Pompeya es uno de esos lugares que vale la pena visitar, principalmente porque es apto para todos los tipos de público. Las ruinas de esta ciudad italiana, arrasada por la erupción del Vesubio el 24 de agosto del año 79 d.C., combinan historia para los más estudiosos y curiosos; un sol infernal en verano para los que buscan broncearse y, para los de mente más dispersa, toda clase de referencias sexuales que recuerdan que el sexo forma parte de la historia. En caso contrario no estaríamos aquí, ¿no?
Este museo al aire libre permite a sus asistentes pasear por lo que antaño fue una villa romana importante y particularmente orientada al disfrute de sus habitantes. Basta con ojear el mapa y mirar las señales de los edificios para apreciar que allí no solo vivían una serie de familias en paz y armonía hasta la fatal erupción volcánica, sino que el placer de los sentidos se cultivaba con especial dedicación.
El componente sexual de esta villa próxima a Nápoles es tal que ha despertado incluso en la actualidad ganas de replicar lo que los antecesores romanos gozaban entre sus muros. En 2014 tres jóvenes turistas, dos mujeres y un hombre de entre 23 y 27 años, fueron detenidos tras colarse entre las ruinas de Pompeya bajo la oscuridad de la noche y montarse un terceto en unas termas decoradas con escenas sexuales. Valor no les faltaba.
Esta galería de imágenes que recoge el diario Daily Mail muestra la variedad de referencias sexuales en esta villa napolitana. Las representaciones de las distintas posturas o las prácticas que trabajaban las prostitutas eran comunes dentro de las pinturas que el Vesubio respetó tras abatirse sobre la urbe.
Pompeya: ruinas, prostitución y burdeles
El Imperio romano nunca se cortó a la hora de disfrutar de la sexualidad, así que Pompeya no era excepción en forma de hasta 30 lupanares en los que el sexo protagonizaba las noches y las fiestas locales. Los restos de estas construcciones todavía se pueden contemplar, y tampoco es necesario escudriñar demasiado para encontrar toda clase de referencias sexuales, fálicas y alusiones a la prostitución en uno de los enclaves turísticos por excelencia del sur de Italia.
Según los historiadores que han analizado los componentes eróticos de la villa, los relieves de penes que se encuentran en el pavimento de la ciudad servían como guía hacia estos lugares donde se disfrutaba del sexo. Al igual que en el Camino de Santiago se marcan los senderos que guían hacia el destino final, en la Pompeya del primer siglo después de Cristo ya se indicaba el camino hacia una experiencia placentera algo más carnal.
Esta treintena de lugares eróticos no eran siempre lupanares al uso, esto es, edificios enteramente dedicados a prostitutas ofreciendo sus servicios a sus clientes. Entre esta lista se encuentran también hostales de mala reputación, salas privadas de viviendas particulares o incluso pequeñas habitaciones anexas a las tabernas para facilitar que los encuentros labrados bajo los efectos de la bebida se remataran sin tener que alejarse demasiado.
El lugar más libidinoso de esa Pompeya era el Vicola del Lupanare, el epicentro de la prostitución del lugar. No fue hasta 2006 cuando se abrió al público, casi dos milenios después de acoger a decenas de parroquianos en uno de los edificios más céntricos de la villa, muy próximo a las termas y a antros de diversa reputación. Contaba con dos plantas y unas diez salas destinadas al fornicio, aunque las investigaciones contemporáneas muestran que muy cómodos no debían ser los servicios a juzgar por los camastros de piedra, tal vez rellenos de paja, en los que se efectuaban.
Un recorrido por esta ciudad de construcciones fantasmagóricas revela que sus paredes no están tan carentes de vida. En ellas, especialmente en los espacios dedicados a la prostitución, se encuentran varios murales y frescos que sobrevivieron a la ira del volcán napolitano. Dichas representaciones muestran penetraciones, sexo oral, sexo múltiple, citas homosexuales y heterosexuales y toda clase de penes dibujados sobre las paredes. Ríete tú de los originales artistas que pintan penes en los coches llenos de polvo o en la arena de la playa.
La importante presencia de esclavos sexuales de origen griego, además de la sabida herencia de la cultura helena en la civilización latina, lleva a que en Pompeya abunden, a modo de los graffitis modernos, menciones en latín y griego a prostitutas y prostitutos, así como clientes. Mujeres como Mutis, Nice, Drauca o Fortunata han pasado a la historia acompañadas de varones como Victor, Felix, Hermeros o Febus.
Guía de la prostitución en Roma y Pompeya
En la sociedad del Imperio romano la prostitución estaba extendida y normalizada, se trataba de una práctica común y para nada mal vista entre los ciudadanos romanos. Hay que matizar que no todos los habitantes recibían el título de ciudadanos, como los esclavos o aquellos que se prostituían. Por tanto, que Drauca aparezca mencionada junto a Hermeros se debe a que este varón, que formaría parte de los patricios, plebeyos o libertos si no fuese esclavo o prostituto, perteneció al más bajo estamento social.
Tanto en Pompeya como entre las fronteras imperiales, los hombres casados podrían consumir este servicio sexual sin ningún tipo de problema, tanto con varones como con mujeres. Ahora bien, que a ellas ni se les ocurriera hacer lo propio si no querían ser duramente castigadas, pues incluso las mujeres libres estaban muy por debajo socialmente de sus compañeros masculinos.
Las relaciones homosexuales estaban a la orden del día y totalmente legitimadas siempre que el hombre poderoso fuese la parte activa y el esclavo o el prostituto recibiese la penetración. En caso de cambiar de roles, el sodomita perdería el estatus social.
Por tanto, la fidelidad a las parejas no era algo especialmente valorado. En función de las posibilidades de cada uno, pues los patricios tenían esclavas y los plebeyos recurrían al consumo de la prostitución, el sexo más allá de la pareja era habitual e incluso aplaudido. La gran presencia de penes en los pavimentos de Pompeya son solo un ejemplo del respeto de la cultura latina hacia los falos, señal de poder y liderazgo, así que su uso dentro y fuera de la alcoba nupcial recibía el mismo respeto.
Muchos de los 2,3 millones de visitantes que anualmente transitan por las ruinas de Pompeya se ven morbosamente atraídos por los inquietantes cadáveres momificados que la ira del Vesubio dejó a su paso. Lo que gran cantidad de ellos descubrirá una vez pasee por las calles empedradas de esta villa histórica es que, a falta de luces de neón y habitaciones temáticas, los romanos ya sabían hace dos milenios cómo señalizar el camino al sexo. Los penes dibujados no son obra de gamberros modernos, sino de una sociedad en la que el sexo no se escondía.
¡Por cierto! Puestos a hacer las maletas y aterrizar en Nápoles, la ciudad napolitana cuenta con un imprescindible Museo Arqueológico Nacional al que se anexa el llamado Gabinete Secreto, donde se aloja buena parte del legado sexual de las excavaciones de Pompeya. Ya el rey Carlos III trató de esconderlas y solo se permitió el paso general a partir del año 2000 tras décadas en la que solo caballeros respetables podrían disfrutar del museo.
Esculturas fálicas de todo tipo, pinturas con erotismo, encuentros sexuales entre animales, aves-pene con miembros voladores con origen mitológico y objetos presentes en esos lupanares milenarios protagonizan esta sección del museo napolitano. Tanto al aire libre como bajo techo, la región de Nápoles y Pompeya ofrece a los viajeros unos estímulos artísticos, históricos y sexuales dignos de sonrojar a los guías turísticos más mojigatos.