Las pesadas botas se hundían en el espeso manto de nieve que parecía tornarse azulino conforme se adentraba en el angosto bosque. Hacía frío, tanto, que remolinos de vapor emergían de los desnudos y nervudos hombros de Viggo; sus pectorales, férreos y adornados por intrincados tatuajes y escarificaciones, temblequeaban al compás de la costosa respiración a falta de túnica y abrigo. Bocanadas grisáceas le brotaban de las fosas nasales y de entre los labios, sobre los que se escarchaba un bigote de puntas rucias.
Atrás, muy atrás había quedado el chisporroteo del fuego royendo, muescando la madera, y el ajetreo de las gentes en torno a las hogueras. Atrás también quedaba el olor del juilskinka[1] y, en especial, el sabor de la jólaöl[2]. Arreciaba aún más el frío, un frío cortante como el filo del hacha que empuñaba en la zurda y cuyo fulgor retaba a los robles maduros que se elevaban imponentes, sobreviviendo a la tala de los constructores de barcos. Y, de pronto, de la nada, surgió un punto de luz que palpitó.
Viggo controló la tiritera que amenazaba con atacarle las rótulas y subyugarlo. Había nacido convencido de que tendría un lugar de honor en el Valhalla[3]. ¡Lo sabía, lo sentía! Y lo había estado demostrando desde que dio la primera bocanada de aire, mas no se conformaba con poemas y cantos alabando algunas de sus hazañas, pues, un día, las voces que las entonaban callarían, corroídas por el paso del tiempo. Sus hijos y los hijos de sus hijos y a la vez el resto de sus descendientes acabarían encontrando un final que terminaría con su estirpe, por ello, proseguía con la procesión a través del bosque sagrado. El antaño calor de la sangre del blót[4] que le coloreaba la cara de frente a mejillas, y hasta el barbudo mentón, había muerto dejándole una sensación pegajosa. De las comisuras de los azulados ojos afloraban diminutas y cristalinas gotas igual de saladas que la mar sobre la que surcaban los snekkar [5].
Aquel punto de luz levitó entre los árboles y se aproximó a Viggo irradiando destellos de colores, los mismos colores zascandiles de la aurora boreal.
El hacha que formaba parte de la extensión de la mano zurda, del mismo modo que la palma o los dedos, siseó, presta a ser usada, no obstante ¿contra quién? ¿Contra la danzarina y luminiscente pompa? Viggo carraspeó, apretando el mango, y observó de soslayo el refulgente círculo que quedó suspendido en el aire, iluminándole la faz de fulgor multicolor.
De la esfera no surgió sonido alguno, ondeó en el aire unos segundos y latió en un ademán para que la siguiera antes de ponerse de nuevo en camino.
El frío estaba ralentizando el bombeo del fuerte corazón de Viggo, entumeciéndole los músculos y atontándole el cerebro. De hecho, el temblequeo y el castañeteo de dientes eran incontrolables y consecutivos a la perdida de sensibilidad en los dedos. De no moverse, moriría, y de hacerlo tras la estela de la esfera, puede que también. Decidieron los pies por él y marcharon, marcharon…
Lloró agua nieve del cielo nubarrado por encima de las altas copas de los árboles, y no aguó el compacto manto blanco por encima de las doradas fíbulas[6] engarzadas en las rastrojeras sobre el pantalón de Viggo.
El punto de luz guió al hombre bosque a través, hasta una casucha de tejado de tepe arropada por vetustas coníferas. En la puerta entreabierta se encontraba tallado el símbolo de vegvísir,[7] que llameaba erosionado por unas enrojecidas ascuas. Sin demora, la pompa se introdujo en la casa y esperó a que él hiciera lo propio.
Resquebrajado por el frío, accedió, consciente de que el solsticio de invierno alimentaba el de por sí poder ancestral que colmaba al bosque, y que su muerte, como la de todos, estaba hilvanada en el tapiz del destino y no había forma alguna de huir de ella. Así que empujó la puerta.
—Viggo Auðunsson —entonó Kraka dentro de la casa, y bajó la barra transversal del telar para encajarla sobre los soportes de madera. El chisporroteo del fuego en el hogar ubicado en el centro de la estancia no disimuló el sonido que hizo al pronunciar su nombre. Fue un sonido semejante al del graznido de un cuervo. Sin volverse, paseó las puntas de los dedos de la mano diestra sobre el tejido, acariciando el patrón.
A Viggo, bajo el dintel de la puerta, le pareció que el frío se le sacudía del cuerpo y observó atónito a la esfera que levitaba sobre las llamas, bailoteando entre el humo que subía por la claraboya y se desplazaba por detrás de Kraka, situada a espaldas de la puerta; a continuación, bifurcaba ante ella y desaparecía. Eso sí, no sin antes brillar con tal intensidad en el lado izquierdo del rostro de esta, que el fulgor se filtró entre las oscuras y largas hebras de la cabellera.
—Mujer, una luz me ha… —comenzó a decir cuando Kraka viró hacia él.
Continuará…
Autora: Andrea Acosta. Texto corregido por Silvia Barbeito y dedicado a @Beka_Von_Freeze.
Uppland, Suecia, 21 de diciembre, jul[1] del 796 d.C
[1] (Nórdico Antiguo) Júl o Jól era un festival celebrado cada solsticio de invierno y que duraba doce días. El cristianismo lo asimiló a la Navidad.
[1] (Nórdico Antiguo) Jamón.
[2] (Nórdico antiguo) Cerveza especialmente elaborada para el Júl.
[3] Del nórdico antiguo, Valhöll, (salón de los caídos) es un enorme y majestuoso salón ubicado en la ciudad de Asgard, gobernada por el dios Odín.2
[4] El blót era el sacrificio que los paganos nórdicos ofrecían (hoy en día, ciertas religiones de dicho origen siguen practicándolo) a los dioses y a los espíritus de la naturaleza.
[5] El snekke, en plural snekkar era el barco de guerra por excelencia de los vikingos, concebido para navegar por el Atlántico Norte. El nombre que recibían significa serpientes.
[6] Piezas metálicas utilizadas en la antigüedad para unir o sujetar prendas.
[7] Símbolo mágico también llamado/conocido como «la brújula vikinga».