Hace unos meses, apoyado en las contrabarreras de una rural plaza de toros, dos chavales, en el fragor de la batalla contra el vino malo, me hicieron una confesión que cambió mi parecer acerca de la profesión más antigua del mundo.
Hasta entonces pensaba que yo era un rara avis entre los jóvenes, pero resulta que no. He estado con algunas prostitutas, mujeres y travestis, que sin efectuar el pago, me han satisfecho como al que más. Llevo ya unos años, con intermitencia, acudiendo a casas y meublés para recibir mi ración de sexo convenida. No llevo traje, ni tengo mujer, ni hijos, ni trabajo, ni más de 25 años. Soy profundamente de izquierdas, progresista, ni muy guapo ni muy feo, tengo estudios y me puedo considerar defensor de putas y puteros.
¿Existe de verdad un dilema moral?
Estos chicos, algo más mayores que yo, me confesaron que iban ‘de putas’ asiduamente con el dinero que ganaban en las apuestas. Chicos que pueden ser sus hijos, sus primos o sus sobrinos, estudiantes universitarios, pongamos de Filología Inglesa, que eran clientes habituales de un conocido prostíbulo de carretera, pongamos que se llama Club Kingston.
Leer ‘La última anécdota de Jimmy Redhoe’, por Jimmy Redhoe
“¿Y por qué no?”, pensé. Ser consumidor de prostitución se debe a muchas razones. La mía es quizá por llenar un vacío afectivo que ninguna mujer ha sabido llenar. Seguramente que la de la mayoría de los clientes sea satisfacer un deseo sexual que de no ser por ellas acabaría resolviéndose en una página porno, pero no seré yo quien actúe como los moralistas que escriben en diarios de tirada nacional haciendo uso de todo tipo de malabares para no escribir en primera persona.
He leído muchos artículos recientes que se alarmaban por el descenso en la edad de los clientes. Los intrépidos periodistas necesitan reproducir las frases que ‘expertos’ en indicadores, sociólogos y estadistas les han dicho en un encuentro que califican de cuasi científico.
Ah, y que no falte la visita a un prostíbulo para comprobar que dos tipos jóvenes están tomando una copa en la barra y sujetar así un titular con un andamiaje ordinario, propio del argumentario del que pretenden huir. Para sentenciar y cerrar carpeta de esa forma tan vulgar les hubiese bastado pasarse por un Luckia. Tratan – lo comprobarán si los leen – como a animalillos de laboratorio a los cuatro de cada diez hombres (Europa Press) que alguna vez han requerido de la compañía de una profesional.
Somos la supina bajeza moral de la raza blanca, bloqueamos la formación de gobierno e instigamos a Gavrilo Princip al asesinato del archiduque Francisco Fernando. A los ‘puteros’ se les califica de machistas por el simple hecho de hacer consumo de un servicio que se oferta, pero ninguno de los periodistas que se ha aventurado a hablar con gurús de la convención social lo han hecho con prostitutas y consumidores.
¿Saben de verdad los que hablan de lo que hablan?
Miento, Irene Hdez. Velasco, periodista de El Mundo, comienza su escrito presentando a dos jóvenes universitarios, Lucas y Javier, clientes de prostitutas callejeras – como se las conoce en el argot -, que se pierden sin previo aviso a partir del tercer párrafo y a los que recordaremos como dos inconscientes que contratan los servicios de una puta de Madrid sur y condenan después la prostitución. Y en mi imaginación les veo yendo a diez por hora mofándose (“observando divertidos”, como expresa Irene Hdez. Velasco) de las chicas allí presentes desde su Ford Focus, en el teaser de una película quinqui de José Antonio de la Loma.
Pero no, de la prostituta no se habla. Cuando lo han hecho, ha sido con aquella que ha sido víctima de extorsiones, de una mafia, de trata de blancas o de un engaño en una oferta de trabajo en un país extranjero. Y aunque me sienta muy cuñado escribiendo estas líneas, es de ley defender y dar voz a todas aquellas chicas que trabajan libremente con su cuerpo. Y vendrán, lo sé bien, a decirme que ninguna es libre. Y mentirán, lo sé bien también.
Es de ley defender y dar voz a todas aquellas chicas que trabajan libremente con su cuerpo
Les y nos, porque aunque nunca he pagado me incluyo, tratan de factor caudal en el fracaso de la erradicación del machismo. El feminismo no se trata de dejar de consumir prostitución, se trata de educar en valores, y entre ellos está saber cómo tratar a una mujer. ¿Saben ellos cómo tratan a las prostitutas sus clientes? No, pero creen que sí.
En mis encuentros con scorts, gusto de charlar con ellas, antes y después. Algunas van directamente al grano, como ocurre con algunos los clientes, pero la mayoría intentan hacer sentir a gusto a su acompañante. Probablemente no me importen sus problemas ni a ella los míos, o sí, ¿quién sabe?, pero siempre es agradable pasar un buen rato con alguien que crees cómplice.
