«Buena forma de empezar la semana», era lo único que podía pensar aquella noche al ser consciente de la cantidad de páginas que todavía me quedaban por escribir. Miré el reloj y me fijé que hacía rato que había pasado la medianoche. Sin embargo, vi necesario levantarme una vez más para hacerme otro café.

Todavía me quedaba por delante la redacción de varias escenas para poder finalizar el capítulo. Una de ellas, era la esperada, «la de la cama» y no dejaba de sentirme tan estúpida al ver que no era capaz de escribir nada. Lo reconozco, saqué demasiado pecho en la última conversación con mi editor.

Aquella noche: bloqueo de escritora

Estaba terminando de dar vueltas con el cigarro por el salón, cuando escuché que ya estaba subiendo el café y dejé de estar centrada durante unos minutos en mi bloqueo artístico para ir a servirme una nueva taza.

Acababa de terminar de verter el contenido de la cafetera en el vaso cuando noté que besaban mi cuello de forma apasionada pero no excesivamente violenta. Sorprendida, no entendía que estaba sucediendo del todo, hasta que vi un par de mechones negros, despeinados, bajando por mi escote y noté que era ella.

El contacto más brutal comenzó cuando me relajé. Me giró para ponerme de espaldas a la encimera. No terminaba de reconocer las facciones de su rostro. Era debido a lo oscura que estaba la cocina. Sin embargo, estaba segura, decidida y simplemente me dejé llevar. Quería ser manejada en ese momento.

Aquella noche en la cocina

Comenzó a besarme con fuerza. Mientras sujetaba mis muslos, en cuestión de segundos, me había cogido y levantado para sentarme sobre la cerámica. Mi cuerpo golpeó la taza de café y la derramó. No me importaba, no estaba pendiente en como el café caliente había manchado mi pierna por debajo del camisón.

Me separé del beso para intentar coger aire y fui a lanzarme. Sin embargo, ella me agarró del cuello y me frenó en seco. Ladeaba levemente los dedos para acariciarme mientras apretaba. Sin soltarme y apretando con más intensidad a cada rato, metió su mano derecha por debajo de mi ropa interior y sin hacer un gran esfuerzo consiguió penetrarme con ella repetidas veces sin dejar de mirarme.

Empecé a gemir sin poder, y sin querer, controlar el volumen y sabiendo que, contra más lo intensificará, más notaría como sus dedos se clavaban en mi garganta, lo cual me excitaba muchísimo más. Me concentré en esa sensación, cuando noté que se paró en seco, soltó mi cuello y salió de mi vagina.

Aquella noche: sueño erótico

Parte de mi flujo corría por mis muslos y creo que llegó a mezclarse con el café con el que me había manchado al sentarme. Yo seguía mirando esa silueta oscura, de la que podía distinguir algunos aspectos como la complexión de su cuerpo o una pequeña desviación en el tabique nasal.

A los pocos segundos de estar ahí, parada y quieta, se agachó, dejando su cabeza a la altura de la encimera. Me quitó las bragas y se agarró de mis piernas con fuerza, haciéndome daño, mientras me lo comía.

Cerré los ojos y me apoyé sobre un pequeño armario que tenía detrás. Me había decidido por disfrutar del momento y no volver a intentar lanzarme de forma impulsiva sobre ella cuando todo paró y ya no notaba nada. Abrí los ojos.

La taza de café estaba a mi lado derecho, perfectamente echada. No se había derramado ninguna gota. Yo tenía las bragas puestas y no había nadie conmigo en la cocina. Ese fue el momento, en aquella noche, en el que me percaté de que el bloqueo artístico había desaparecido.

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