Estaba nerviosa y se lo noté nada más verla. Había estado toda la semana haciendo chistes y riéndose del asunto, pero justo llegado el momento, todo esto se había hecho real para ella. Para mí no, yo ya estaba acostumbrado. Por aquel entonces, me costaba contarle a la gente que iba a locales liberales. Lo llevaba en secreto, ya que las pocas que había insinuado el tema, la gente había reaccionado con cara de desaprobación.
Se convirtió en mi secreto, en una especie de vida paralela, y eso, me gustaba. No sé qué fue diferente con ella, bueno sí, que es cómica. Los cómicos se ríen de todo, ¿no? Allí estaba esperándome, más despampanante que nunca, pero con la cabeza metida entre los hombros. Le propuse que fuésemos a tocar unas cervezas antes de ir al local.
Le pregunté si estaba muy nerviosa y me dijo que un poco. No sé si te a ti pasó la primera vez que fuiste a un local swinger, pero por lo general, la imaginación hace estragos. Tendemos a imaginar circunstancias inespecíficas. Creo que lo llaman incertidumbre. Eso sentía ella, incertidumbre. La que puedes experimentar cuando no sabes bien que te vas a encontrar, incluso ni cómo voy a reaccionar tú acompañante, ya que tampoco me conocía tanto.
Con los tragos de la cerveza parecía que sus músculos se destensaban, creo que se olvidó de qué hacíamos allí, ni a donde nos dirigíamos. Hablamos de todo y de nada, de su curro del mío. De cosas intrascendentes, como hacíamos siempre. Al cabo de un rato, le propuse pedir la cuenta y partir, su cabeza volvió a colocarse entre los hombros. El viaje en metro se me hizo eterno, supongo que por las ansias que tenia de llegar. Tengo que reconocerlo, me excitaba mucho que ella estuviese tan nerviosa.
No sé qué clase de filia sádica o narcisista debo tener, el caso es que su inocencia hacía que no pudiese aguantar más las ganas.Por fin llegamos a la puerta del local, yo me fijaba en cada mueca de su boca, en cada dirección a donde apuntaban sus ojos. Quería empaparme de ella, de sus dudas y de sus miedos. No me miraba, creo que sentía vergüenza por estar reconociéndome que quería ir a un sitio así.
Si yo vivo allí, pensé para mis adentros. Entrar la relajó muchísimo. Darse cuenta que no pasaba nada, que aparentemente sólo es un bar normal y corriente. Exceptuando alguna salvedad, claro. Nos emborrachamos, y notaba cómo poco a poco volvía la cómica a escena. Fuimos a un reservado (bueno, por llamarlo de alguna manera). Era una habitación con escotilla, si la subías, permitías a la gente del exterior que te pudiese ver.
Nosotros la dejamos abierta. A veces venía gente a mirar, veían que sólo estábamos charlando y se iban decepcionados. Nos reímos mucho. El lugar invitaba a la conexión: una luz tenue, un whisky por cabeza, música de fondo y colchones cómodos, en lo que es, una aparente intimidad. En realidad, yo he sentido mucha más intimidad en ocasiones, estando allí, que en la soledad de mi cuarto con alguna persona.
Ella me buscaba, sabía que estaba cómoda, pero me sorprendió ver lo rápido que había procesado todo aquello. Decidí hacerme desear un poco, sabía que si era ella quien quería buscarlo, también sentiría el control de la situación. En el punto muerto, le propuse ir a cambiarnos. Accedió y bajamos hasta los vestuarios. Comenzamos a ver los primeros desnudos y de nuevo, cotejaba su rostro. Todo en orden.
Nos anudamos la toalla y salimos afuera. Hice de relaciones públicas improvisado del lugar y le enseñé el sitio. Pronto encontramos un lugar donde quedarnos. Una vez allí comenzaron los besos y el juego. Después vino la masturbación y finalmente la penetración. Me di cuenta que no quedaba un atisbo de censura en su actitud, se había hecho dueña y señora del sitio. Contabilizó varios orgasmos y ahora ella quién se sentía la reina swinger.
Paramos y estuvimos charlando otro rato largo. A veces pasaban parejas cerca de nosotros y miraban buscando alguna señal de interacción por nuestra parte, nada. En un momento dado, caí en la cuenta, que el rincón donde estábamos, la parte del techo se encuentra abierta y si te asomas, da a otra habitación. Me levanté y miré. Me llevé cierta sorpresa porque no esperaba encontrar nada allí. Sin embargo, allí estaban, una pareja haciendo el amor.
Le invite a ella a venir y nos quedamos mirando por encima de su techo. Se dieron cuenta, pero no reaccionaron mal, al contrario. Nosotros nos apartamos por inercia. No exagero, si te digo que en menos de dos minutos estaban con nosotros. Dieron la vuelta al recinto y vinieron a buscarnos. Nos propusieron un intercambio.Nosotros no habíamos hablado sobre esto, y yo intuía que ella no iba a estar por la labor. El tío insistía mientras su pareja aguardaba en la retaguardia.
Él la estaba comenzando a acariciar. Estuve a escasos segundos de saltar a por él. No es que sintiese celos, mi razón era que ella le estaba diciendo que no. A punto estuve, cuando de repente me di cuenta que su negativa estaba comenzando a tornar en deseo. Se estaba comenzando a dejar querer. Entonces me miró y creo, que leyó en mi rostro: “si te apetece, adelante”.
Así fue su primera experiencia liberal.