La revolución de los ciento cuarenta caracteres ha traído consigo la paulatina desaparición del rico léxico castellano. Aunque en Twitter no abundan las abreviaturas y las calamidades ortográficas, la necesidad de emitir un mensaje en un espacio reducido ha obligado a sus billones de usuarios a simplificar el lenguaje para hacerlo accesible a todos los públicos.
Las plataformas de microblogging suponen una depauperación en la calidad del idioma, sea cual sea. Expresiones y dichos populares se pierden en el maremágnum de contenidos temáticos, por lo que nunca está de más reflotar el lenguaje con el que nuestros padres fardaban de nuevo ligue delante de sus amigos o el que el refranero popular nos ha dejado con el paso del tiempo.
‘Llevar al huerto’ es una de las expresiones que está cayendo en el olvido y que durante las últimas décadas del XX y los albores del XXI estuvo aún en boga. Anteriormente hicimos lo propio con ‘follar’, ‘echar un polvo’, ‘poner mirando a Cuenca’ o ‘salir del armario’, y con la de hoy ya podemos empezar a hacer un pequeño glosario sexual.
La hipótesis literaria
En 1499 apareció un texto titulado ‘La Comedia de Calisto y Melibea’, sin autor conocido. La historia relata el amor no correspondido de Calisto, que se sirve de la alcahueta y de sus criados Pármeno y Sempronio para conseguir el amor de Melibea. Las tretas de la casamentera, las aprendices de prostituta y los criados desembocan en una relación entre los dos nobles. Calisto salta de un muro para auxiliar a sus criados y muere. Melibea, de pena, se suicida.
La mayor parte de la acción amorosa discurre en un huerto de la universitaria ciudad de Salamanca, hoy convertido en lugar turístico. Como símbolo del amor rebelde de dos jóvenes, el antiguo parque naturalizado se ha convertido en un lugar lúgubre de amor underground, donde reinan las pintadas y los candados. No se sabe si efectivamente fue allí donde Calisto y Melibea consumaron su amor, pero lo sea o no, algunos piensan que este huerto descrito por Fernando de Rojas – autoría encontrada en versos acrósticos – es el que da vida a la expresión ‘llevar al huerto’.
La hipótesis religiosa
En el Valle de Cedrón, rodeados de un templo y cercados por unos cipreses, se encuentran ocho olivos de los que se dice son los únicos testigos de las oraciones de Jesucristo antes de ser apresado, juzgado y muerto en la cruz. El resto, de nuevo cultivo, completan un huerto o jardín de 1200 metros cuadrados que representa el lugar al que el Nazareno se retiró a orar después de la última cena con sus Apóstoles.
Desde 1681 los franciscanos se ocuparon de esta parte del valle, también llamada Getsemaní, hoy lugar de peregrinación. Fue en este lugar donde, según las crónicas, Jesucristo fue arrestado por los soldados de Poncio Pilato, guiados por Judas Iscariote. ¿Es este huerto el que da significado a la expresión ‘llevar al huerto’? Todo apunta a que no.
La hipótesis histórica
Durante los siglos XI, XII y XIII era frecuente la erección de arquitectura civil musulmana en la Península. La Alhambra, la Aljafería y el Generalife datan de esta convulsa época en el seno sociopolítico árabe. La confección de los primeros, segundos y terceros Reinos de Taifas alternaba períodos de guerras dinásticas y prosperidad. La progresiva caída de almorávides (Primeros Reinos de Taifas) y almohades (Segundos Reinos de Taifas) dio paso a una etapa de absoluta decadencia respecto a lo que apenas doscientos años antes había sido el centro cultural del Mediterráneo: el Califato omeya de Córdoba.
Este nuevo período comienza tras el derrocamiento de los almohades en la Batalla de Navas de Tolosa (1212) y dura aproximadamente treinta años. Su caída es producto de la capitulación de las últimas taifas – cada vez más pequeñas y con menos poder – en pos de los cristianos Jaime I de Aragón y Fernando III el Santo. La única taifa que logró mantenerse en pie y perdurar fue la de Granada, bautizada como Reino Nazarí de Granada en 1238 por Muhammad I.
