Los antecesores de 50 sombras de Grey

¿A quién no se le hace la boca -o lo que sea- agua cuando lee «Ven, vamos a la cama. Te debo un orgasmo»? La literatura erótica, esa por la que daba vergüenza preguntar en las librerías hace no muchos años, ha vuelto a las estanterías de la mano de 50 sombras de Grey. El mundo ha recordado gracias a E.L. James que no solo de poesía ñoña y novelas históricas vive el hombre y el público ha reaccionado con más de 35 millones de ejemplares vendidos en todos los rincones del planeta. El sexo gusta, y mucho, ya sea practicándolo como viéndolo o leyéndolo.

Lógicamente, el sexo no es la flor de un día, sino que ha estado presente en todas las sociedades de todos los tiempos. Este tema interesa desde que las primeras personas pisaron la Tierra y comenzaron a reproducirse y, a su vez, a reflejar su interés por el sexo como algo más que una forma de perpetuar la especie. Más allá de las primeras y prehistóricas representaciones artísticas en cerámica, esculturas y grabados, los primeros que decidieron escribir sobre esta materia fueron los egipcios, quienes se veían atraídos especialmente por las diosas que regían su religión.

50 sombras de Grey ha devuelto al sexo al escaparate de las librerías. (Foto: eldeforma.com).

A través de grabados, esta civilización representaba habitualmente posturas sexuales, con habituales guiños al lesbianismo y al sexo oral. Fueron los griegos quienes crearon las primeras obras eróticas como tales hacia el año 400 a.C. En torno a esa fecha vio la luz Lisístrata, una obra de teatro de Aristófanes que reflejaba cómo la cultura griega tenía un gran interés por el sexo, protagonista habitual de poesía, teatro o relatos orales.

Hace unos 2200 años nacía el primer libro pornográfico, Los relatos de las cortesanas. Luciano -el mismo que acuñó el término de lesbiana para definir la homosexualidad femenina- presenta los diálogos y las historias de varias mujeres que se cuentan sus experiencias y conocimientos sexuales para conseguir excitar a los lectores de hace más de dos milenios. Gracias a esta literatura el erotismo impregnaba estas antiguas páginas e iba pasando de generación en generación hasta llegar a la actualidad.

El sexo llega a todo el mundo

Los romanos, firmes defensores de las bacanales y fiestas relacionadas con el sexo, tampoco se quedaban atrás al compararse con los griegos. Figuras de la talla de Ovidio reproducían el gusto de esta civilización por la sexualidad literaria. Los siglos pasaban y las sociedades de todo el globo iban añadiendo a su día a día el sexo como entretenimiento. Que se lo digan a los indios, autores de una de las más famosas obras de este tipo de todos los tiempos, el Kámasutra. Atribuido a Mal-la Naga Vatsiaiana, este libro describe técnicas y consejos para el arte de hacer el amor y ha llegado a nuestros días tras recoger los conocimientos de esta sociedad hace la friolera de 1600 años.

El Kámasutra es una obra erótica conocida en todo el mundo. (Foto: maestroviejo.wordpress.com).

Más sorprendente, por inesperado, puede ser el caso de Las mil y una noches. A muchos les sonarán sus cuentos de cuando eran pequeños, pero lo cierto es que esta obra contiene contenidos no aptos para todos los públicos. Además de temas de todo tipo con la sexualidad como denominador común, este escrito musulmán del siglo IX presenta las infidelidades en las relaciones.

Con la llegada de la Edad Media a Europa, el viejo continente experimentó el auge del amor cortés. Esta literatura se aleja del sexo como tal, del sexo como puro erotismo, provocación y excitación de ese lector con ganas de darse una alegría mientras da rienda suelta a sus pensamientos más ocultos e imagina todas esas fantasías que el papel y la tinta incluyen.

La tendencia de este amor formal y cortesano dice adiós con la irrupción del Renacimiento y su tratamiento literario del sexo, con temas tan polémicos como las relaciones en un convento entre los monjes y las monjes que conviven entre esos muros. Es Bocaccio quien en su Decamerón presenta esta truculenta y morbosa historia, que en los años 50 del siglo pasado despertó polémica en EEUU e Inglaterra, pues se quemaron ejemplares a causa de la provocación de estas páginas. A pesar de que el público de estas obras no era escaso, pues si algo caracteriza a las personas es su gusto por el sexo en todas sus posibilidades, existía cierta vergüenza o pudor por parte de los escritores para elaborar literatura de este tipo.

La Inquisición no puede con el sexo

El siglo XVI había llegado a los calendarios y con él publicaciones, esta vez en España, como La Celestina. Esta alcahueta trata de unir a los jóvenes Calixto y Melibea en una relación con tanto contenido amoroso como carnal, pues Fernando de Rojas describe sin pudor los encuentros sexuales de esta joven pareja. España no destacó por su literatura erótica, pues el puritanismo de la Inquisición impedía que los escritores dieran rienda suelta a su imaginación sexual, pues como bien sabe el lector, las fantasías nunca escasean.

