«¿Un juego?» Le respondió Ariadna, mientras se secaba las lágrimas con las sábanas de su cama. Ángel siempre aparecía las noches que ella más rota estaba. Caía del cielo con la mano extendida para llevarla a las profundidades de su cama.

Pero ella apenas se dejaba. Esquivaba las balas, siempre encontraba quien la salvara. Esta vez estaba sola, Ángel lo sabía. El dolor de Ariadna se lo notaba en la voz, pero sobre todo en la mirada. Era la niña feliz de los ojos eternamente tristes. Si los sabías mirar bien podías ver en ellos la espalda del que los hacía llorar.

Esta historia no va de una niña rota y un buitre en busca de carroña. Ángel había probado a Ariadna, sabía hasta donde podía llegar, lo que quería hacer… Y que cuando todo le iba mal, el sexo le iba muy bien.

«¿Lo quieres olvidar? Juguemos a un juego.» Ariadna arrugó la nariz… ¿Un juego? «Pero tienes que estar totalmente a mi merced, esa es la primera regla.» «No voy a ser tu sumisa» «Esto no es BDSM, no soy tu amo ni tu dueño, solo te pondré pruebas que tendrás que pasar, al igual que tú a mi. Si pierdes, elijo castigo, si pierdo yo lo eliges tú. Fácil.»

Estaba tan desesperada, tan perdida, tan harta… Que cualquier cosa que le ofrecieran que pudiera quitarle un poco el dolor aceptaría. Y así lo hizo.

Ángel en su casa no se lo podía creer. Por fin la tenía. No por un rato, no por una noche, no para una simple aventura. Este juego iba a ser divertido. Y si se lo montaba bien no tendría final.

Ariadna se quiso despedir para dormir y olvidar, pero Ángel propuso empezar el juego en ese mismo instante.

«Quiero que te pongas delante de un espejo sin bragas y me llames» Ariadna obedeció.

«¿Qué ves?» «Mi vagina» «Tócala» Obedeció. Se tocaba mientras veía su reflejo en el espejo. Acariciaba lento y suave como Ángel le iba indicando. La voz de él era firme, la de ella se iba quebrando a medida que la excitación aumentaba.

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«Métete un dedo y no dejes de mirarte» Ariadna se masturbaba bajo las órdenes de Ángel «Córrete… pero mírate mientras lo haces.» Ella sentía vergüenza de verse así, pero a la vez le gustaba esta nueva visión. El orgasmo llegó y por primera vez vio como reaccionaba su coño ante el clímax. Estaba enrojecido, notaba las paredes vaginales contraerse en su dedo, salía mucho flujo y su clítoris era hermosamente grande. Arte femenino del que se había privado hasta este momento. Ángel la había dotado con este don.

Al otro lado del teléfono, después de la sesión de gemidos solo se escuchó una frase «Chúpate los dedos… ahora te toca a ti ponerme a prueba.» «¿Estás duro?» Preguntó Ariadna, a sabiendas de la respuesta «Pues… no te toques hasta que no me veas mañana.» Ángel obedeció. De esto iba el juego.

Colgaron. Él le preparaba las pruebas del día siguiente… no iban a ser fáciles para ella. Ariadna estaba calmada y con falsa paz mental. Se sentía cómoda en su nuevo papel pero echaba de menos a otro jugador. Realmente… no sabía lo que había hecho al aceptar la invitación a este juego.

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