El hijo de éste, Muhammad II, fue proclamado emir en 1273. Sus conocimientos de la ley y de la religión le valieron el apodo de alfaquí (doctor musulmán). El hecho más destacable de su mandato fue la construcción del Generalife, dado que su política no fue más que una continuación de las pautas que dejó su padre. Como la cercana Alhambra y la zaragozana Aljafería, estos edificios eran una muestra del boato de los emires – y más tarde sultanes – de la Península.
Estos edificios eran una muestra del boato de los emires de la Península
El conjunto palatino siempre cuenta con estancias ajardinadas que quieren imitar a las descripciones coránicas del paraíso. Árboles frutales, suaves cursos de agua, acequias, fuentes (el agua tenía una supina importancia en el mundo alto y mesomedieval), miradores, jardines y pequeños huertos autárquicos configuraban la yanna, lugar idealizado donde van los creyentes finados que han vivido en el Dar-al-Salaam o Casa de la Paz.
Esta sustantivación del paraíso islámico fue también un instrumento de cortejo para Muhammad II y sus sucesores. Generalife en sí tiene una traducción confusa, para algunos significa ‘jardín del intendente’, ‘huerta del Zambrero’, ‘casa de artificio y recreo’ ‘el más elevado de los jardines’ o incluso ‘mansión de placer y recreación grande’. Se cuenta que Muhammad II, además de ser un hombre piadoso y cuidadoso con el cumplimiento de la sunna, también era dado a utilizar estos espacios de descanso como lugares de lascivia.
El Generalife se empezó a conocer entre las clases populares como ‘El Huerto’ y puede que de aquellos barros, estos lodos, y sea de las correrías de Muhammad II con sus damiselas por lo que enunciamos, cada vez menos, el “llevar a alguien al huerto”.
Hipótesis criminal
Corría el año 1904 cuando se destapó uno de los crímenes más espeluznantes de la Restauración española. En la pequeña localidad sevillana de Peñaflor se buscaba a Miguel Rejano Espejo, natural del pueblo y marchado a la capital para comprar ganado. La mujer de Rejano pidió ayuda a su primo, el herrero del pueblo Juan Mohedano, para hallar su paradero.
Viajó hasta Sevilla temiendo que las sietemil pesetas que llevaba se hubiesen convertido en mujeres y vino. En la ciudad hispalense no pudo rascar demasiada información y de vuelta a Peñaflor, no contento con los resultados, se puso en contacto con un detective privado. Laureano Rodríguez pronto descubrió que había participado en timbas ilegales de juegos de cartas.
En la Fonda del Betis, lugar donde Rejano se hospedaba durante sus estancias en Sevilla, le dieron el nombre de un tal José Muñoz Lopera, con el que había pasado la primera noche. Mohedano se entrevistó con Lopera, quien esgrimió que su encuentro tenía como único objetivo concretar el precio de una ruleta de casino por la que el desaparecido estaba interesado, pero las negociaciones no llegaron a buen puerto.
La siguiente noche la pasó con José Borrego, compinche de Rejano en sus veladas de naipes. Durante aquella jornada de juego, Borrego se queda fuera de la mesa, ocupada por Pepe Moya ‘el Peana’, dos hombres de dinero y el propio Rejano, que comenta a su gancho que se tratan de unas “partidas misteriosas”.
En el café de Los Ecijanos, ya en Peñaflor, Mohedano se entera de que Muñoz Lopera organiza timbas de alto postín en el pueblo, en la ‘casa del huerto’ de un archiconocido vecino, Juan Andrés Aldije Monmejá ‘El Francés’, sobre el que se ciernen sospechas de no ser trigo limpio. La policía hace caso omiso de la desaparición de Rejano. Laureano Rodríguez publica unas cartas en un popular periódico sevillano y la trama empieza a ser seguida por ciudadanos y policía.
El juez de Lora del Río, cabeza comarcal de la Vega del Guadalquivir, toma declaración a los dos sospechosos y por falta de pruebas los deja en libertad. Cuando el caso más estancado estaba, la esposa del ausente recibe varias notas anónimas que no duda en desdeñar, hasta que unas nuevas pistas vuelven a despertar la confianza en poder dar digna sepultura a un hombre que ya esperan muerto.
