El origen sexual de los cuentos infantiles (IV): La Sirenita

Tal y como hemos revelado en anteriores ocasiones, los cuentos infantiles no son solamente una sucesión de historias bonitas con final feliz. La Bella Durmiente, Caperucita Roja o Rapunzel son solo algunos ejemplos de cómo se han ido edulcorando relatos para adecuarlos al público infantil, si bien esconden cargas sexuales manifiestas. Lo mismo ocurre con La Sirenita.

Una versión resumida de este cuento podría reducirse a una joven sirena que vive en el mar, se enamora perdidamente de un apuesto príncipe y decide hacer toda clase de esfuerzos por entregarle su amor. Tras atravesar toda clase de odiseas y desventuras, y con la ayuda del dicharachero cangrejo Sebastián, la Sirenita lo logra, fueron felices y comieron sardinas -o lo que se coma en cuentos marinos-.

La verdadera historia de La Sirenita

A pesar de que el imaginario colectivo crea que Hans Christian Andersen escribió esta hermosa historia, lo cierto es que el autor danés publicó una obra muy distinta a la que tenemos arraigada en la actualidad. Cierto es que la versión que conocemos también incluye que a los 16 años las sirenas recibían permiso para asomarse por vez primera a la superficie marina.

Es entonces cuando la protagonista de este texto ve por primera vez a su galán, cuya fiesta de decimosexto cumpleaños acaba pasada por agua, si bien la Sirenita lo salva de perecer ahogado. El príncipe queda prendado de la bella voz de esta criatura marina y esta también recibe el flechazo de Cupido, de modo que decide hacer lo imposible por entregar locamente su amor a su amado.

Pero, claro, algo falla: la joven sirena no tiene piernas sino cola, factor que imposibilita pisar tierra firma y acercarse al caballerete que le quita el sueño. En su empeño, llega a un acuerdo con una bruja, quien le daría las ansiadas extremidades inferiores a un terrible precio: su lengua. A su vez, advierte a la ninfa marina que si no consigue enamorar al príncipe quedará condenada a vagar en soledad durante la eternidad.

La joven sirena accede, presa de su intenso amor, y la bruja le corta brutalmente la lengua, de modo que su armoniosa voz también desaparece. Es entonces cuando la protagonista emerge del mar y pone rumbo al castillo principesco, donde debería aguardarla el príncipe al que rescató de las fauces de la tormenta.

Efectivamente, debería, porque el príncipe sí que se acuerda de la Sirenita salvadora, pero su memoria no termina de funcionar muy bien. A sus dependencias reales llega otra joven, también con una voz encandiladora, y el muchacho la confunde con la verdadera sirena de la guardia.

Cuando la auténtica Sirenita contacta con el príncipe ya en forma bípeda este no la cree, puesto que no reconoce la voz de la que quedó prendado, y decide casarse con la falsa salvadora. El corazón de la pequeña nereida se rompe para siempre y aquí aparece nuevamente la bruja: por mediación de las hermanas de la joven, que han sacrificado sus melenas a cambio de un cuchillo, asegura que si mata al príncipe y deja que su sangre corra por sus pies, volverá la cola y podrá seguir su vida en el lecho marino.

A pesar de poder acabar con la vida del príncipe, el amor de la Sirenita puede con el despecho y renuncia a asesinarlo. Se lanza al mar pero, en lugar de morir, se convierte en espuma de mar y espíritu del aire, donde podrá ganarse un alma eterna a base de hacer buenas acciones durante 300 años.

La connotación sexual del cuento

Las interpretaciones sexuales de esta fábula van referidas, cómo no, al irracional deseo de la Sirenita de tener piernas. ¿Y qué hay entre las piernas? Los genitales femeninos, cuya carencia supone un obstáculo para hacer el amor y tener sexo, rubricación de los sentimientos supuestamente existentes entre los protagonistas del cuento de Andersen, publicado en 1837.

Este intenso deseo se convierte en símbolo de la pasión sexual inmadura, puesto que a los 16 años comienza a sentirse el deseo y la sexualidad, pero indica la incapacidad de controlarlo. El final de la historia, con la Sirenita convertida en espíritu del aire y conminada a salvar vidas y desempeñar buenas acciones refleja el amor verdadero, que se encarna en la relación entre el príncipe y su prometida.

Por lo tanto, y visto lo visto, ¿cómo contarles a los niños que su Ariel no es una sirenita feliz y que a punto está de degollar al príncipe para superar su condena eterna? Disney y su séquito de proveedores de azúcar a las leyendas y cuentos históricos son los responsables de que, hasta antes de leer estas líneas, creamos que la Sirenita fue un feliz dibujo animado.

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