La controversia, interesada y un poco artificial, entre la ficción versus realidad de las imágenes audiovisuales adquiere en los contenidos de las que yo denomino películas sexuales pornoviolentas su máxima expresión. No hay conferencia que imparta, ni grupo de trabajo que realice, por supuesto a diario en las RRSS, sin que haya alguien que me arroje, a veces de malos modos, este argumentario para mostrar “las bondades” de la pornografía y la ausencia de efectos negativos para la salud porque, dicen, es ficción, acompañado a menudo de una descalificación de nuestra perspectiva. ¡Qué es ficción, tío! me espetan, como queriendo convencerme de que es mentira y por tanto inocuo. Y suelen apostillar: Yo he visto muchas películas de Superman y no me tiro desde los tejados.
Soy un convencido del poder de persuasión de la imagen, de su influencia en las actitudes y en las conductas y de su efecto en las emociones, particularmente en una sociedad donde la imagen es omnipresente. Aprendemos, en mayor o menor medida, a través de las iconografías que se nos ofrecen en las diferentes pantallas que están en nuestras vidas las 24 horas del día. Por consiguiente, las imágenes tratan de persuadir y provocar emociones. Transmiten valores que tienen que ver con los diferentes grados de igualdad, justicia, relaciones, salud y en general de muchas actitudes y comportamientos humanos.
Ficción sin realidad
De lo dicho se podría desprender que no hay imagen neutra: detrás de estas representaciones hay intenciones precisas. Un costoso anuncio de 20 segundos no puede desperdiciar ni un ápice en la utilización taxativa de la imagen y el sonido para persuadir al espectador, objetivo prioritario de un amplio equipo de profesionales que los diseñan y pulen minuciosamente hasta en sus más mínimos detalles.
Nunca hemos visto anunciando un perfume costoso a personas mayores en chándal. Muy al contrario, este producto es sugerido (o impuesto según se mire) por personas jóvenes, atractivas, con cuerpos sexys, seductores y provocativos, cuya intención es asociar el objeto a vender, a ese erotismo que lo envuelve como un papel de celofán, utilizándolo sin miramientos. Particularmente mujeres, cuerpos de mujeres socialmente considerados perfectos y, a menudo, asociados al éxito (coches y casas de lujo, joyas…). Pero ¿Cuántas mujeres hay así? ¿Se trata de generar frustración al no alcanzar ese listón o pensar que si adquieres ese producto a lo mejor eres una persona más exitosa?
No me cabe ninguna duda de que las representaciones sexuales filmadas son diferentes a cualesquiera otras. Tienen un impacto mayor. De una parte, gozan de ese poder de influencia de la imagen, pero también por sus particularidades: van directamente a las zonas cerebrales encargadas de gestionar esos estímulos eróticos – que vienen haciéndolo desde los orígenes de los seres humanos ya que están implicados en la continuidad de la especie- en donde el sentido del olfato ha sucumbido a la evolución en favor del de la vista.
El placer sexual es un premio de primer orden, uno de los primeros, sino el primero y el más atávico sin duda. La adicción sexual también es la más antigua. Además, es la evidencia de que la vida merece la pena ser vivida y que tiene sentido. Este placer está implicado en nuestro bienestar, contribuyendo a dar sentido a nuestra existencia. El placer nos hace sentir bien y nos conecta con aspectos esenciales del ser humano, como el amor, que de igual modo conecta con ese sentimiento de bienestar vital. O el altruismo. O la ternura. Son sentimientos que nos protegen de conductas destructivas y violentas, favoreciendo la supervivencia de la especie.
Pero vayamos al meollo de la cuestión sobre la ficción o realidad del porno. En el vídeo sexual, el/la espectador/a ve a dos personas reales, haciendo prácticas reales -porque el azote deja la marca o la felación dura provoca arcadas- que se excitan y disfrutan enormemente con lo que hacen y que, a su vez, esas imágenes provocan una poderosa excitación y placer en quien lo visiona. Real como la vida misma. No insistimos porque ya vimos el carácter de refuerzo natural del placer sexual.
Un adolescente nos describía magistralmente esto que trato de decir: “Sí, ya sé que no es cierto, pero yo siento que sí lo es”. La pornografía va directamente a provocar emociones a través de la estimulación de las zonas más primarias de nuestro cerebro. Y lo consigue, no hay duda de que lo consigue: excita sobremanera y produce placer a través de la masturbación y del sopor bienhechor subsiguiente a la misma. Y por eso, entre otras razones, tiene tanto éxito. Lo tiene muy fácil porque, por otra parte, es un mecanismo que a pesar de los millones años de evolución, sigue indemne: el deseo sexual vinculado a la conservación de la especie humana, está anclado en lo más profundo de nuestro cerebro que reacciona de inmediato ante él.
Continuaremos en el siguiente artículo.
* José Luis García, es doctor en Psicología, especialista en Sexología y autor de numerosas publicaciones entre ellas del programa educativo TUS HIJOS VEN PORNO. (https://joseluisgarcia.net/)