«El dinero de la prostitución no es fácil, sino rápido»

Sandra ronda los 30 años, es de la provincia de Huelva y le encanta bailar. Disfruta con los paseos al atardecer porque se siente «libre». Nos recibe en su casa y prepara el salón para nosotros. Su hogar es, a su vez, su lugar de trabajo. Sandra ejerce la prostitución desde hace dos años bajo este nombre ficticio para preservar su seguridad.

Sandra sostiene que era su única salida y espera poder salir de ella pronto, pues no le gusta su forma de ganarse la vida. Es una chica joven, de nacionalidad española que necesita sobrevivir en una sociedad que la estigmatiza y que nada hace por las mujeres en su misma situación. Los motivos económicos han guiado su incorporación al sector, puesto que carece de estudios superiores y esto le dificulta acceder a otros puestos de trabajo.

Sandra nos espera para hablar sobre lo difícil de su oficio.

¿Cuándo empezaste a ejercer la prostitución?

En diciembre de 2016.

¿Cómo te sentiste con tu primer cliente?

Difícil de explicar. Hasta que no lo vives no lo puedes entender. Fue totalmente diferente a lo que me imaginé. Antes no recibía a los clientes en casa, empecé haciendo salidas. Me tocó cerca de mi casa. Él era abogado y tenía más de 40 años. Me dio mucha ansiedad antes de que me abriera la puerta. Respiré hondo, abrió y al verme sonrió y me dijo «Qué guapa, no te esperaba así». Me bloqueé por unos segundos, reaccioné y entonces decidí interpretar un papel. Me relajé al ver que no era peligroso.

Me hizo sentarme en el sofá con la estufa y me preguntó si era mi primera vez. Le mentí, dije que llevaba un año. Hice lo mismo con respecto a mi nombre y mi edad. Me hizo desnudarme y me pidió un francés sin condón. Me negué. O condón o nada. También quería que lubricara de forma natural, que me excitara con él.

Me pagó una hora y conseguí lubricar e incluso llegué al orgasmo, pero al ser consciente de lo que acababa de pasar sentí asco de mí misma, de él y de la situación. Me entraron ganas de llorar. A él le encantó, claro. Completó la hora y me hizo cosas que a día de hoy no me gustan a la hora de acostarme con alguien fuera del trabajo. Cuando salí de allí estaba en shock, me costaba asimilar los 100 euros que acababa de ganar. No es dinero fácil, sino rápido.

¿Alguna vez pensaste que ibas a acabar dedicándote a la prostitución?

No, de hecho en varias ocasiones dije que nunca lo haría. Pero la vida me puso aquí. Agoté todas las posibilidades y esta fue la única salida.

¿Conocías algo del mundo de la prostitución anteriormente?

Sí, tengo familiares que trabajaron como porteros en clubes de alterne.

¿Cómo te sientes al acabar?

La sensación es… rota, destrozada como persona. Siento frustración, tristeza, rabia, desesperación, asco, ansiedad, estrés… llega un momento en el que empiezas a olvidar quién eres, cuáles son tus metas. Olvidas que sirves para algo más, te hacen sentir así tanto los clientes como la sociedad. Olvidas lo que te gustaba en la cama. No quiero dejar de sentir esto para no acostumbrarme y seguir luchando por salir.

¿Cuántos servicios haces al día?

Depende. Hay días que ninguno, otros que seis. También depende mucho de la fecha, si han cobrado la nómina, si es fin de semana (la mayoría de mis clientes son casados o con pareja) y de que acepten mis condiciones, sobre todo la de usar el condón.  Tampoco hago griego ni doy besos en la boca. Esto hace que baje bastante la clientela.

Una de las fotos que usa Sandra para captar clientes.

¿Te sientes ciudadana de segunda?

Sí, me siento muy excluida. En cuanto la gente se entera de a lo que me dedico, se van. Reaccionan con asco y distancia. Por ejemplo, con hombres no aceptan tener más sexo conmigo y se niegan a tener una relación sentimental conmigo, y las mujeres se alejan, no quieren mi amistad.

¿Has perdido amistades por tu trabajo?

Sí, varias.

¿Cómo llegaste hasta aquí?

Trabajé durante años en el campo aunque era alérgica a varias cosas. Al estar permanentemente en contacto con ello, mi sistema inmunológico falló y los médicos me obligaron a dejarlo. En ese entonces tenía pareja y trabajaba en la hostelería, aunque en estos tiempos te explotan. Tuve un accidente de tráfico y me despidieron. Además mi pareja me abandonó dejándome a cargo de alquiler y muchos gastos más estando en paro.

Conseguí un trabajo en el que me pagaban tres euros la hora… no me llegaba para comer, tampoco me dieron de alta. No había nada. Me plantee montar una línea erótica, pero suponía mucho gasto. Empecé a vender mi ropa interior en Internet pero solo hice una venta. El cliente quería que me quitara el tanga delante suyo para asegurarse que realmente estaba usado. Al dárselo intentó meterme mano, le di un manotazo y me dijo «te doy 100 euros si te vienes y follamos».

Ahí me asusté y le dije que no, claro. Como esto no funcionaba decidí dar el paso y dedicarme a la prostitución. Fue un amigo el que me ayudó con el tema de los anuncios. Me orientó para que todo fuera lo más seguro posible.

¿Disfrutas alguna vez trabajando?

El 99,9 % de las veces me limito a estar. Casi nunca me he excitado aunque intento, ya que me ha tocado este trabajo, ser lo más profesional posible y meterme en el papel de lo que esa persona quiere de mí. Intento leer su expresión corporal y debo saber qué quiere, cómo lo quiere, de qué quiere que le hable casi sin que él me comunique nada.

Hay que ser realista, él me está pagando porque quiere algo de mí, sexo, apoyo psicológico, lo que sea. Tengo que olvidarme de mí y centrarme en él. Solo he disfrutado plenamente en dos ocasiones. La primera fue con un chico muy, muy guapo, parecía modelo. Tenía novia pero recurría a mis servicios, pedía discreción absoluta. Y la otra fue porque el chico me gustaba y casi me llegué a enamorar. Dejó de ser cliente, llegamos a ser amigos sin derecho a roce, con el tiempo. No sentí que me tratara como una prostituta, sino como a una persona normal.

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