La Biblia, ese libro sagrado, habla de sexo. En una de las publicaciones más significantes de la historia, la sexualidad aparece en no pocas ocasiones para dirigir las prácticas sexuales de sus fieles. Si la semana pasada fue turno de las acciones permitidas en las Sagradas escrituras, ahora es turno de presentar las no pocas prohibiciones que estas recogen.
Las principales receptoras de las críticas y censura bíblicas son las mujeres, puesto que son ellas quienes deben seguir estrictamente unas pautas a rajatabla. El varón, no obstante, ha de cumplir los designios divinos, pero lo cierto es que las hembras tienen un catálogo de normas mucho más amplio que el de sus compañeros.
Adulterio y lapidación
Si en algún aspecto pone sus ojos la Biblia es en la infidelidad y en el adulterio. «Honroso sea en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla, pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios», recogen las Cartas a los hebreos en su capítulo 13, versículo 4. Ya en los episodios de la Creación se muestra un indicio de la privacidad entre el uno y la otra en materia de la intimidad hacia el desnudo, pues el Génesis (3:21) recoge cómo cubrió el cuerpo desnudo de Adán y Eva.
El libro del Deuteronomio (22, 12-30) plasma con dureza qué ocurre en caso de adulterio, siendo la mujer la principal perjudicada de los castigos resultantes. La preponderancia masculina se aprecia especialmente en lo relativo al matrimonio, ya que si el esposo denuncia que ella no es virgen y queda comprobado, esta será lapidada por los hombres de la ciudad a la puerta de su casa de su padre: «morirá por hacer vileza de Israel fornicando en casa de su padre».
Por contra, si se demuestra que la chica no se había estrenado sexualmente, el hombre será castigado, habrá de pagar cien piezas de plata al padre de la joven y contraerá matrimonio con ella (Deuteronomio, 22: 16-20). En ningún caso se paga la acusación con la muerte ni se menciona que el macho sea virgen.
Si ella es virgen y ya está desposada, pero conoce varón, ambos serán apedreados hasta la muerte: «la joven, porque no dio voces en la ciudad; y el hombre, porque humilló a la desposada de su prójimo» (22: 23-24). Aquí se infiere que es indiferente que el hombre haya sido adúltero, sino que se le castiga por afrentar al esposo de la mujer.
Sin embargo (22: 25-27), aquel que viole a una joven desposada «morirá solo el hombre que se acostó con ella, a la joven no le harás nada porque como cuando un hombre se levanta contra su prójimo, así es esto. Porque él la halló en el campo, dio voces la joven desposada y no hubo quien la socorriese». Se dispensa así de culpa a la mujer, que no tiene culpa de haber sido forzada.
Para cerrar este capítulo del Deuteronomio (28-29), cuando un varón encuentra a una chica virgen sin esposo y mantiene relaciones sexuales con ella, habrá de pagar 50 monedas de plata a su padre y convertirla en su mujer. Es el patriarca de la familia la figura masculina de quien dependen buena parte de esta clase de conflictos y las mujeres pagan un precio más alto por la infidelidad -incluso la muerte-.
Prohibición de sexo familiar en la Biblia
La Biblia, ya en materia directamente coital, restringe notablemente las posibilidades sexuales. En el Levítico (18: 2-30), el Señor se dirige a Moisés y le presenta una sucesión de prácticas prohibidas, consideradas impuras, y bajo la amenaza de castigo para quien incumpla su mandato.
Estos versículos condenan el incesto «ningún hombre debe acercarse a mujer de su familia para tener relaciones con ella» y el sexo con las madres tanto por su estatus materno como para no deshonrar al padre -nuevo matiz en el que el hombre sería afrentado por ‘quitarle’ a una mujer-. Lo mismo ocurre con hermanas, nietas, tías, nueras y féminas con cualquier nexo familiar.
La fórmula «no deshonres a…» un familiar masculino al tener sexo con su esposa o con alguien emparentado con él no solo plasma la crítica al adulterio, sino nuevamente en el orgullo y la supremacía varonil. La vergüenza de un hombre al serle ultrajada su mujer vale incluso más que el hecho en sí.
Menstruación, homosexualidad y sexo anal
Tal y como ocurre en la época actual, cuyas tradiciones beben en buena medida del legado cultural histórico, la menstruación era un claro tabú social. «No tengas relaciones sexuales con una mujer en su periodo de menstruación» (Levítico 18: 19) demuestra el rechazo que el periodo menstrual generaba en la Biblia.
Este libro es particularmente restrictivo hacia la sangre menstrual, puesto que considera a la mujer «impura siete días conforme a los días de su menstruación«. Aquel que se acueste con una fémina durante este plazo será considerado también inmundo e impuro. Por su parte, la impureza derivada del coito duraba solamente una noche, algo que contrasta con el encargo divino a sus hijos de procrear y multiplicarse.
El Levítico añade más prohibiciones y desaprobación hacia orientaciones sexuales como la homosexualidad: «no te acuestes con un hombre como si te acostaras con una mujer. Ese es un acto infame» (Le 18: 22). A su vez, las Cartas de Pablo a los romanos (1:27) hacen saber que Dios castigó duramente a los hombres que «dejando el uso natural de la mujer se encendieron en sus concupiscencias los unos con los otros, cometiendo actos vergonzosos hombres con hombres y recibiendo en sí mismos la retribución correspondiente por su extravío».
En cuanto al lesbianismo, en la Biblia no se menciona directamente estas relaciones homosexuales femeninas, si bien en esos mismos escritos de Pablo (1:26) se hace la siguiente apreciación: «Dios los entregó a pasiones degradantes porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la Naturaleza».
De este versículo también se extrae una alusión al sexo anal tanto para ellos como para ellas. La utilización con fines sexuales de una parte que la Biblia concibe como elemento del aparato excretor se cataloga de impropia y «degradante», puesto que estiman atenta contra las funciones naturales del ano. El «lecho sin mancilla» al que aluden las Cartas a los hebreos también puede entenderse como un alegato contra el sexo anal interpretado como suciedad y obscenidad.
De vuelta al Levítico (18:23), la zoofilia queda claramente reprobada como fuente de impureza: «no te entregues a actos sexuales con ningún animal para que no te hagas impuro por esta causa. Tampoco la mujer debe entregarse a actos sexuales con un animal. Eso es una infamia». Este es el libro en el que más restricciones se recogen hacia la sexualidad, desde el incesto hacia los propios encuentros entre hombre y mujer.
En definitiva, la Biblia es uno de los libros que han marcado el devenir de la humanidad. Sus doctrinas siguen perennes miles de años después de ser promulgadas y recogidas en el primer hijo, al fin y al cabo, de la imprenta de Gutenberg. El legado cultural, también en materia sexual, es para bien y para mal una impronta en la actualidad.
No deja de ser cierto que el paso del tiempo ha ido matizando ciertas tesis bíblicas, aunque existe un poso muy afianzado en las civilizaciones occidentales que aún marcan las críticas o recelos hacia enfoques sexuales distintos a los que se recogen en la palabra de Dios. Con la Iglesia hemos topado.