De madrugada alguien golpea su ventana, acompañándolo de una revelación: “Su marido está en Peñaflor”. Francisca Márquez deposita una carta sobre el alfeizar con la esperanza de que el anónimo acepte una cantidad económica a cambio de más información. Al día siguiente, la misma voz volvía a susurrar en la ventana: “Busca en el huerto de ‘El Francés’”. Cuando la policía fue a interrogar nuevamente a Aldije, se encuentra con que éste ha huido y está a pocos kilómetros de la frontera hispano-portuguesa por la zona de Badajoz.
La búsqueda se pone en marcha con un improvisado comando de batida formado por un cabo de la Guardia Civil, un amigo de Mohedano y el propio Mohedano, que había forjado en su taller herramientas para la inspección del huerto. Aquella tarde agujerearon la hectárea y media del huerto, sin éxito. Ese vergel cuidado, una suerte de árboles frutales y la extraña casa donde Aldije y su secuaz Lopera llevaban a cabo sus cambalaches, guardaban bajo tierra un secreto que conmocionó al mundo una vez fue revelado.
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De vuelta a casa, ya recogidos los aperos, Mohedano tiene un presentimiento y clava su particular estaca al pie de unos granados. La tierra enfangada por la acción de las lluvias no facilitó las tareas de reconocimiento, por lo que el olfato fue la mejor arma de los tres bisoños sabuesos. Al llevarse el hierro a la nariz, Mohedano identifica el olor, que califica de inconfundible. Ahí había sangre. Entrada la noche dan con una calavera, la de José López Almela. En los días posteriores encuentran los restos de Benito Mariano Burgos, Enrique Fernández Cantalapiedra, Federico Llamas, Félix Bonilla y los de Miguel Rejano Espejo.
Juan Andrés Aldije, alias ‘El Francés’, estaba en el oeste de Extremadura, pendiente de pasar a Portugal y de ahí dar el salto a Brasil, donde jamás sería encontrado. La policía anunció la detención de su hijo y de su mujer como una mera argucia para llegar al corazón de un ladrón y asesino despiadado. El señuelo dio sus frutos y Aldije volvió a su villorrio peleando hasta el final.
Lopera captaba a los incautos jugadores, seleccionados según la envergadura de la billetera. Con el pretexto de que podían desplumar a un francés excéntrico y adinerado de Peñaflor, Lopera les conducía hasta la casa del huerto, donde Aldije, guiándolos por un estrecho pasillo, les abría la cabeza con una barra de hierro a la que apodaba ‘el muñeco’ y les remataba con un martillo. Se cobraron su primera víctima en 1898 y la última, Rejano, en el 1904.
Les abría la cabeza con una barra de hierro a la que apodaba ‘el muñeco’ y les remataba con un martillo
Muñoz Lopera y Juan Andrés Aldije ‘El Francés’ se inculparon mutuamente de todos los delitos perpetuados, entre ellos el de autor material de los asesinatos. El embaucador se declaró en huelga de hambre, mientras que el asesino intentó por todos los medios salir indemne. Los dos fueron condenados a seis penas de muerte, una por cada cadáver encontrado. Aldije se mostró muy altivo con la acusación: “¿Para qué tantas penas si con una es suficiente?”.
A finales de 1906 se celebraría su ejecución. Dos verdugos, un madrileño y un sevillano dirigieron la obra, más típica de un Auto de Fe que de la España de Alfonso XIII. Aldije murió con la cabeza alta, sin aceptar ni uno de sus cargos, desafiante, diciendo: “Aprieta, aprieta sin miedo”. Ninguno se mostró muy hábil con el garrote y tuvieron que repetir la operación varias veces. No fue una muerte rápida. Muñoz Lopera falleció entre convulsiones y ‘El Francés’, según cuentan las crónicas, tuvo el cuajo para decirle a su verdugo: “¿No te dije que apretaras fuerte?”.
Con el destape, a finales de los 70, Paul Naschy rodó ‘El huerto del francés’ (1977) con María José Cantudo y Agata Lys, cambiando la casa de las timbas por un prostíbulo al que acudía lo más granjeado de la sociedad andaluza. Según apunta La Gaceta, la película sirvió para volver a poner de moda uno de los crímenes más recordados de la crónica negra española, tanto que entre los políticos de la Transición no era infrecuente escuchar “esto va a terminar como el huerto del francés”, que degeneraría en lo que hoy enunciamos, cada vez con menor frecuencia, ‘llevar a alguien al huerto’.