Se trataba de una fiesta más. La verdad es que no estaba de ánimo, pero siempre me la pienso dos veces cuando se trata de una fiesta de disfraces. Siempre suena atractiva la oferta de ser otra persona, de desinhibirse, de comportarte diferente frente a los demás o simplemente dejar de fingir y ser como realmente se supone que eres. Para una mujer, siempre es la oportunidad perfecta para salir en picardías y verse atrevida y yo aprovecharía ese momento.

Mis compañeros del trabajo organizaron ese montaje. Ya pasado Halloween, decidieron que sería divertido cerrar el año con una fiesta de disfraces. Debo decir que no me llevo exactamente bien con nadie de la redacción y que mi lugar de trabajo en efecto, es un importante periódico de circulación nacional.

Aproveché el anonimato y dejé en claro que no asistiría, sin embargo desde días antes estuve preparando mi disfraz. Sabía perfectamente que no podía mostrar mi rostro y aproveché para comprar un antifaz. El evento se realizaría en las oficinas de la redacción, vaya sorpresa. No se puede abandonar el recinto por una noche, ni por muchos becarios o suplentes que tenga el medio.

Debido a que en esos días me encontraba de vacaciones, sabía perfectamente que nadie sospecharía de mi presencia. Mi atuendo era de lo más atrevido: llevaba puesta una minifalda negra con tool, corset, medias
y guantes de rejilla y zapatillas del mismo color. En el cuello llevaba un listón negro que sostenía un cascabel. Bajo mi falda se asomaba una larga y peluda cola. Opté por llevar una cabellera postiza, larga, lacia y con mechas blancas. Era una mínima en celo.

Más allá de aparentar ser sensual, mi apariencia era enternecedora, lo pude notar por la tristeza de mi mirada. Era una gata indefensa. Maquillé mis ojos con una pesada mirada negra. Mi antifaz cubría perfectamente la mitad de mi
rostro. Nadie sabría que era yo. Y para terminar con un toque de encanto, pinte mis labios de rojo y en cada mejilla dibujé un par de finos bigotes.
Está lista la minina.

Debo confesar que nunca fui fanática de los gatos, sin embargo enviada ese misticismo que guardan y su elegancia. Ensayé mis posturas frente al espejo. ¿Qué pasaría si alguien de mi oficina me hablaba? ¿Tendría que fingir mi voz? Los nervios comenzaron a hacer estragos en mí y por un minuto dudé en presentarme hasta que recordé la verdadera razón que me motiva a ir.

Había un reportero bastante popular. Era un hombre maduro, bastante sensual. La mayoría de las chicas del medio suspiraban por aquel hombre. Yo no era la excepción. Pensaba muy en el fondo que esta era la oportunidad perfecta para que se fijara en mi. No importarían los deslices que me había hecho. Fingiría no saber su aventura con la chica de relaciones públicas, ni con la recepcionista, ni con dos más de mis compañeras. Podría ignorar la vez que lo escuché cuando se follaba a una becaria en el salón de juntas mientras yo me escondía detrás de la puerta, húmeda y deseando estar en el lugar de la ingenua estudiante.

Recobré mi postura frente al espejo y decidida llamé a un auto particular para que me llevara a mi destino. Por fortuna, nadie de mi edificio me vio salir vestida así. Mientras tanto el chófer que me esperaba no pudo evitar sorprenderse al verme. Ese gesto me avergonzó. Durante todo el trayecto no dejó de verme por el espejo con miradas lascivas. Eso me empoderó.

Llegué a la empresa que lucía bastante solitaria y oscura desde afuera. Nadie imaginaria que en el onceavo piso se celebraba una fiesta de criaturas endemoniadas. Subí por el asesor y cuando salí, la fiesta ya estaba en ese punto en el que todos son amigos de todos. Algunos ni siquiera notaron mi presencia. Caminé cohibida hasta el lugar de bebidas en donde uno de los reporteros disfrazado de diablo me ofreció una cerveza, no sin antes hacerme un cumplido. Tomé la bebida y me giré para observar mi alrededor. Ahí estaban todos, pese a sus máscaras sabía perfectamente quién era cada payaso.

Mientras hacía mi frívolo recorrido con la mirada entre cada trago, no dejé de sentirme observada. Esa sensación me erizó por completo la piel y en un parpadeo encontré en una esquina a varias chicas revoloteando sobre alguien. Ahí estaba vestido de romano, presumiendo sus pectorales y rodeado de sus tantas fans. Enfurecí al ver a aquel hombre que me volvía loca ahí, sin que notara nuevamente mi presencia.

Volví a sentir una mirada y mientras giraba para tratar de atrapar al mirón, hasta que lo encontré envuelto en una capa negra en una esquina del salón. La luz mortecina y la presencia de seres fantásticos, me nublaron la vista. Aquel descarado no apartó la vista cuando lo descubrí, al contrario bebió un sorbo de su trago y por un momento sus labios formaron una extraña sonrisa.

