La sociedad de la inmediatez, la era de la digitalización, del espectáculo, de la imagen; una comunidad que difícilmente se mostrará vulnerable. ¿Quién desea complicaciones cuando puede tener lo mejor de dos mundos, sexo casual y sin compromiso? Los follamigos son las personas disponibles para tener sexo; nada de citas románticas, o salidas entre amigos. Una relación completamente sexual. Se puede llegar a forjar una amistad con el tiempo, lo que se convierte en una especie de amigos con derechos, pero sin implicar sentimientos o lazos más allá de la informalidad.
Es verdad que cuando se tiene mucho tiempo soltero es una opción ideal para salir de la época de sequía, pero qué pasa si nacen sentimientos al extenderse los encuentros: probablemente, alguno saldrá lastimado. Es por eso que muchos prefieren tener nuevos follamigos para no caer en el compromiso y para no salir lastimados. ¿Cuándo dejamos de buscar una conexión con la persona elegida como compañero de vida y optamos por aquellos que nos brindan inmediatez de sentimientos?
Dicen que el enamoramiento, el amor pasional, el proceso bioquímico, tiene una duración de unos seis a ocho meses, aunque puede durar más. El proceso es así: nuestro cerebro segrega serotonina, dopamina y oxitocina; prácticamente una inyección de sensaciones satisfactorias ilimitadas, energía e ilusiones. Enaltecemos las características de la pareja; su forma de hablar, su olor, su pensar, etc. Todo es maravilloso e intenso.
Más adelante, los niveles segregados de dichas hormonas se habitúan y descienden y, a partir de este momento, veremos a la persona que tenemos enfrente por ella misma, no al ser idealizado y perfecto que creíamos, sino a alguien con defectos y virtudes. Como nuestro cuerpo está acostumbrado a esa explosión química de felicidad y ya no la sentimos así, llegan las crisis al preguntarnos por qué ya no se siente lo mismo.
Hace falta dejar pasar un tiempo para recuperar la estabilidad y dar el salto hacia un compromiso formal, donde podremos construir momentos, anécdotas, vínculos, etc., o desvincularse de la persona y optar por rumbos separados.
La relación de pareja es una construcción cultural donde se establece un vínculo entre un yo y otro yo, organizados en una relación de intercambio: de significado, de valores, de sexo, de cuerpo, placer y necesidades. En este intercambio, se forja una amistad y una complicidad. El amor de pareja implica un desafío, un reto a la egolatría del ser humano impuesta por una sociedad que promueve la individualidad.
Amor, sexo y follamigos
Este amor nos lleva a construir y deconstruir nuestros valores, percepciones del mundo, nuestra idea de lo que es un colectivo. Se puede amar con intensidad, respeto y lealtad, pero se tiene que estar dispuesto a trabajar por ello.
Entonces, ¿por qué la mayoría de los jóvenes ya no buscan eso? Quizá es miedo al compromiso, al abandono o a la pérdida. Pueden ser frustraciones y heridas de relaciones pasadas que siguen abiertas pues no se han hablado y liberado correctamente. Es cierto que cuando una relación deja de funcionar y se vuelve un obstáculo para la vida diaria, se debe soltar, por nuestro bienestar y el del otro. Sin embargo, muchas personas rehuyen momentos desagradables o dificultades por ese miedo irracional y deciden basar sus vidas en el instante, en lo que brinde el momento y, cuando esa sensación de bienestar cesa, irse en busca de algo más.
Actualmente, es fácil conocer gente a través de apps de citas: quedas con alguien una noche para tener sexo, mañana con otro y así sucesivamente. Follamigos. Un sinfín de aventuras diarias, pero sin una conexión real. Y no es que a través de esas apps no se pueda conocer a una persona para formar un vinculo con el tiempo, pero no siempre se le da esa utilidad.
No tiene nada de malo querer conocer gente nueva y probar las sensaciones que nos ofrecen por una noche o, quizá, por algunas otras; siempre y cuando se tenga una buena comunicación y respeto al otro. Es decisión de cada uno saber el rumbo que dará a su vida. Se puede conocer a alguien y tener un compromiso durante dos o tres años, seguir adelante y conocer a otra y así sucesivamente. Pero, es real o una falacia: nuevas reglas de convivencia que se convirtieron en un marco de referencia en nuestras redes neuronales.
Es claro que tenemos que evolucionar como sociedad, no estamos en la época en la que permanecías con una persona porque así se exigía, cayendo en la rutina y en el hartazgo e, incluso, en la violencia o la infidelidad. Ya no es así, pero como seres humanos tenemos la necesidad de crear conexiones y lazos. Somos seres sociales por naturaleza, no podemos aislarnos o soñar con un mundo libre de complicaciones, un ideal utópico.
Las relaciones de cualquier tipo son complicadas porque cada persona es distinta, pero para que funcionemos como sociedad debemos ser empáticos, tolerantes y estar dispuestos a compartir nuestros sentimientos, aún con el riesgo de salir lastimados. La vida es así y si no nos arriesgamos, no viviremos.
Por lo tanto, ¿vivimos ante una crisis de compromiso o es sólo una etapa más? Sea lo que sea que estamos viviendo, es necesario preguntarse hacia dónde vamos como colectividad. Lo más importante es ser sinceros y respetar los sentimientos y decisiones del otro, sin pasar por encima de nadie o dejar que hagan lo mismo con nosotros.
Me recuerda al poema de Ítaca: el camino es largo, repleto de aventuras y experiencias, de obstáculos, de retos. Debemos pedir que sea duradero, que podamos experimentar con los aromas, los sitios, los aprendizajes, los sabores. Cuando lleguemos a Ítaca, o a nuestro destino, viejos y cansados, con algunas desilusiones vividas, no debemos culpar al sitio, porque nos llevó a emprender el viaje; sin él, no habríamos salido y no nos habríamos enriquecido. Gracias a la vida, a nuestros pasos, a la gente con la que conectamos, podemos experimentar y gozar.