La clasificación de los tipos de drogas es una cuestión que va mucho más allá del tan popular como impreciso «drogas blandas y drogas duras». Las asociaciones de ayuda a los drogodependientes prefieren catalogarlas como drogas estimulantes, depresoras o alucinógenas en función de sus efectos sobre el sistema nervioso central, aunque esta clasificación podría realizarse según su origen o legalidad. ¿Y qué pasa con el cannabis?
En primer lugar, hay que distinguir entre el cannabis, que es la planta completa; la marihuana -o yerba-, que refiere al consumo de las flores desecadas; el hachís o el costo, que implica el consumo de la resina de la planta; y el polen o polvo, polen de la flor de la planta. Las concentraciones de Tetrahidrocannabinol (THC), toxina que altera el funcionamiento del sistema nervioso central, varían en función del lugar de la planta de donde se extraiga la muestra que se va a consumir, tal y como explica el programa Épsylon, parte de la asociación de ayuda Aclad.
El cannabis se encuentra en una situación de “alegalidad”, ya que bajo ciertas condiciones su consumo es legal pero en la mayor parte de los contextos se encuentra perseguido. Más allá de la cuestión de su legalización, esta planta se encuentra entre el abanico de sustancias que se introducen en el ámbito sexual en busca de experimentar distintas sensaciones que, al menos para sus consumidores, no se encuentran en el sexo convencional.
La marihuana se suele entender como droga depresora, aunque los expertos no han llegado a un consenso en cuanto a su clasificación, ya que presenta efectos depresores y también alucinógenos. Esto suele depender de la variedad de la planta, «pero no sería del todo correcto encasillarla solamente como droga depresora«, tal y como explica Marta Regueira, educadora social especializada en drogodependencias.
Los efectos de esta sustancia son que reprimen e impiden el correcto funcionamiento de las estructuras presinápticas neuronales, lo cual reduce la cantidad de neurotransmisor que libera el impulso nervioso. Asimismo, disminuye la función de los receptores postsinápticos. En definitiva, su consumo repercute en el sistema nervioso central, el encargado de que todos nuestros órganos corporales funcionen con normalidad.
Por tanto, la entrada del cannabis en el organismo trae consigo estos efectos y una alteración en la percepción de la realidad, pues llega difuminada y desvirtuada. La toxina causante es el THC, que conquista rápidamente el cerebro y produce el efecto conocido como «colocar», mientras que el resto de componentes de la marihuana suelen ser peligrosos adulterantes como alquitrán o goma, nocivos para el ser humano.
El cannabis como desinhibidor sexual
La marihuana, por citar solo uno de los incontables sinónimos de esta sustancia, es un complemento popular en las relaciones sexuales. Dado su carácter depresor del sistema nervioso central, genera una doble abstracción, ya no solo en forma de inferiores percepciones sensoriales, sino del entorno que rodea a ese encuentro sexual, y ese es uno de los principales peligros de la droga en el sexo.
Silvia (nombre ficticio) consume esta sustancia también como acompañamiento de su vida sexual: «mi experiencia es que el sexo cambia bajo los efectos del cannabis. Depende también del colocón y de los tipos del cannabis, tu mente no está igual, puede ser más físico o mental, casi todo son mezclas y es difícil que sea puro y genere sensaciones completas».
El pensamiento de Silvia se confirma al observar las drogas de origen natural, que proceden directamente de plantas sin tratamiento en laboratorio, como la marihuana de cultivo propio, no suelen estar al alcance del consumidor. Un aspecto clave en las consideradas sustancias naturales es que no por serlo son inocuas para el organismo o más saludables, más aún al tener en cuenta las adulteraciones a las que se somete también al cannabis.
Ricardo (nombre ficticio), por su parte, desmitifica la combinación de sexo y marihuana, y alerta sobre los efectos indeseados sobre la percepción del placer: «es más liturgia que sensación, quizá genere una situación de buen rollo y ayude a experimentar, pero la parte mala es que puedes llegar a perder sensibilidad».
«Me excito más cuando estoy colocada, cuando me fumo un porro me aumenta el libido. A la hora de mantener las relaciones sexuales se me intensifica más la sensación y el orgasmo, para mí me sirve como ayuda. Relajas más los músculos y te hace estar menos cohibida«, valora Silvia. El factor de la desinhibición es, según las asociaciones de apoyo sanitario, lo que puede llevar a asumir riesgos en las prácticas sexuales.