Giré mi cuerpo para evitar a aquel personaje y de pronto choqué con el reportero sexy. Enseguida me barrio con la mirada y aprovechó para lanzarme un piropo. El sujeto ya estaba animado por las copas y por un momento me pareció el hombre más desagradable del mundo. Entonces se me acercó y comenzó a tocarme. Sus caricias era torpes y me provocaron repulsión. Tratando de escapar, quedé atrapada entre una pared y él en un oscuro rincón. Parecía que nadie se percataba que el romano ebrio quería aprovecharse de una inocente gatita y entonces apareció.

Mi mirón se aproximó al romano y lo apartó de un empujón y puso sus manos sobre la pared y me encaró. El reportero no supo que hacer y avergonzado se retiró. Mientras tanto mi héroe no me dejaba de ver mientras me restregaba más a la pared sin poder escapar.

– ¿Qué hace una gatita indefensa por aquí? – me susurró.
– Buscando algo de diversión – solté con voz nerviosa. Batman comenzó a reírse.
– Es tu noche de suerte. Si de verdad buscas diversión te veo en el estacionamiento en diez minutos.-

Mi héroe se dio la vuelta y despareció entre la multitud. Necesitaba un trago.
Mientras bebía otra cerveza pensé en que quizá era una trampa, en que nadie debía conocer mi identidad y volví a repasar a cada una de las criaturas para entender quién podría ser aquel Caballero de la Noche. Sin embargo, por más conteos que hice no logré dar con su posible identidad. Ni siquiera su voz me sonaba conocida, entonces dejé mi trago y bajé al estacionamiento decidida a conocer al héroe enmascarado.

Mientras bajaba, pensaba una vez más que quizá se trataba de algún tipo de broma,que quizá alguien me había descubierto, Mientras tanto ahí me encontraba, temblando en un elevador con el miedo a ser descubierta. Cuando las puertas del elevador se abrieron en la planta baja, salí a buscar al murciélago. Entonces una capa me envolvió y me azotó contra la pared. De pronto unos labios se aferraron a los míos. Intenté escapar al momento pero sus manos se aferraron a mis muñecas y las estrelló contra la pared para alzarlas sobre mi cabeza. Sus labios se movían agilmente en los míos y su lengua se abrió espacio para encontrase con la mía. Su cuerpo se restregaba con el mío.

– Di que quieres venir conmigo – me susurró al oído. En ese momento se apartó de mi boca y me miró fijamente sin soltarme. Yo temblaba y por alguna extraña razón y pese al miedo que sentía de aquella situación, asentí con la cabeza. Él sonrió.

Me llevó hasta su auto. Pensé que era la oportunidad para conocer la identidad de mi héroe pero cuando llegamos a su auto, comprendí que su personaje iba más allá de lo esperado. Accionó la llave sobre un auto deportivo color negro. En ese momento me solté de risa por dentro. Subimos al vehículo que rugió y comenzó a circular velozmente sobre las solitarias calles.

– Eres muy callada, gatita – comentó al volante.
Lo miré fijamente y me encontré con una mirada profunda. Encontré en sus ojos la misma tristeza que había visto ante el espejo. De alguna forma temía por estar con aquel desconocido pero al mismo tiempo sentía la tranquilidad de saber en el fondo que esa persona era ajena al lugar donde trabajo. Así que decidí interpretar mi papel como una profesional.

– Meow…-
– Así que la gatita quiere jugar. Correcto pequeña, sé que es lo que necesitas.-

Se dirigía al sur de la ciudad. De pronto, entramos a una zona que no conocía. Las calles comenzaban a verse más solitarias. Era una noche especialmente amarga.

Entramos al estacionamiento de un edificio alto. Salimos y tomamos un asesor al piso número 15. Ahí estaba su apartamento. En cuanto pasamos al interior, un frío recorrió mi cuerpo. Aquel sitio era lujoso. Mi héroe se dirigió a una habitación y me dijo que tomara asiento en el salón. Yo dejé mi bolso sobre uno de los sofás y me dirigí al ventanal para apreciar la vista de
la ciudad. Escuché sus pasos y vi por el reflejo del cristal que se aproximaba a mi. Entonces me tomó por la cintura y comenzó a besarme los hombros. Sus labios provocaron que se me volviera a erizar nuevamente la piel.

Me percaté de que hasta ese momento, no lo había tocado y temía no encontrar esa musculatura que presumía su disfraz, pues bien podría tratarse de una especie de armadura falsa. Entonces me giré ansiosa de comprobar mi teoría. El hombre continuó devorándome la boca y mis manos se aferraron a sus brazos. Pude sentir sus músculos contrayéndose y la fina tela de su disfraz. El tacto de esa tela era sedoso y me invitó a recorrer con entusiasmo el resto de su torso.

