por cierto, me llamo Joseba.
Autor: @josebakanal.