El sexo con una prostituta es puro teatro griego, es un drama de máscaras, fingido, ya sea charlando previa o posteriormente al acto o sin mediar más palabra que los gemidos entre las sábanas. Una sonrisa, un beso o un abrazo de la mujer que tú has elegido te transporta durante media hora a un lugar increíblemente bello, donde puedes llegar a sentir verdadero amor si te topas con una buena profesional. ¿Pero y qué son, crudamente, las páginas de contactos? Otra máscara más, un juego de disfraces que se alarga, una banda de avutardas que se contonea absurdamente en el ritual del cortejo.
Con esto quiero decir que en mis charlas, que algunas incluso rozan cotas de lo técnico, he descubierto qué es una prostituta, ese sujeto que se trata en los medios como un objeto de estudio, como una clase social aparte, como una mancha en el currículum de un país manchado. Sólo una me reconoció haber sido víctima de una mafia, el resto de las hetairas, incluida ella, me confesó que en su ejercicio – cuerpo a cuerpo con el cliente – nunca había recibido malos tratos ni vejaciones, sino un pleno consentimiento, un pacto de los límites que cada una pone a su actividad sexual. Asimismo, en esas reflexiones poscoitales, muchas me hicieron saber que en temporada alta ganan dinero suficiente como para tomarse unas buenas vacaciones, cosa que de trabajar en los empleos que ‘genera’ el gobierno de San Mariano de Génova y torero de España sería impensable.
Leer ‘Amarna Miller: “Los límites del sexo son el consenso y la legalidad”’, por Juan Navarro
La situación es diferente en el caso de las chicas travestis. La mayoría reconoce vivir en una situación límite dado que sus opciones de trabajo se reducen a la prostitución. Las empresas del sector terciario aún no han interiorizado la inserción de todo tipo de personas en su mercado laboral, sin discriminación de sexo ni condición sexual. Ellas mismas, resignadas, testimonian que es muy complicado que un hostelero – dado que España es el país de los camareros – ‘corra el riesgo’ de poner de cara al público a unas chicas desestimadas por la sociedad española, que por muy abierta que nos la pinten, está cerrada a cal y canto y no precisamente con siete llaves al sepulcro del Cid.
Descubriendo que el Lapidario no lo escribió Alfonso X el Sabio
Por último, es importante destacar el dilema ético y moral, sobre todo a raíz de los datos que arrojan las últimas encuestas. El 20% de jóvenes no encuentra ningún impedimento político ni religioso en acostarse con meretrices ¿Por qué lo iban a encontrar? La discusión la están creando los medios y los propios ‘expertos’. Entre las perlas que se han publicado, les dejo algunas.
«La prostitución implica violencia de género, una mujer que realiza prácticas sexuales a 10 hombres a cambio de dinero es obvio que es víctima de esta violencia. En mi opinión no se puede regular algo que conlleva violencia de género», apunta García Vicente, profesor de Trabajo Social en la Complutense.
«Los jóvenes incluyen los clubes de prostitución en su ruta de ocio», indica María José Barahona, también profesora de Trabajo Social en la Complutense.
«Por lo general son chavales adictos a la pornografía y a las citas sexuales, que disponen de unos 600 euros al mes y que se lo gastan todo en prostitutas», sentencia Fernando Botana, terapeuta y director de un centro de adicciones de Madrid.
En España trabajan alrededor de 600.000 prostitutas (15 veces la población de Soria y dos la de Valladolid) y son ellas uno de los motores que mantiene la economía a flote, ¿de verdad no merecen un reconocimiento de sus derechos? Con estas frases lapidarias ellos sientan cátedra. Tener un título les da derecho a juzgar y a abanderar causas de las que son a la vez infractor, víctima y abogado.
Se atreven a verter opiniones en base a estadísticas alarmantes sin antes preguntarse por qué España encabeza el consumo de prostitución en Europa (39% de los hombres afirman haber estado con prostitutas), por delante y a una abismal distancia de Suiza (19%). Yo tampoco sé dar una respuesta a las cifras, pero conociendo un poco España se puede dilucidar que en cuestiones sociales somos más África que Europa. Somos la bella confusión del viejo mundo, un país que se autodestruye sin saber del todo quién es su verdugo. Socialmente, políticamente, económicamente y sobre todo y por desgracia, culturalmente.
Leer ‘El negocio de la prostitución’, por Juan Navarro
Nos hace falta leer más libros y menos opiniones catastróficas recogidas en un taburete de madera frente a una cerveza y medio huevo cocido con mayonesa. Porque España está muerta a todos los niveles y es triste ver como el más que muerto Periodismo “observa divertido” a millones de adláteres deseosos de horteradas de plumillas y profesores que además de jugar a juntar letras juegan a ser Bukowski con temas de los que precisamente sólo deberían “observar divertidos”.
Y qué mejor final que unas declaraciones de Mamen Briz, periodista y máster en Género y Políticas de Igualdad entre Mujeres y Hombres y redactora de Página Abierta y Trabajadora, al Huffington Post:
Para incrementar el PIB somos buenísimas, pero para todo lo demás somos los peor porque no tenemos derechos. Mire, putas sí, pero tontas no. Todo el mundo habla de prostitución, se les llena la boca, pero a nosotras nadie nos pregunta. ¿Sabe acaso la Policía lo que se siente al ponerse de rodillas y hacer una felación? No, eso lo sé yo.