La sexualidad y la afectividad de las personas con discapacidad intelectual siguen sin tener ese carácter de normalidad que muchos deseamos y por lo que llevamos trabajando desde hace muchos años. Tiempos aquellos en los que era temerario reivindicar algunos derechos y libertades sexuales en nuestro país. Sin embargo, parece que hemos pasado de una prohibición generalizada, a una moral en la que todo está permitido si es por placer: la hipersexualización social. Frente a esto, afirmamos que es prioritario una educación sexual profesional que ponga un poco de sosiego.
Pues bien, en el caso de este colectivo la situación es aún mucho más difícil a tenor de que esta parte de su vida, la concerniente a los afectos y los deseos, ha estado históricamente oculta, no reconocida. Excepto cuando se ha referido a las bromas, chistes y chanzas sobre las personas con discapacidad. Nuestra sociedad, siempre desigual, es cruel con los más desfavorecidos. El poder también se manifiesta en el humor, claro: los de arriba se ríen de los de abajo. Cuanto más oprimidos, más gracia hace, porque tienen menos valor. Recuerdo la película Los santos inocentes, de Mario Camus, y todavía se me ponen los pelos de punta. La sociedad ha instrumentalizado la discapacidad como un elemento de risa y divertimento. ¿Cuántos chistes se han hecho, por ejemplo, sobre las personas tartamudas?
El otro día me hicieron la mejor mamada de mi vida. El secreto fue que la chica usó muchas babas. Alguna ventaja tenía que tener el síndrome de down.
— David Suárez (@DavidSuarez_V) 18 de abril de 2019
O de los abusos sexuales sobre personas con discapacidad que motivan estas líneas. En este caso, se trata de una gruesa contradicción, por no decir hipocresía, en la medida en que se ha usado la sexualidad de estas personas solo para satisfacción de unos cuantos depravados y delincuentes. Estos vienen a decir: “negamos la sexualidad de las personas con discapacidad, pero nos aprovechamos sexualmente de ellas”. “Si no sienten”. “Si no les afecta” suelen señalar. No puede haber más cara dura. Además, suele salirle gratis porque es raro que se denuncien en sede judicial y que, en ese caso, reciban el castigo penal que les corresponde. Esto ha venido ocurriendo desde hace mucho tiempo, a pesar de que el porcentaje de abusos sexuales en este colectivo es desgarrador.
Hoy, en este artículo, propongo un debate sobre si, en una sociedad democrática, tiene que haber límites o no y en su caso cuales, a determinadas manifestaciones de humor, tipo chistes, comentarios… cuando afectan negativamente a personas o colectivos vulnerables. Soy consciente de que hablar de límites en una sociedad como la nuestra, es un jardín en el que es temerario meterse. En este caso, yo me meto.
El humor y la discapacidad intelctual
Viene esto a cuento de la extraordinaria polémica generada por un tweet, primero en Twitter y luego en Instagram que se ha extendido como la pólvora por las redes sociales y que ha generado miles de respuestas y comentarios enconados sobre el particular. El famoso post, publicado por un cómico de humor negro -así le dicen a su autor- es el que introduce esta página y que, con seguridad amable lector/a, ya te habrá provocado algún tipo de reacción emocional.
Sorprende el importante número de personas que defienden este tweet con muy diferentes argumentos. Muchas de ellas arguyen el hecho de que se trata de humor y en particular de humor negro, razón por la cual, en aras de la libertad de opinión, debe permitirse. Para una gran parte de estas posiciones, la libertad es un valor supremo que está por encima de cualquier otra consideración y, por tanto, es intolerable la censura en ningún caso. Otras basan su argumento en que las personas con discapacidad, que pretenden la integración social, son libres de tener relaciones sexuales con cualquier persona que quieran, como los demás.
En el otro lado, una buena parte de las opiniones contrarias tratan de mostrar la repulsa hacia este comentario y a su autor. Para muchas de las personas que han participado en esta controversia, este tipo de comentarios son basura: asquerosos y repugnantes. Desde diferentes sectores feministas se ha criticado con dureza este tipo de “micromachismos”, como una forma más de violencia que sufren las mujeres, agravada por ser una mujer con discapacidad intelectual.
Si consideramos, desde la ética más elemental, un valor social la igualdad y el respeto por la dignidad de todas las personas, reírse de las personas con discapacidad intelectual, haciendo referencia a un rasgo físico de manera despectiva, utilizándolas como un objeto sexual, es decir agrediéndolas sexualmente, es un hecho que, para nosotros, no se puede tolerar de ninguna de las maneras. No todo vale. Hace falta un poco de empatía y ponerse en lugar del otro/a, defendiendo la máxima de que “no quieras para los demás lo que no quieras para ti o para las personas que amas”. Sin embargo, hasta que la sociedad no legitime las necesidades y capacidades afectivas de las personas con discapacidad, ofreciéndoles los recursos formativos y de capacitación necesarios, empoderándolas, poco avanzaremos y seguiremos dejándolas vulnerables. Un reto prioritario en la próxima década.
Autor: José Luis García es Dr. en Psicología, especialista en Sexología, autor del libro” Sexo, poder, religión y política”, publicado por Amazon.