Hace 40 años comenzábamos nuestra andadura como formadores de familias y profesionales que trabajaban con personas con discapacidad intelectual. En la primavera de 1980, tuvimos la fortuna de impartir un seminario de educación sexual en el Colegio El Molino de Pamplona que atiende a personas con discapacidad intelectual. Fue una de las primeras iniciativas que, en esta materia, se hacía en Navarra, a tenor de que eran tiempos difíciles para aventurarse en la sexualidad en general y de esas personas en particular. Por aquel entonces se oía que no tenían ningún tipo de necesidad sexual y que eran ángeles asexuados. ¿Para qué abrir la puerta entonces? ¿Para que despertar algo que no existía?
Bueno, 39 años después, el día 8 de abril de este año, volvimos a impartir una jornada sobre el mismo tema, en ese mismo Colegio, en la describimos y analizamos los cambios que ha habido a lo largo de este largo periodo. A propósito de esta efeméride, parece un buen momento para compartir algunas reflexiones basadas en esta experiencia, fundamentalmente centrada en España.
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Lo primero que nos gustaría considerar es que seguimos hablando de un problema de extraordinaria complejidad, que sigue suscitando no pocos interrogantes por parte de las familias, los profesionales y también del propio colectivo de personas con discapacidad intelectual. Ahora nos referiremos al ámbito de las personas con discapacidad intelectual, ámbito en el que la diversidad florece en toda su amplitud y los criterios de intervención habrán de tener en cuenta cada hogar, cada centro y ser adaptados a cada caso específico. Cada familia y cada centro son un mundo, de ahí que resulte muy comprometido establecer criterios y reglas válidas para todos.
Falta de reconocimiento
La segunda cuestión es que la dimensión sexual y afectiva en las personas con discapacidad intelectual es un aspecto al que, hasta ahora y desde una perspectiva positiva e integradora, no se le ha prestado la suficiente atención. Si somos algo más rigurosos deberíamos decir que el tratamiento social que se ha dado a sus necesidades sexuales y afectivas ha sido, a lo largo de la historia y en términos generales de negación, cuando no de prohibición expresa. Tal circunstancia tiene ya de por si la suficiente entidad, como para que la sociedad reconozca esta necesidad, resuelva la injusticia histórica cometida, normalice la situación y ofrezca soluciones creativas y saludables.
Estamos por tanto ante una cuestión muy compleja, consecuencia directa de una extraordinaria discriminación, en la que existen numerosos factores históricos, culturales, sociales, educacionales fuertemente implicados. Sin embargo, es preciso señalar que el reconocimiento de la persona con discapacidad intelectual, como sujeto de derechos iguales al resto de la ciudadanía, es más bien reciente.
Esta situación de doble discriminación atávica, ya impone inevitablemente un carácter particular al problema que nos ocupa. Lamentablemente en los últimos ocho o 10 años, al albur de la profunda crisis económica y social, consideramos que los retrocesos acontecidos en este terreno han sido de gran calado. Tenemos la impresión de que, en algunas cuestiones, no solo no hemos avanzado, sino que hemos retrocedido.
El entorno socio-cultural
Una tercera reflexión nos llevaría a tener en cuenta al menos, dos cuestiones. La primera es no olvidar de dónde venimos y cuáles son nuestros antecedentes sociales y culturales. Nuestra cultura, con una clara influencia religiosa, ha “entendido” el sexo desde una manera raquítica, limitada y hasta gazmoña: vinculado a la reproducción, dentro del matrimonio heterosexual adulto, debidamente regulado por la instancia religiosa, enfatizando lo genital y con un predominio del modelo masculino, toda vez que en un contexto de miedo y culpa.
Desde este enfoque se ha considerado a las personas con discapacidad como individuos en estado de permanente infantilismo, incapaces para casi todo, como por ejemplo vivir en pareja, casarse o tener hijos… luego la conclusión es obvia: si no pueden reproducirse, no tienen sexualidad. Una especie de ángeles asexuados. Eso sí, son muy afectuosos, se dice inmediatamente después. Este tipo de creencias erróneas todavía siguen asociadas a este colectivo.
La segunda cuestión es el contexto en el que nos estamos moviendo, porque en el momento presente y a pesar de los cambios sociales acontecidos en nuestra sociedad, el modelo social dominante de la sexualidad que nos ofrecen ciertos medios de comunicación (destinada al placer, al bienestar, a la diversión, incluso como gimnasia…) parece que es un privilegio de unos cuantos sectores sociales, particularmente los jóvenes y guapos/as. El mundo de la moda, los cosméticos, las empresas de cirugía estética, la publicidad…etc. y, sobre todo, los cambios provocados por Internet y las redes sociales en la comunicación y en las relaciones interpersonales, no hacen sino reforzar ese modelo.
Hemos hablado chicos y chicas con discapacidad lleve y moderada, que son conscientes de este hecho y que, con relativa frecuencia, no se sienten atractivos. ¿Quién va a querer salir conmigo?, se plantean con notoria amargura, observando a su alrededor unas expectativas inalcanzables para ellos/as, mucho más cuando su figura corporal convive a veces, con rasgos de obesidad, escasa actividad deportiva, alimentación sin control… La noción de “atractivo” y “deseable” parece no estar vinculado a estas personas que, por otra parte, y teniendo en cuenta el impacto y la influencia de los modelos familiares, tampoco suelen cultivar su imagen externa y la correspondiente autoestima corporal (estética, ropa de moda, peluquería…).
En las series de televisión, o en los innumerables programas rosas de este medio, por ejemplo, da la impresión de que todo el mundo liga con chicos hermosos y chicas bellas y estupendas. Aparentemente tener un novio/a o pareja es muy fácil, incluso varios. Sin embargo, nada más lejos de la realidad cotidiana de la inmensa mayoría de estas personas, ya que ese hecho les está vedado. Y, con demasiada frecuencia, cuando hay algún atisbo de relación, suele ser motivo de broma, y si la relación va un poco más en serio los padres comienzan a asustarse. Incluso a veces se les separa cruelmente para que la relación no vaya a más.
El visionado de vídeos pornográficos, fuente importante de información sexual de nuestros jóvenes en la sociedad actual, plantea además otros problemas de amplio calado. Y no olvidemos que, por ejemplo, los chicos y chicas con discapacidad intelectual integrados en centros educativos, conviven y se relacionan con chicos/as de su edad y comparten sus inquietudes, intereses y conductas.
Nos consta que un número importarte de chicos -algo menos de chicas- con discapacidad intelectual son consumidores de pornografía, con efectos mucho más graves que en los chicos sin discapacidad intelectual. Incluso se han planteado debates en nuestra sociedad relativos a prostitución para personas con discapacidad intelectual, pornografía -tanto como consumidores como participantes en las películas-, sexo a través de Internet… Estas cuestiones por la trascendencia que tienen deberían ser motivo de urgente atención.
José Luis García es Dr. en Psicología, especialista en Sexología, y autor del libro “Sexo, poder, religión y política” en Navarra, editado por Amazon.