No hace falta ser un gran aficionado al arte, al Barroco, a la escultura, a Bernini, a la religión, a la vida y obra de Santa Teresa de Jesús o todo a la vez para quedarse extasiado al observar esta magnífica combinación en la iglesia romana de Santa María de la Victoria. El trabajo del maestro italiano sobre el mármol refleja a una santa que recibe la visita de un ángel que le va a clavar una flecha en el pecho. La expresión facial de Santa Teresa de Ávila refleja, efectivamente, un éxtasis cuya vinculación con el placer sexual del orgasmo ha acompañado a esta obra maestra de Gian Lorenzo Bernini.
El pintor, escultor y discípulo de Miguel Ángel se apoya en el Libro de la Vida de Santa Teresa de Ávila, en el que la religiosa plasma sus experiencias vitales y espirituales en su contacto con Dios. En primera instancia, podría parecer una obra más de carácter religioso y sensorial, pero es el tono sensual e incluso erótico de uno de sus episodios el que ha generado una duda centenaria. Este es el fragmento en el que se apoya el autor para su obra de arte:
«Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal (26), lo que no suelo ver sino por maravilla (…). Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos (29), y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento».
El autor italiano rondaba ya los 50 años cuando recibió este encargo, que en siete años entregó tras convertir un bloque de mármol en 351 centímetros de una de las grandes expresiones artísticas de una época rica como la barroca. Una de las más grandes muestras de la categoría del Éxtasis de Santa Teresa es que Bernini no se concede apenas licencias estilísticas, sino que se empapa del relato del Libro de la vida y selecciona esta secuencia para expresar eternamente esta visión.
Los dos Éxtasis de Santa Teresa
La interpretación literal e inocente de este escrito de Santa Teresa lleva a pensar que la visita angelical y su contacto divino la llevó a una dimensión inalcanzable e incluso sobrenatural. La experiencia sobrecogedora se adentra en sus entrañas, accede a su alma y refuerza su compromiso y amor hacia Dios merced a su enviado, un ángel que clava en ella la flecha del fuego del Señor en lo que sería algo más que una visión.
Por su parte, el observador perspicaz de esta escultura aprecia en el rostro de la religiosa un rictus que se aproxima al orgásmico, a una de las máximas expresiones del disfrute humano. Bernini recoge una concepción más sexual de estas líneas de la santa y las esculpe para mostrar que la llegada del ángel, que en esta pieza se prepara para clavar en ella la flecha del fuego divino, produce en la protagonista esta explosión de sensaciones.
De vuelta a las páginas del Libro de la vida, el relato de Teresa puede entenderse a modo de penetración, ya que describe cómo entra y sale de ella y de su interior un dardo de fuego que abrasa sus entrañas, en lo que sería una referencia fálica para los defensores de esta tesis sexual. El escrito explica cómo se trata de un placer más espiritual que físico y que en ningún caso desearía que terminara, que cesara. Se trata de un éxtasis insuperable, creado y ejecutado por Dios a través de su enviado celestial y su ardiente flecha.
También conocido como La transverberación de Santa Teresa, su escultor refleja este delirio con unos pliegues cuyas curvas expresan sensualidad y delicadeza sobre el cuerpo femenino. Los rasgos faciales cuentan con unos ojos entreabiertos, que combinan el éxtasis que le genera lo que está ocurriendo y la devoción sensorial íntima; la boca está abierta y dibuja una tenue sonrisa, que en el común de los mortales suele ir acompañada de un gemido en un momento de placer inmenso; y la postura tumbada enseña a una santa sumisa y presta a recibir la flecha ardiente del querubín.
La imposibilidad de consultar a Gian Lorenzo o a Santa Teresa de Jesús si el evento fue de deleite religioso u orgásmico mantiene abierto un debate que refuerza uno de los grandes leit motiv del arte: hacer reflexionar a quien lo ve y que solo el autor conozca el secreto de la respuesta. Por tanto, la mejor manera de dilucidar esta controversia pasa por visitar Roma, entrar en el templo de Santa María de la Victoria y observar, que no mirar, esta escultura.
Nadie puede garantizar que dos horas de observación minuciosa vayan a ser suficientes para formar una opinión y poder jurar y perjurar que en una iglesia hay una santa teniendo un orgasmo. Tampoco es garantía para espantar esa visión sexual y confirmar a los más promiscuos que la santa «simplemente» había entrado en contacto con Dios.
Ahora bien, si esta duda alimenta las ganas de conocer más sobre el Barroco, Bernini o la cultura detrás de los escritos de Santa Teresa de Jesús, esta escultura ya habrá conseguido su misión: deleitar a la mirada y llevar al éxtasis intelectual. Que este éxtasis artístico sea orgásmico o divino ya es otra historia.