En un artículo anterior analizábamos algunos aspectos históricos relativos a la educación sexual de las personas con discapacidad, de sus padres y madres y de sus profesionales. Considerábamos que históricamente no se han reconocidos sus necesidades afectivo-sexuales y no se le ha respetado su derecho a recibir una adecuada educación sexual. No ha cambiado gran cosa en el momento presente.
Por tanto, hay grupos sociales que no forman parte de ese selecto club de privilegiados que disfrutan de su sexualidad, que gozan de sus efectos gratificadores. A los que, muy a menudo, se le niega no solo los espacios de intimidad personal, sino también y, sobre todo, la posibilidad de sentir la presencia, los abrazos, caricias y sensaciones de la persona amada/deseada, de la pasión arrebatadora de sus cuerpos deseosos o de la ternura de sus gestos y manifestaciones.
Aquí la sobreprotección y la dependencia de los progenitores o tutores legales, impone su ley. Se hace lo que yo quiero y no lo que tú necesitas. La sexualidad y la afectividad de las personas con discapacidad intelectual va a depender, básicamente, de lo que sus padres-madres quieran. Este es un punto trascendental. Sin embargo, los progenitores deben comprender que los cuidados y el amor hacia los/as hijos/as, no son incompatibles con una educación orientada a conseguir la mayor autonomía posible.
No hay duda de que amar también es educar para la autonomía. Ciertas cotas de independencia y de autonomía se consiguen, se aprenden y se desarrollan muy pronto y, tal vez, uno de los mejores regalos que pueden hacer las familias a sus hijo/as sea ese: hacerles lo más autónomos posibles, si bien hay que comprender que el proceso de lograr autonomía es lento, se compone de varias etapas, requiere apoyo permanente y que- nuevamente lo reiteramos- cada caso es particular y todas las personas no van a acceder a los mismos niveles de autonomía.
Probablemente estemos de acuerdo en que una de las finalidades más importante de su educación debe ser prepararlos para una vida lo más independiente posible, considerándoles personas en desarrollo y no niños y niñas permanentes. Desde este enfoque tenemos que transmitir la idea de la necesidad de que aprendan a tomar sus decisiones, a arriesgarse, a confiar en sí mismos y en sus posibilidades ya que afrontando los problemas se generan recursos. A su modo y manera.
Necesidades similares
Una reflexión más: teniendo en cuenta la variabilidad existente en los distintos grupos humanos y personas tendríamos que considerar que las necesidades afectivas y sexuales de estas personas no parecen ser esencialmente distintas del resto de los ciudadanos/as: sentirse queridas, tener amigos, tener deseos, emocionarse, enamorarse… Cada cual tienen sus propias necesidades y aquí la variabilidad es extraordinaria.
¿Tienen derecho a desarrollar sus capacidades, a satisfacer sus legítimas necesidades? Esta es una pregunta que sería deseable se formularan las familias y profesionales. Como contrapunto, si la misma pregunta hiciera referencia a nosotros, es decir que, si se nos preguntara eso mismo, seguramente no permitiríamos bajo ningún concepto que se pusiera en cuestión ninguno de nuestros derechos afectivos y sexuales. ¡Pues claro que tenemos derecho, faltaría más! diríamos un tanto ofendidos por poner en duda ese principio básico e incuestionable.
Pues bien, cuando planteamos esta temática en diferentes ámbitos de personas con discapacidad intelectual, nos damos cuenta que sigue provocando cierto nerviosismo y hasta malestar por lo que no ha de extrañarnos que, a menudo, este tipo de cuestiones se tiendan a esconder. Esta ocultación se ha venido haciendo desde hace mucho tiempo y sería bueno reflexionar sobre el porqué de este silencio.
Por tanto, las cuestiones que hacen referencia al mundo de la afectividad y de la sexualidad de estas personas son, sin duda, unas de las que mayor preocupación suelen generar todavía, en aquellos sectores sociales más implicados y cercanos. A pesar de los importantes cambios acontecidos en todos los órdenes en este grupo de población, sin embargo, para muchas familias y profesionales probablemente sea el “hueso más duro de roer” y, consiguientemente, de aceptar. De ahí que, con frecuencia, se trate de ignorar y de actuar como si no existiera.
Además de la incuestionable importancia del impulso sexual, de su poderosa motivación en las personas, en una sociedad donde el sexo esta omnipresente a nuestro alrededor, es un error ignorar ese hecho y creer que “eso no va con nuestros hijos/as” porque ellos/as “no tienen esas necesidades”, o que en “esto “no son como los demás”.
Temor a que les pase algo sexual
La sexualidad y la afectividad en donde aparecen más miedos y temores. El abuso sexual, el embarazo no deseado, las infecciones sexuales, el VIH-sida…etc. son potenciales circunstancias vividas como amenazas extraordinarias en muchos hogares. El miedo a que les pase algo sexual, produce un gran desasosiego a muchas familias y profesionales los lleva a controlar rigurosamente ese aspecto. Algo así como poner una especie de policía al lado de la persona con discapacidad, o dentro de su cerebro, a lo largo de toda la vida, que le evite adentrarse en ese terreno peligroso.
También necesitan normas y un autocontrol y pueden aprenderlas como el resto de las personas. Pueden ir asumiendo responsabilidades poco a poco. Dejarles ir a comprar, ir a la calle, soltándoles poco a poco. Dejarles ir juntos a chicos y chicas, que se relacionen, que hagan cosas conjuntamente. Arriesgarse un poquito.
Cuando trabajamos con familias, solemos decirles a las madres y padres que, aun comprendiendo esos temores, no estaría de más que trataran de relajar esa tensión y pensar en estos chicos y chicas, en estas personas, considerando igualmente otra perspectiva: también sufren cuando se les condena a la soledad, por temor a que les pueda pasar algo sexual. Seguramente en la medida en que los adultos controlen sus miedos, los chicos y chicas con discapacidad van a ampliar su escenario y enriquecer su experiencia, siendo las relaciones interpersonales un estímulo privilegiado para su autonomía.
Sin embargo, es preciso advertir que la trascendencia que comporta la sexualidad en nuestra sociedad actual, profundamente erotizada, tanto en el ámbito personal y familiar, obliga a estas personas a adoptar decisiones en estos aspectos de sus vidas. Y para facilitar este proceso decisorio, además de la correspondiente formación e información, se requiere un apoyo claro e inequívoco tanto de la familia como del entorno.
Por consiguiente, más que reprimir y prohibir, la clave estaría en capacitar, en enseñar conductas adecuadas en aquellos/as que pudieran beneficiarse de tal medida. En el próximo artículo plantearemos algunas soluciones a esta cuestión.
José Luis García es Dr. en Psicología, especialista en Sexología, y autor del libro “Sexo, poder, religión y política” en Navarra, editado por Amazon.