Por suerte para la literatura, los tiempos pasaron y por fin la literatura llegó al papel y a la pluma de los autores. La pornografía en el sentido en el que hoy es comprendida nacía en el siglo XVI de mano de personajes-mito como el Don Juan, ese galán que corteja a toda mujer que le atrae y consigue todo lo que desea de ellas tras conquistarlas, aunque con el drama de no poder hallar el amor. Los libros eran la válvula de escape para una sociedad muy encorsetada, cual corsé ciñendo los cuerpos de esas mujeres que protagonizaban relatos sobre la prostitución, la sodomía e incluso el sadomasoquismo.

La Ilustración francesa fue la llave que abrió la puerta para que la literatura erótica penetrara en todos los sectores de la sociedad. El espíritu crítico y satírico de estos pensadores se hacía ver en sus publicaciones a través de ataques a la Iglesia católica por la represión sexual vivida. Era muy habitual escribir fantasías y relatos ficticios sobre miembros de la nobleza como María Antonieta, protagonista de irreales orgías e incestos. Inglaterra, tradicionalmente casta y sobria sobre estos temas, también tuvo representantes de esta literatura hasta generar una polémica que ha llegado hasta el siglo pasado.

Cleland llegó a tal extremo de sátira y carga erótica con su Fanny Hill que su obra fue censurada a pesar de no incluir un vocabulario obsceno o grosero. Aunque el autor incluyó hasta 50 sinónimos de la palabra pene, fue encarcelado, si bien su obra siguió imprimiéndose. Su posesión fue ilegal en Estados Unidos hasta 1964 y en Reino Unido hasta el año 1970 en una muestra más de que la literatura sexual ha superado no pocos obstáculos.

Fanny Hill refleja cómo el sexo en la literatura siguió expandiéndose. (Foto: hyperbole.es).

El masoquismo penetró en los libros gracias al Marqués de Sade, que en sus 120 días de sodoma trataba la violencia exacerbada y reproducía las historias más depravadas, con abusos, perversión y con una constante presencia de vicio. El siglo XVIII se retiraba mientras daba paso al XIX, cargado de una nueva tendencia: el Romanticismo. Esta modalidad destaca el sufrimiento psicológico así como la pasión del amor. Aunque no alcanza la obscenidad de estilos previos, son constantes las luchas entre lo permitido y lo prohibido.

La censura castiga la novela erótica

Flaubert, con su conocida Madame Bovary, y Baudelaire, por Las flores del mal, fueron encarcelados por los contenidos de sus obras. Así se refleja que a pesar de las libertades que se habían ido consiguiendo, la censura y las imposiciones impedían que el sexo y temas controvertido pudiesen verse reflejados en libros y acabar en manos de los lectores, cada vez más deseosos de obras con la sexualidad como protagonista.

Como siempre ha sucedido, basta con prohibir algo para que esto cuente incluso con más frecuencia y alcance más popularidad. La literatura sexual alcanzaba incluso el salvajismo, el masoquismo y demás modalidades de humillación de las que han bebido autores modernos como E.L. James para elaborar su trilogía de 50 sombras de Grey. Como se suele decir, está todo inventado.

Nabokop y su Lolita muestran las distintas tendencias de la literatura erótica. (Foto: sparse.fr).

El siglo XIX moría y en los primeros años del XX la pornografía y los relatos eróticos y con carga sexual eran ya el pan de cada día, eran cada vez más habituales y los lectores tenían muchas fuentes de este tipo de literatura. En estas décadas destaca Felix Salten, que relata las aventuras sexuales de una prostituta de 50 años cuando contaba entre 5 y 12 años. Curiosamente, este autor también escribió la infantil Bambi. Por suerte para la infancia de muchos niños, fue capaz de separar ambas temáticas.

Las libertades conseguidas en los últimos cien años ha conseguido que el sexo se haya convertido en compañero de géneros como el de aventuras, historia, fantasía o de terror en las librerías y bibliotecas de buena parte del mundo. Uno de los escritos eróticos más destacados, además de polémico, fue Lolita, firmado por Nabokop. En él se presenta la historia entre un hombre adulto obsesionado con las menores de edad de entre 9 y 14 años con una joven que consiente la relación.

La llegada del nuevo milenio ha permitido una mayor libertad para expresar cualquier contenido de carácter sexual sin los tabúes y la vergüenza de otra época. De Diario de una ninfómana se ha llegado al fenómeno de 50 sombras de Grey, que ha devuelto a la luz de los focos el género de la literatura erótica. Mucho se ha hablado de esta saga, con muchos millones de ventas a sus espaldas, pero poco de que su autora no ha creado un género nuevo sino que ha recogido el legado de un estilo de escritura muy presente desde que el ser humano se atrevió a escribir sus fantasías y sus sueños en una piedra, un pergamino, un papiro o en el actual papel.

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