El sonido de un whatsapp entrando en mi teléfono móvil puso en marcha el mecanismo. Olga se había marchado de vuelta a Madrid un par de semanas antes y hasta entonces no había tenido noticias de ella ni yo tampoco le había dado señales de vida.
De alguna forma temía que aquellos días vividos en Zahara pudieran tener eco en la distancia, atraparnos en la red de una relación sin sentido que no llevase a ninguna parte. Pero ahora la pantalla de aviso de mi celular reflejaba su nombre: “Tienes un mensaje de Olga”.
El nerviosismo por el aviso pronto se convirtió en excitación cuando tras desbloquear el teléfono y abrir su buzón encontré un vídeo con una imagen premonitoria. No cabía duda de que aquella era su cama. Pulsé el play sin pensarlo y la imagen de Olga en movimiento, tras dejar su propia cámara grabando, me fue llevando al centro de la escena.
Se incorporó sobre la cama justo frente al objetivo, me lanzó una sonrisa cómplice, atrevida y con un halo de perversidad, como quien sabe que está a punto de cometer una travesura. Se quitó la camiseta y comenzó lentamente a acariciar sus pechos.
Pude comprobar entonces que la memoria de mi piel seguía intacta porque, sin ni siquiera rozarme, el impulso de mi erección reaccionó ante el estímulo que ella me enviaba empezando a mostrarme un cuerpo que hasta hacía poco había estado entre mis manos.
El papel de espectador me otorgaba un rol diferente a la hora de disfrutarla de una manera distinta. Imbuidos en la inercia de follar, la mecánica de la acción hacía que a veces no prestase atención a los detalles. Sin embargo ahora todos mis sentidos se centraban en sus reacciones, en sus pezones erizándose al contacto de aquellos dedos que introducía en su boca para volver a llevarlos hasta ellos.
Poco a poco fue bajando la mano por su cuerpo hasta llegar a introducirla en su ropa, un pequeño short ajustado, que sin duda habría usado como pijama, en el que podía verse cada movimiento de sus dedos. Leves jadeos empezaron a llegar a través del móvil y mi mano también se introdujo entre mi ropa en busca del placer.
Quería que se desnudara, necesitaba verla despojándose de aquella prenda mínima que ocultaba su sexo, que me mostrase el lúbrico fruto de su excitación, su forma de darse placer. Y sabía que pese a la distancia, Olga me estaba induciendo aquel deseo. Aún delante de una cámara, sabía cómo jugar con los tiempos.
Yo me había desnudado ya, antes que ella, y había empezado a masturbarme lentamente, desde los testículos hasta acariciar todo mi miembro con la mano abierta. Con un movimiento suave, levantó sus caderas y se sacó aquella prenda dejando expuesto a mi visión su sexo depilado y brillante.
Interrumpía la sonrisa socarrona de sus labios introduciendo un dedo en su boca sobre el que hacía pasar su lengua a modo de invitación. Yo cerraba los ojos haciendo volver a mí su imagen en nuestra habitación frente a la playa, tendida sobre mi cuerpo dedicándole cuidado a la mamada mientras le sujetaba pelo y ayudaba al movimiento de su cuello con mi mano.
Pero el aumento de sus gemidos hacía que abandonase aquella imagen momentánea de ojos cerrados para centrarme en lo que sucedía delante de la cámara. Olga se masturbaba frente a mí de forma decidida y desinhibida pasando sus dedos por su clítoris, penetrándose con ellos sacando afuera todo el licor que emanaba de su sexo.
Su cuerpo se movía acompasado por los antecedentes del orgasmo, ella también cerraba los ojos haciéndome pensar que se recreaba en alguna imagen juntos de aquellos días del verano, que pensaba en mi polla dura como la tenía ahora en mi mano masturbándola sin reservas ni contemplaciones, como ya empezaba a masturbarse ella cada vez más concentrada y más ajena a estar siendo grabada.
Deseé que aquel orgasmo que se me brindaba en la pantalla de mi teléfono móvil hubiese estado sucediendo en mi boca, sentir la presión de sus caderas contra ella mientras se corría convulsionándose. Deseé que aquel semen que se esparcía ahora sobre mi mano y mi cuerpo hubiese acabado en el suyo.
Aún retozó un momento sobre su cama mientras su respiración recuperaba su ritmo normal, tras lo que volvió a acercarse hasta la cámara y con un gesto de su mano diciéndome adiós detuvo la grabación. Momento que aproveché yo para iniciar una búsqueda en Google con la palabra RENFE que me llevase a adquirir un billete con destino Madrid. No había duda de que Olga había conseguido lo que quería, maniatar mi voluntad a su deseo.