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Por cambios de última hora hoy viajamos en el mismo tren. Ha sido una inesperada y deliciosa coincidencia. Mi cabeza lleva horas imaginándose cómo sería un viaje de más de 2 horas compartiendo vagón contigo, ¿y si para colmo tuviésemos asientos contiguos? No sabía si sería capaz de aguantar la tensión en ese caso.

He llegado pronto (para variar), así que ya estoy acomodada en mi asiento. Miro por la ventana para verte aparecer, pero pasan los minutos y no llegas. Empiezo a ponerme nerviosa. Estos trenes son muy puntuales y no esperan por nadie. Por fin, cuando solo faltan un par de minutos para el cierre de puertas, te veo pasar acelerado y mi corazón coge carrerilla casi al ritmo de tu paso.

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Caminando hacia tu vagón

Intento tranquilizarme pero es una tarea perdida cuando recibo tu primer mensaje. Me preguntas cómo voy vestida y en qué coche estoy. Respondo nerviosa. Estoy en el último coche, el 12, y tú 9 coches más alante. Me ordenas que deje mis cosas, que solamente coja el móvil y avance hasta tu coche. Debo dirigirme directamente al baño que está al inicio de tu vagón, una vez dentro recibiré más instrucciones. 

Echo a andar por el tren, y según atravieso uno a uno todos los vagones mis nervios van en aumento. Coche 9. Eso hace que acelere el paso, lo cual no resulta ser buena idea a la hora de mantener el equilibrio sin tambalearme. Coche 6.

¿Qué pensará la gente al verme atravesar cada vagón?

Y más ahora que en plena pandemia no hay servicio de cafetería y cuanto menos te muevas de tu asiento mejor… Coche 3, tu coche. 

Es casi imposible distinguir a los viajeros. Solo veo medias cabezas, y de espaldas, así que decido seguir andando firme por el vagón, cuando, justo entonces, te reconozco un segundo antes de pasar a tu lado. Mi cabeza me impulsa a echar a correr, pero justo delante de mí va andando otro pasajero con toda la calma del mundo, lo que hace que deba ralentizar el paso… Llegados a ese punto solo quiero llegar al baño, encerrarme allí y coger aire.

No termino de cerrar la puerta cuando me escribes: Aquí dos te han mirado el culo al pasar… si supieran encima lo zorra que eres….

Una sonrisa se dibuja en mi cara. Empieza el juego, y llegan las instrucciones. 

Me ordenas que me baje los pantalones y las braguitas hasta las rodillas y te mande una foto. Comienzas a darme todas las indicaciones y los detalles de lo que tienes pensado para mí ese día, no sin antes ordenarme que no pare de tocarme mientras las leo.

Me siento encima del wc con los vaqueros por las rodillas, y subo las piernas hasta apoyar mis pies en la puerta y en la pared del minúsculo baño. Cualquiera que me vea…. Menos mal que el tren acaba casi de arrancar y aún está limpio.

Empiezo a acariciarme mientras leo cada palabra que escribes

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Masturbarme, una y otra vez, contra la puerta del baño

Cuesta concentrarse, tanto en mi entrepierna como en lo que leo. Releo cada frase varias veces, porque leerte me excita como pocas cosas: Si no te corres al menos dos veces, y no le queda claro a medio tren que no vuelves con la misma cara que fuiste, me sentiré muy triste…

Y yo no quiero eso, Amo. Así que empiezo a tocarme con más energía mientras no dejan de llegarme mensajes tuyos en los que me indicas horarios, obligaciones y deseos varios para ese día.

Noto como cada vez estoy más y más mojada, y como si mis dedos fueran los tuyos me preguntas: ya estás mojando la tapa, ¿zorra?….

Pfff, me derrito. Estoy a punto de tener mi primer orgasmo pero justo entonces terminas la primera parte de tus indicaciones y me preguntas si está todo claro, así que paro para contestarte que sí. Claro no, Amo, cristalino.

Bien… córrete entonces, que si no luego interrumpes.

Mis dedos cobran vida propia y, después de volver a leer esa frase 3 veces, rompo en un orgasmo que trago hacia dentro para evitar que me oigan desde fuera. Muchas gracias, Amo.

