Ha pasado una semana desde que él me deleitara con su voz. Me dijo que nos veríamos, pero no he sido capaz de volver a asomarme a la ventana. Es raro, porque no hay noche que no use ese recuerdo para masturbarme. Fue… diferente. Su voz tiene algo que engancha.

«Su voz tiene algo que engancha»/Foto: weheartit.com

 

También hace una semana que no lo oigo cantar. Una semana sin escuchar su voz. Esto me inquieta ¿Por qué no lo hace? ¿No le gustó lo de aquella noche? ¿No le gusté yo? Juraría que sí…

Son las ocho y media de la mañana. Solía escucharlo cantar canciones infantiles a su hijo pequeño (creo que es su hijo) antes de irse al cole. Vive con sus padres y el niño. Hay días que está y días que no, supongo que será una custodia compartida. A lo tonto llevo una semana haciendo hipótesis alrededor de una voz.

Ya no aguanto más, me voy a asomar a la ventana. Tenemos algo pendiente, y lo quiero ya.

Me asomo lentamente. Él está ahí, asomado, fumando un cigarro. Mira hacia arriba y me ve. Sonríe.

«Él está ahí, asomado, fumando un cigarrillo»/ foto: pexels.com

 

«- Hombre gatita, pensaba que no volverías por aquí.

– ¿Por qué ya no cantas?

– Porque no te has vuelto a asomar.

– Pero es que yo quiero que me cantes en mi casa.»

Me estaba mirando fijamente. Tiene unos ojos azules, casi grises enormes que se me clavan como cuchillos.

«-Si quieres esta noche me paso por tu casa. Y me dices qué quieres que te cante.

O no. Vente a las once.»

Su cara es una mezcla de incredulidad y satifacción.

No conozco de nada a este hombre. Pero me pone como nadie me ha puesto nunca. Y todo es por su voz. Esa voz que se cuela por la ventana y se mete por debajo de mi falda todas las noches.

Pasan las horas y no soy capaz de concentrarme en el trabajo. Todo el día pensando en la noche que está por venir. En su voz susurrándome al oído mientras me folla fuerte.

Quedan diez minutos para las once. Los nervios no me dejan respirar. La casa recogida y mi mejor tanga puesto. Ya solo queda… dejarse llevar.

A las once y dos minutos suena el timbre. Abro. Es más bajito de lo que parece a través de la ventana. El pelo alborotado, delgado pero fibrado. Sus ojos, muy grandes y saltones me miran fijamente.

«-Hola

-Hola, pasa.

-¿Me vas a decir como te llamas?

-¿Hace falta?

-Si lo prefieres así…»

Sonríe. Esa sonrisa… precedida de esa voz.

Trae la guitarra en una vieja funda negra. Parece más joven de lo que debe ser. Aunque tampoco sé que edad tiene.

Lo meto en mi habitación y me pide que me tumbe. Quiere que me quite el vestido que llevo puesto. Según él para «agilizar las cosas». Me tumbo boca abajo y él, sentado al borde de la cama empieza a tocar y a cantar.

Esa voz… y él. De pronto en la habitación hace mucho calor. Deja la guitarra a un lado y sigue cantando «a capella». Empieza a pasar sus mano por todo mi cuerpo. Me quita el tanga que llevaba puesto y sin dejar de cantar empieza tocarme. Esa voz, esas manos… todo.

Su voz se mezcla con mis gemidos. Hacen un extraño pero armonioso dueto. Para un segundo y se quita la camiseta. A su vez le empiezo a quitar los pantalones. Ya no puedo esperar más. Él ya no canta.

Me agarra la cara y me empieza a besar como si nos faltase el tiempo. Noto que él ya está preparado. Le hago una señal para que se ponga boca arriba. Nos besamos, voy marcando un camino de besos y saliva que llevan a su miembro. Sus jadeos retumban en mis oídos. Me gustan más que su voz.

Paseo mi lengua por su anatomía hasta llegar al punto exacto de su placer. Me la meto entera en la boca y empiezo a succionar. Una y otra vez, a veces lento, a veces rápido, todas hasta el fondo.

«Me besa como si nos faltara el tiempo»/ foto: Pinterest.

 

Noto que se incorpora y tira de mí hacia arriba. Me tumba para ponerse encima. «¿Ya no quieres que te cante?» dice entre risas. Ahora quiero otra cosa. Entra dentro de mí, primero suave, para notarlo más. A medida que pasan los segundos aumenta la intensidad. Cada vez más, yo no quiero que pares. Y más y más fuerte. Me da la vuelta bruscamente y me pone a cuatro. Agarra mi pelo y tira de mí mientras me da fuerte. Esto me encanta. Lo escucho susurrarme, al oído. «¿Te vas a ir para mí, gatita?» escucho mientras me toca el clítoris. Su voz es el punto que necesito para irme.

Caigo rendida en la cama, yo ya estoy. «Siéntate en la cama» le digo mientras me arrodillo ante él. Chupo y al poco empuja mi cabeza hacia él y noto como se corre. Fin del concierto.

«Fin del concierto»/ foto: regaon.com

 

Mientras se viste tararea algo «Niña tienes algo, que me puedes dar…» Lo miro sin ser consciente aún de lo que acaba de pasar.

«-Gracias por el rato, gatita».

-Estrella.

-Te pega, nunca te veo con el Sol fuera. Nos veremos por aquí.

-Espero.»

Se va, y aún resuena en mi cabeza su voz cantándome a oscuras.

«-Por cierto… me llamo Jesús.»

Y se va. Al rato lo escucho cantar. Y otra vez se cuela su voz por la ventana. Como todas las noches.

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