Humo. Por toda la habitación. El ambiente está cargado, los cristales empañados. Donde mire solo hay humo.

Tengo calor, las sábanas están empapadas. El sudor corre por mi espalda, me moja la cara y mi pelo está desordenado. El viejo cabecero de madera hace ruido contra la pared cada vez que me muevo. Hay una bufanda de un equipo de fútbol colgada en la pared y una foto familiar en una comunión en el escritorio. Papeles, muchos papeles y el ordenador encendido, con música de fondo… California Dreamin’.

Me cuesta respirar. Me da vueltas la cabeza. Hay mucho humo en la habitación. Una botella medio llena preside la mesita de noche. Cenizas, mechero y una tarjeta completan el singular bodegón.

«-¿Estás bien?

-Tengo calor.»

Cuando él abre la puerta entra una bocanada de aire fresco que me hace volver en mí.

«-Cierra.

-¿Ya no tienes calor?

-Es que se va el humo.»

Me mira fijamente a los ojos mientras chupa una papelina. Cojo la botella, vodka blanco, y tomo un chupito. Hoy vamos fuertes.

Son las dos de la mañana y ya no me tengo en pie. Escucho como se enciende un mechero y ese olor… tan característico, tan embriagador. Solo le veo la espalda, lo escucho aspirar, fuerte. Se da la vuelta y mientras se sacude la nariz, me besa. Sabe a todo menos a un buen final. Se separa de mi para fumar falsa alegría mezclada con tabaco. Aspira. Abro la boca. Me lo echa. Noto como el humo entra en mis pulmones y como mi cuerpo se relaja. Lo hace de nuevo. Más humo. La cabeza me da vueltas, esa sensación.

Foto: tumbler/ Más humo.

Me incorporo mientras él baja, quiere de esa droga que solo yo puedo darle. Mientras noto su lengua mi respiración se acelera. Agarro fuerte la botella y doy un buche. Me mete un dedo y escupo parte del vodka que tenía en la boca. Va cayendo, despacio, por mi cuerpo. Él va subiendo y seca con su lengua los restos de alcohol de mi pecho. Me pone la boquilla en los labios. Fumo. Cierro los ojos. Me da la vuelta y se pone encima. Noto como entra su polla en mí. Despacio. Noto como va echando humo sobre mí. Hace calor. Sudo. Él me folla. Todo es perfecto en medio de la decadencia que reina en estas cuatro paredes.

«-Dame más.»

Fuerte. Me pone a cuatro patas. Y me folla. Noto el frescor del vodka en mi espalda. Noto como salpica cuando me azota con la mano. Noto el humo de su boca invadirlo todo. Grito. Gimo. Me dejo llevar. Esto es demasiado bueno. Mi corazón va más rápido de lo que debe. Podría morir en este instante y no me importaría.

Foto: Favim.com/ Podría morir en este momento.

Se pone de pie y me arrastra. Me coge en peso y me pone contra la pared. El frío de la pared hace que mis pezones se pongan en alerta, él me los pellizca. Me dice que soy su perra. Yo solo puedo gritar. Folla fuerte, folla duro. Me suelta y caigo de rodillas. Lo deja caer sobre mi cara. Caliente, espeso… y dulce. Paso la lengua por mis labios y su polla, jugosa y apetecible.

Mientras me limpio, se deja caer en la cama. Vuelvo a mi estado de irrealidad, necesito tumbarme otra vez. Estamos los dos en silencio, casi sin hablar, no hace falta, tampoco tenemos fuerzas para ello. Mis ojos empiezan a cerrarse mientras lo oigo hablar, de fondo:

«-Tú de niña buena no tienes nada.»

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