«Ese tío tiene pinta de empotrador». Las apariencias engañan, pero jugar de vez en cuando a adivinar las aptitudes sexuales de las personas que nos rodean es una tentación difícil de superar. Más allá de intentar conocer ciertos tamaños ocultos, las dudas sobre la capacidad para empotrar sexualmente no son fáciles de responder a primera vista.
¿Y por qué empotrar? Lo cierto es que es una expresión sexual que se ajusta a dos de sus definiciones de la RAE: «Meter algo en la pared o el suelo, generalmente asegurándolo con fábrica» o la hiperdescriptiva «Incrustar una cosa en otra, especialmente al hacerlas chocar con violencia entre sí». Un pene y una vagina y/o ano se adaptan muy bien a estos conceptos, y ya lo de la violencia depende del ímpetu de cada uno. Empezamos.
El sexo de pie parte con tres ventajas: la innovación, pues no es una postura demasiado recurrente y amplía horizontes sexuales; la recurrencia, ya que se adapta a todos los contextos y puede ser muy útil cuando no hay un catre cerca; y el físico, porque es una variante que puede requerir cierto esfuerzo. La dieta del cucurucho se frota las manos si hoy toca empotrar.
Una vez ya sabemos un poco más de esta opción, toca pasar a la acción. Lo dicho, es una buena excusa para descubrir nuevos rincones del hogar y su punta de erotismo desconocido. Además, es una pose sexual que también da juego a cambios y complementos que procedemos a explicar.
Empotrar cara a cara
El sexo vertical puede llevarse cabo tanto de forma frontal como trasera. La primera de ellas, reservada a encuentros heterosexuales o lésbicos con arneses (no lo olvidemos) cuenta con el siempre interesante morbazo de regodearse de la mirada excitada de la otra persona mientras disfruta lo follado. No es poco, pero es un proceso que se puede mejorar.
Antes de nada, ¿por qué no disfrutar del sexo oral? Es tan sencillo como que un voluntario se arrodille mientras baja la ropa interior de la otra parte y deleite con un buen cunnilingus o una mamada en la que mirar hacia arriba de vez en cuando puede hacer que la palabra «cachondo» se quede muy escasa.
Una vez puesta la carne en el asador, en el cara a cara se puede empotrar tanto totalmente verticales como con apoyos. Si es vertical, la opción de que ambos estén con los pies en el suelo requiere de cierta flexibilidad en la penetración, así como una dosis de lubricante que nunca viene mal para favorecer el coito.
Hombres con buen físico pueden aprovechar y empotrar elevando una pierna femenina, apoyarla sobre su brazo, que a su vez descansa sobre la pared, y penetrar con la fuerza que sea oportuna. Aunque esta postura puede ser un poco cansada, no hay crossfit ni sesión en el gimnasio que supere el placer de quemar calorías así. Además, las bocas quedan muy cerca para morder, saborear, besar o lamer tanto labios como cuello, orejas o lo que surja, por no hablar de gemir al volumen que corresponda.
El siguiente paso es la llamada «pinza«, en la que la chica se aferra con sus piernas a la cintura del empotrador y reposa su espalda contra la pared más cercana mientras folla literalmente en el aire. Una buena resistencia física contribuye a disfrutar de esta postura, que permite transportar a la chica y llevarla a la mesa más cercana.
Una vez en la mesa, la parte femenina puede sentarse o tumbarse sobre ella y que el chico lleve los ritmos estando de pie. Tanto con las piernas abiertas como en forma de pinza, se trata de una penetración profunda en la que la boca puede acceder fácilmente a las tetas y disfrutar (y hacer disfrutar) con los pezones mientras sigue la fiesta.
Quien dice mesa, por cierto, dice encimera de la cocina, que a nadie se le olvide. Lo mismo ocurre con la cisterna del baño o todo apoyo que propicie un buen polvo, especialmente si estamos fuera de casa y se reducen las opciones de saciar el calentón como está mandado. Esperamos que no haya dudas de que empotrar abre un interesante abanico sexual.
Empotrar por detrás
Lo de follar mola tanto también por las posibilidades que ofrece. No hace falta doctorarse en Kamasutra, aunque nunca está de más, para atar cabos eróticamente apasionantes. Por detrás se abre también una ventana sexual para los homosexuales masculinos, ya que el sexo anal irrumpe con fuerza en materia de empotrar. El sexo lésbico, lógicamente, tampoco queda excluido si dispone de los complementos necesarios.
En caso de te toque recibir, seas mujer u hombre, fíjate en las paredes más cercanas e imagina apoyar en ellas las palmas de tus manos mientras tú, macho alfa, penetras mientras tienes en cuenta cosas no tan baladíes como los ángulos y las alturas. Una opción algo más cómoda para empotrar por detrás es que los receptores se «ofrezcan» inclinándose 90 grados para fomentar, con los cuatro pies en el suelo, un coito intenso.
¡No nos olvidemos de las bocas o las manos! La masturbación, algún azote travieso, estimular los pezones y las tetas, agarrar de la cintura o el pelo para reforzar el ritmo o morder en puntos estratégicos eleva la temperatura y abre el camino hacia un orgasmo vertical. Siempre si hay consentimiento, el sexo ofrece una barra libre de opciones que os toca elegir a vosotros.
Ya que estamos, sigamos dando ideas para rematar el acto de empotrar. Una vez se va acercando la hora de la eyaculación masculina, que puede ser tanto en vagina como en ano, siempre debemos contemplar la opción de parar la penetración y terminar con sexo oral tal y comenzaba este texto: de rodillas y mirando hacia arriba. Para lo de dónde acabar os remitimos a la última frase del párrafo anterior.
En cuanto a ellas, esto no tiene sentido si nos olvidamos del orgasmo femenino. Las 8.000 terminaciones nerviosas del clítoris exigen unos buenos dedos pulgares, índices o corazones explorando los fabulosos genitales femeninos, adentrándose en la vagina y acompañados por la joya de la corona, la lengua, en busca del éxtasis definitivo.
Tanto con la mujer en pie y el hombre de rodillas como con ella tumbada en la mesa o apoyada en la encimera -por decir el primer ejemplo que se nos ocurre- las circunstancias van a ayudar a una explosión de placer. Y si os habéis cansado ambos de empotrar, quizá sea buena idea terminar en la cama con la cabeza entre sus piernas y que pase lo que tenga que pasar tras el trabajo bien hecho de incrustar como está mandado.