Hay dos formas de explicar esa tristeza postcoital que se queda a veces después del sexo. Una es ponerse pomposo y decir «Post coitum omne animal triste est, sive gallus et mulier». La otra es responsabilizar a la disforia postcoital y no sentirse un bicho raro, porque ese bajón de energías a continuación del clímax se lleva estudiando más de 2.000 años porque le puede pasar a cualquiera.
El latinajo antes citado significa que después del coito todos los animales se ponen tristes salvo los gallos y las mujeres. Las culturas clásicas se han caracterizado por su estructura patriarcal, así que vale más no darle mucho bombo y centrarse en la autoría de la frase. De hecho, hasta el 20% de los hombres y el 10% de las mujeres pueden sufrir esta tristeza postcoital, según un estudio publicado en 2004 en la revista académica International Journal of Sex Health.
Aunque la sentencia se la atribuyen a Aristóteles, filósofo griego elemental para el pensamiento romano, al ser una frase en latín queda descartada su autoría. Uno de los pensadores que siguieron el pensamiento aristotélico es el médico romano Galeno, que en el siglo II antes de Cristo acuñó la cita porque también sentía tristeza después del coito.
Las investigaciones más modernas, pues incluso el padre del psicoanálisis Sigmund Freud se preocupó por este fenómeno, lo bautizaron como disforia postcoital. De nuevo hay un error, pues el término alude al coito como única forma de mantener sexo y se olvida que en formato individual también hay mucha sexualidad y tristeza cuando se produce este trastorno.
La psicóloga y sexóloga Iris Martínez señala que es especialmente habitual en las culturas occidentales y apunta a dos hipótesis: «Muchas veces aparece por tabúes y sentimiento de culpa por algo que se ha hecho durante la relación sexual, pero también se cree que la amígdala deja de funcionar por unos instantes en el coito. La amígdala regula la ansiedad, entre otras cuestiones, y se puede descontrolar para bien o para mal».
¿Y qué tiene que ver la amígdala en la tristeza postcoital? «Si regula de más, por así decirlo, hace que veas el coito como algo increíble y maravilloso y cuando vuelves a la realidad te das cuenta que los problemas no han ido a ninguna parte», explica Martínez. Esta teoría neuroquímica, que depende de las hormonas que se liberan en estos momentos sexuales, establece que ese bloqueo que provoca la amígdala desaparece después del sexo y el éxtasis alcanzado pasa a una fase valle que puede generar esta depresión en el amante.
Física y mente en la tristeza postcoital
Las dos claves que apunta Iris Martínez tienen un fundamento teórico. El psiquiatra estadounidense Richard Friedmann en 2009, después de encontrarse en su consulta varios casos de disforia postcoital, estudió estas situaciones de melancolía sexual y las conectó con la acción de la amígdala. Efectivamente, el sexo inhibía a la amígdala y se eliminaban pensamientos negativos que reaparecen cuando termina el encuentro sexual. Ahí llega la desazón de que los problemas no se han esfumado tras el orgasmo, según el especialista.
El punto de vista sociocultural de que nos rayemos después de follar lo suscriben voces como la de Debby Hernebick, que cree que la tristeza postcoital se debe más bien a cómo cada persona entiende el sexo. Como decía la sexóloga consultada, las represiones o las creencias sexuales pueden conducir a sentirse mal después de consumar.
La próxima vez que quien lea estas frases se ponga triste tras una buena ración de sexo, que se acuerde de Aristóteles, Galeno y compañía. Ahora bien, seguro que es más efectivo girarse otra vez y lanzar un par de mordiscos que darle vueltas a esa melancolía que puede invadir después del orgasmo.