Me dirigió hasta el sofá y me pidió que me sentara. Él se aproximó hasta mi y se arrodilló, Con agilidad abrió mis piernas y se incorporó en medio de mi. Su mano derecha comenzó a hurgar entre mis bragas. Yo temblaba. Comprobó de inmediato mi humedad y sonrió viéndome. Comenzó a penetrarme con sus dedos. Yo gemía y me retorcía en el sofá.

De pronto su lengua comenzó a invadir mi entrepierna. Deseaba sentirlo dentro de mi. Su aroma me volvía loca. Me excitaba pensar que era mi enamorado prohibido, sin embargo cada que me encontraba con su mirada sentía esa sensación de desconcierto que me encendía más. Sabia que aquel sujeto no conocía mi identidad y por tanto, me permitía entregarme por completo.

En ese momento su cabeza se apartó de mi sexo y buscó mis pechos. Me puso de pie y a mis espaldas comenzó a desprender mi corset. Mi torso quedó desnudo frente a él. Entonces clavé mis uñas en su traje y lo rasgué del pecho. Comenzó a reír e intentó quitarse la máscara:

– No lo hagas-
– Me la tengo que quitar si quieres que…-
– No, quédate ahí-

Su respiración comenzó a agitarse. Yo me puse de rodillas ante él y besé su sexo sobre la enorme malla negra. Estaba duro. Podía sentir su calor a través de la tela y comencé a lamerlo. Entre mi hazaña, miraba hacia arriba buscando su cara de placer. Él me miraba atento mordiéndose los labios. Mientras disfrutaba de mi lengua, subió la cabeza y aproveché para encargar mis uñas y roer esa zona. Sus manos me ayudaron a destruir el disfraz y dejar su sexo disponible para mí. Pulsaba y estaba húmedo. La gatita sabía lo que tenía que hacer.

Mi lengua se adhirió a su sexo como un imán. Sus gemidos resonaron en la estancia. Mi entrepierna estaba húmeda.

– ¡Meow!-
– Eres una gatita traviesa. ¡Ven!

Me tomó del cuello con furia y me puso de pie. Me restregó contra un sofá de espaldas y subió mi falda. Entonces descubrió que la colita que llevaba no era postiza, era un plug, un juguete de dilatación. Sus manos se aferraron a mis nalgas y comenzó a azotarme. Se incorporó y comenzó a frotar su sexo con el mío. Nuestra humedad jugaba con nuestros cuerpos agitados y deseosos. Su capa bailaba al compás de sus movimientos. Sus manos comenzaron a jugar con mis pechos y de un momento a otro me penetró.

Solté un grito que se ahogó en la habitación. Sus movimientos me volvieron loca. Por un lado me penetraba y por el otro jugaba con el plug. Me tomó por los hombros y me dirigió frente al ventanal. Mis manos se apoyaron sobre el cristal y me incorporé a su total disposición. Sacó el plug. Comprobó que el juegue había surtido efecto en mí y entró. Mis piernas temblaban y el cristal
vibraba entre cada embestida. Podía ver en el reflejo como Batman me follaba. Me enfurecía y me volvía loca.

– ¿Mi gatita está sedienta?-
– ¡Meow!-

El héroe se encargó de ponerme de rodillas para recibir su cálido semen. Mis labios se empaparon de él. Sus contracciones continuaron pero su erección no bajó. Permanecí acurrucada en el piso con mi cabeza frotando mi cabeza en sus piernas como felina agradecida.

Cerré los ojos por un momento y de pronto sentí sus vigorosos brazos rodeándome. Seguía agitado. Me cargó y me llevó hasta su habitación. Me arrojó con furia sobre la cama y abrió mis piernas de tajo para continuar follándome.

Hasta ahora tengo recuerdos borrosos de toda esa noche. Terminé adolorida, húmeda y con muchas ganas de más. No dormí, prácticamente me desvanecí del éxtasis y el cansancio. Al siguiente día, amanecí completamente desnuda y sin el antifaz. Me sentí exhibida y por un momento sentí culpabilidad y vergüenza por todo lo que había hecho.

Me levanté de la cama e inspeccioné el lugar en busca de mi héroe. ¿Se habría quitado la máscara? Simplemente no lo recuerdo. El salón estaba vacío.
Aproveché la oportunidad para buscar fotos de mi extraño acompañante pero no encontré nada. Decidí tomarme una ducha rápida antes de emprender mi huida. Me vestí y tomé mi bolso.

Antes de salir encontré una nota que me hizo estremecer por completo:

“Mi dulce mínina:

La noche de ayer fue única. Perdona que no te ofrezca el desayuno pero soy
nuevo en la ciudad y notarás que mi cocina está prácticamente vacía. Afuera del edificio te estará esperando Miguel, mi chófer abordo de un auto rojo, él te llevará a dónde le digas. Por último, no me busques. No me mal interpretes, nos volveremos a encontrar cuando menos lo esperes.

Hasta pronto Catrina.
Tuyo, Bruno Díaz.

  • P.D. Feliz año nuevo»
Twitter: @karlagore

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