Continúas con las órdenes para ese día, y yo voy relamiéndome solo de imaginar las horas que tenemos por delante. Me dejas muy claro cómo vas a usarme para tu placer a tu antojo y lo obediente que confías que me mostraré. Aún sigue sorprendiéndome el poder de tus palabras sobre mí, hasta el punto en el que empiezo a notar que voy a correrme por segunda vez…. Muchísimas gracias, Amo.

Ya me he corrido las dos veces que tú deseabas, le contesto.

Tengo tiempo de recuperar el aliento cuando me ordenas que vaya a por el tercero y ¿quién soy yo para incumplir una orden tuya?

Las instrucciones no terminan, vas repasando casi cada hora de las que tenemos por delante, lo que esperas de mí, lo tuya que me vas a hacer sentir, cada detalle y deseo para poder complacerte. Sin embargo, interrumpes tus indicaciones porque quieres ver mi cara en ese momento. Así que te mando un selfie en el que sentada sobre el wc miro fijamente a la cámara con las pupilas dilatadas, mientras muerdo mi labio y mi mano se pierde entre mis piernas…

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Tras tres orgasmos

Y entonces decides “ayudarme” a llegar a mi tercer orgasmo de la mañana revelándome que, desde hace unos minutos, estás al otro lado de la puerta. Creo morir en ese instante.

Una parte de mí necesita que llames a la puerta y entres, pero otra parte saborea esa barrera física, y a la vez abstracta, de la puerta que nos separa que supone el límite que me estás marcando.

Me ordenas arrodillarme y tener ese orgasmo con la cara pegada a la puerta detrás de la cual está tú con tu polla en erección.

La misma que tendré en mi boca cuando el tren llegue a su destino

Pero antes quieres ver esa imagen. Te mando otro selfie arrodillada en pleno baño del Ave, ¡Dios! Que zorra me siento.

Bien, a por el tercero. No te preocupes si se oye, seré solo yo quien se dé cuenta.

Empiezo a tocarme con fuerza, y por qué negarlo, con un poco de rabia. Saber que estás a escasos centímetros y no poder tocarte, no poder pegar mi cara a tu paquete….

Casi araño la puerta del baño, mi excitación va en aumento y dejo escapar algunos gemidos ahogados. Mis dedos dan pequeños golpes a la puerta al ritmo de las pequeñas oleadas de placer que van llegando. Quiero que me oigas, que me sientas, que sepas que soy tan tuya que me tienes de rodillas en un sitio asqueroso porque así lo deseas y que no querría estar en ningún otro lugar ahora mismo.

Entonces mis piernas se tensan al máximo y tengo mi tercer orgasmo entre gemidos y jadeos bastante menos disimulados que los anteriores. Con los dedos empapados y aún temblando escribo: muchísimas gracias, Amo.

Llega una última orden. No debo arreglarme. Abriré la puerta tal cual estoy y volveré a mi vagón.

Quiero que todo el pasaje te vea en la cara lo que eres de verdad…

Lamo mis dedos, me visto y me miro al espejo. No sé lo que pensarán otros pasajeros de mi cara pero al ver mi pelo despeinado, mis mejillas encendidas, mis labios coloreados y mis ojos brillantes solo puedo ver a la zorra orgullosa de ser tuya.

Entonces cojo aire y abro la puerta del baño. Ahí estás tú. Apoyado cerca de la puerta con el móvil en la mano. Como si tal cosa. Me miras fijamente, pero yo no me atrevo a mirarte a los ojos sin agachar la mirada.

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A tus órdenes siempre, Amo

Cuando me giro para abrir la puerta que da al vagón, siento tu mano apretando mi cuello desde atrás y me quedo paralizada. Me mueves a un lado, pegándome contra la pared y sin dejar de apretar mi cuello me preguntas si he entendido bien todas las indicaciones. Te respondo que sí con un hilo de voz.

  • ¿Me vas a hacer sentir orgulloso de ti, zorra?
  • Sí, Amo.
  • Eso espero. Vuelve a tu sitio.

Y ahora sí, echo a andar por el vagón, pletórica, excitada y con una sonrisa de felicidad en mi cara. Lástima que no pueda lucirla por culpa de la mascarilla.

Naia.

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