La historia de la belleza masculina

‘Belleza’ es un sustantivo femenino por algo más que por el género que denota el artículo que le suele preceder. Aunque hablando en términos generales podemos decir que la mujer siempre ha dominado este ámbito, tanto a la hora de portarla en la vida real como de identificarla, no es menos cierto que el sexo masculino no haya permanecido exento de tal carga.

Es por ello que, unas semanas después de exponer el viaje a lo largo del tiempo del prototipo del cuerpo ideal de ellas, es oportuno hacer lo propio con el otro bando, pues como es sabido, la atracción física influye notablemente en ambos bandos. A pesar de que la apariencia no es ni mucho menos más importante que los pensamientos y sentimientos que se esconden en el interior de una persona según la mayor parte de la sociedad, lo que percibimos a través de los ojos normalmente cuenta con el enorme privilegio de ser la primera información que llega a nuestro cerebro acerca de alguien, por lo que siempre ha sido un elemento esencial a la hora de relacionarnos.

Si bien es verdad que el ser humano comenzó a retratar su modo de vida mediante pinturas rupestres, donde simplemente se muestra a varones realizando tareas con las que se les ha relacionado tradicionalmente como la caza o el fuego, con la entrada en escena del Antiguo Egipto lo considerado bonito cobró una ventaja mucho más clara sobre cualquier otro tema.

El fuego y la caza como elementos de las pinturas rupestres. | Fuente: Wikipedia.com.
El fuego y la caza como elementos de las pinturas rupestres. | Fuente: Wikipedia.com.

De hecho, el perfeccionismo de estos africanos les condujo a admirar a los cuerpos proporcionales: desde su punto de vista, la longitud vertical de la cara sería tres veces menor que la altura a la que se encuentran las rodillas y cinco veces menor que la distancia entre estas y los hombros, siguiendo así un sistema de medida que conduce a un total de 18 puños (unidad fundamental). El diseño de obras simulando movimiento se abrió paso en las esculturas de unos griegos enamorados de los cuerpos definidos por el deporte, fundando la tónica que reinaría en el Imperio Romano que idolatraba los músculos marcados.

Esta época no experimentó variaciones llamativas, a excepción de algunas leves originadas por las influencias de los pueblos germanos que introdujeron el gusto por las barbas y los cabellos de largas extensiones, porque probablemente sí les gustaba sinceramente lo que veían. Sin embargo, la dureza de la Iglesia a lo largo de la Edad Media cubrió de ropa a las figuras, que por aquel entonces simulaban a personajes religiosos.

El cambio de rumbo comandado por el Renacimiento trajo consigo al ‘David’ de Miguel Ángel, muestra evidente del regreso de la armonía. Entre unas cinturas estrechas y unas extremidades esbeltas, el pecho abultado soportaba a unos altos hombros que presumían orgullosos. De esta manera, poco a poco transcurría el camino hacia la loca lujuria del Barroco habitado por gentes fastuosas que disfrutaban presumiendo de pelo (o de peluca), así como de numerosos accesorios.

La armonía de Miguel Ángel. | Fuente: Wikipedia.com.
La armonía de Miguel Ángel. | Fuente: Wikipedia.com.

La libertad llamó a la puerta bajo el nombre de Romanticismo con el fin de hacer de las inquebrantables reglas algo moldeable y relativo. Cada zona con sus tendencias y costumbres, con su arte, su vida y su naturaleza, pero sin ninguna con personas más guapas que otras. No obstante, el siglo XX volvió a optar por la dirección que se había venido tomando tradicionalmente, es decir, regresó a los cánones impartidos por los europeos del Sur.

Por último, la grasa ha terminado por ser el principal enemigo en la actualidad. La delgadez más los torsos tonificados forman una combinación que se suma a su vez al aumento de la densidad de productos de belleza en las baldas de los aseos masculinos. Prueba de ello son las revistas, la televisión o cualquier otro tipo de medio audiovisual en el que la imagen tenga algo que decir, pues está bien claro que Thor nunca será un Steve Rogers en sus años jóvenes.

Fuente de portada: Wikipedia.org.

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