Es el momento en el que llego a casa. Después de un durísimo día de trabajo en el que a pesar de llevar hablando contigo horas, no me quito esta extraña sensación de echarte de menos. Vengo pensando, mientras recibo tus mensajes, en cómo sería una llegada a casa contigo, y reconozco que mi ropa interior no puede hacer nada ante lo que provocas en mi más íntima parte.
Despierto deseándote y me duermo febril por ello. Casi noto ya el tacto de tus labios de tanto pensar en ellos. Cierro los ojos y casi siento un beso rozándome en mi boca. Notando la calidez de tu aliento y tu respiración agitada.
No sé qué haces de mi pero mi cuerpo está conectado a tu placer. Sólo pienso en maneras de dibujar esos hombros redondeados, en cómo degustar ese largo cuello de cisne en el que podría perderme horas y horas. Mi deseo me insta a besarlo. A sacar tímidamente la punta de mi lengua a pasear, dejando un rastro húmedo tras los círculos que describo mientras lo recorro.
El otro lado de tu cuello es acariciado por mi mano. Una mano fría (porque acabo de llegar a casa) y que contrasta con el fuego que desprende tu cuerpo. El contraste te arranca un leve gemido, sonríes pícara y esbozas una medio sonrisa que me dice que más abajo notaré cuáles han sido las consecuencias de acariciarte con una mano helada.
No puedo parar de besarte. Tu piel me atrae como un imán. Beso tu cuello, subo por tu barbilla y le doy un suave mordisquito, me adueño de tus labios y nuestras lenguas danzan al unísono. Conocen el baile como si llevaran toda la vida esperando hacerlo.
Una mano en tu cuello. ¿La otra? Baja hasta tu cintura. Te traigo hacia mi con un movimiento elegante. Aún pasa aire entre nuestros cuerpos y no estoy dispuesta a ello. Estás preciosa, y hueles tan bien… Yo, con mi ropa de trabajo y tú, con una escueta bata que debajo sólo esconde un tanga.
Mientras nos besamos comienzas a desnudarme. Arrastras hacia el suelo mi chaqueta y me dejas en camiseta. Tardas sólo treinta segundos en separarme de ti, y una milésima de tiempo y quitar mi camiseta roja. Creo que te apetece que estemos en igualdad de condiciones.
Llevo un sujetador de color blanco. Hoy el traje de ángel es interior…Sigo ganando en ropa. Aún queda mi pantalón, un tanga, unas medias y mis tacones. Decido atacar yo también y te acorralo contra la pared. Me gusta tenerte ahí. Te miro desafiante mientras desato tu bata: «Si me desnudas, prepárate para disfrutar como una loca» susurro en tu oído.
La idea te gusta, porque tras empezar a besarme otra vez, desabrochas mi pantalón para que resbale por mis piernas y acabe en el suelo. Lo saco. Ahora sólo nos queda mi tanga, mis medias y mis tacones.
Decido ser mala y tras darte un beso apasionado en el que mi lengua baila su mejor danza, me pongo de espaldas a ti para que contemples mi espalda, la caída de mi larga melena sobre ella, y empiezo a bajar mis medias como si de una streaper se tratase. Piernas abiertas y estiradas. Doblo mi cintura y empiezo a deslizar mis medias hacia los tobillos.
Eso provoca un suspiro en ti. A medida que voy echando mi tronco hacia adelante, mi trasero se acerca más y más a tu pelvis, y cuando mis manos están en mis tobillos, mis nalgas rozan encendidas contra tu monte de Venus.
Me doy la vuelta de nuevo. Hoy voy a probar cuanto te excito. Mientras mi boca se acerca a besar uno de tus pechos, te retiro la bata. Mi lengua redondea con cuidado tu pezón, que inmediatamente se pone erecto. Hago círculos, succiono, y lo lamo con mucha lascivia…
Te cojo con mis brazos y tus piernas abiertas rodean mi cintura. Tu espalda está pegada contra la pared y tu respiración y tus dedos, se enredan entre mi oído y mis cabellos. Mis piernas quedan flexionadas y te sientas sobre ellas. Bien abierta me dejas contemplan ese tanga semitransparente de color negro que empieza a brillar por la humedad.
Mis labios llenan tu pecho de besos, lametazos y mordiscos… Mi mano derecha, como si de la serpiente del paraíso se tratase, empieza a acariciar el interior de tus muslos, y casi sin darse cuenta, pasa del calor de tu ingle a acariciar con la punta de mis dedos tu monte de Venus.
El tacto del tanga es suave, y que te estimule sin quitártelo empieza a hacerte gemir más. Te acercas a mi oreja, muerdes mi lóbulo y me suplicas entre suspiros «fóllame». Miro a tus ojos verdes directamente. Te regalo una sonrisa que acabo mordiendo mi labio inferior, y te digo… » es la hora del placer».
Te tumbo en el suelo y tras quitarte el tanga, me siento sobre ti. Erguida empiezo a acariciar mis pechos para ti y mis caderas empiezas también a moverse para que nuestros clítoris se acaricien. Sé cuánto te pone esa postura y estoy deseando oírte gemir de nuevo.