La experiencia de esta joven, no obstante, también refleja la abstracción que esta droga genera en el consumidor: «puede ser peligroso porque si estás muy colocado te puedes pasar. Una vez yo estaba agustísimo follando encima de mi pareja pero me quedé dormida y me caí de la cama, los dos habíamos fumado. Nos reímos, pero hay que tener cuidado porque te puedes quedar apagao«.
El consumidor de cannabis se encuentra en una dimensión adyacente a la real y se cree ajeno a los problemas mundanos. «El cannabis relaja nuestras barreras y se produce una desinhibición que puede parecer muy divertida. Algo que por sí mismo no es gracioso, cobra gracia: la presencia de un lápiz en un escritorio no es graciosa, sin embargo, con el THC en nuestro cerebro, puede ser la mejor broma jamás escuchada», ejemplifica Regueira.
El filtro de qué hacer con qué personas se debilita hasta el punto de que la confianza o la euforia de creer que todo va bien lleva a olvidar o desdeñar los métodos de protección contra infecciones de transmisión sexual o embarazos no deseados. Además, entra en escena el consentimiento, ya que la incapacidad para la comunicación plena y el aletargamiento de los sentidos puede generar que se asuman prácticas sexuales no aprobadas a causa de malentendidos o incluso se realicen abusos.
Efectos del cannabis en la capacidad sexual
En cuanto al rendimiento sexual que provoca esta droga depresora, sus consumidores buscan la mencionada abstracción y encontrar así un sexo que no alcanzarían sin esta sustancia. Aunque distintas culturas y tradiciones la han definido como afrodisíaca, lo cierto es que en lugar de potenciar la capacidad sexual de la persona lo que supone es la reducción de la capacidad sensorial, dos cuestiones que no son sinónimos, menos aún en las funciones corporales.
Esta droga reduce el rendimiento, ya que obstaculiza alcanzar el orgasmo y altera la forma en la que se percibe este subidón, tanto para bien como para mal. La variedad de la planta, la forma de consumirla y su cantidad, así como las condiciones físicas y psicológicas de cada persona dificultan establecer patrones en sus consecuencias sexuales.
El consumo de cannabis, tanto fumado como ingerido en pasteles u otras formas, afecta negativamente a la capacidad sexual. En el caso masculino, además de reducir los niveles de testosterona, eleva las posibilidades de disfunción eréctil y merma la calidad de los espermatozoides.
La marihuana hace que el semen pierda capacidad fértil tanto si lo toma el varón como si el consumo es femenino, ya que esta sustancia también llega a la vagina y al útero. Por tanto, cuando el semen entra en contacto con estas áreas se produce una acción espermicida por parte del tetrahidrocannabinol.
El pene cuenta, por su parte, con unas cavidades especialmente sensibles al THC, que se acumula sobre ellas y dificulta el proceso por el que la sangre las inunda y conduce a la erección. A su vez, la relajación que el cannabis provoca en el organismo también reduce la capacidad eyaculatoria del individuo, así como de la cantidad de esperma eyaculado.
Respecto a su acción sobre las mujeres, el THC también repercute en una cuestión tan importante para el disfrute femenino como la lubricación natural de la vagina. El cannabis deshidrata y reseca las mucosas del cuerpo, con lo que supone para quienes deseen practicar sexo oral e incluso anal. Esta sequedad conduce a un menor disfrute del encuentro sexual, por mucho que recurrir a los lubricantes artificiales pueda ser un buen complemento cuando la humedad vaginal no es la deseable.
La combinación de una menor capacidad sensorial, la sequedad íntima y la tendencia a rehusar métodos preventivos derivada de los efectos del cannabis puede llevar a una penetración muy dolorosa. Quizá en el momento no se perciba tan intensamente, pero al día siguiente pueden aparecer dolores e incluso desgarros vaginales propios de una penetración irresponsable.
El cannabis también se cataloga como droga social, en un grupo en el que convive con el alcohol y el tabaco, ya que su consumo es más frecuente que otras sustancias ilegales y está mejor valorado y aceptado por el entorno personal. En el caso de otras drogas estimulantes, depresoras o alucinógenas existe una mayor crítica social hacia su consumo, algo que no ocurre con la marihuana, cuyo colocón te puede hacer mucha gracia, pero no tanta a tu capacidad sexual.
Muy necesario investigar más sobre el tema. Por lo que nos cuenta una compañera psiquiatra, en pacientes con ciertas enfermedades mentales: depresión, paranoias, bipolaridad, etc. El consumo de THC multiplica los síntomas.