¡No me hagan elegir! Llámenme voluble o hipócrita, pero me gustan los muy maduritos y también los imparables jovenzuelos. Recuerdo un dulce y joven amante cinco años menor que yo (quizá eran más, pero con fines prácticos vamos a redondearlo hacia abajo).
No lo llamo exnovio porque la verdad –fuera máscaras– duramos como ocho semanas de las cuales nos vimos 15 veces y follamos 10, porque las otras cinco fueron videollamada y no me supieron igual. Recuerdo pocas cosas de aquellos breves y deliciosos encuentros, por ejemplo, una vez que llegó con arena en las piernas porque venía de haberse tomado unos días a solas para surfear y volvió antes porque sintió muchas ganas de besarme (¿cómo no calentarse con tan galante motivo, no?).
También guardo un recuerdo de una caja de condones que compramos en una tienda de mayoristas, porque convenía comprarlos “a granel” y aunque esta mujer de poca fe nunca pensó que nos los terminaríamos, sí pasó, hasta el último. Otra ocasión nos fuimos pronto de un pub, creo que no nos terminemos ni la primera cerveza; su lengua en mi garganta y el cachondeo al bailar nos puso en modo “vámonos de aquí ahora mismo”. A pesar de haber ido a celebrar el cumpleaños de una amiga en común nos desaparecimos cual fugitivos.
Y cómo olvidar la única noche que pasamos juntos, mi primera noche de no dormir absolutamente nada y parecer zombi al siguiente día –pero de los buenos, porque nunca he visto a un zombi con una sonrisa como aquella mía–. Ese día me di cuenta que por más cliché que parezca es cierto que los jóvenes lo aguantan todo.
¡Bueno, es que ni comimos en todo el día! Este chico podía quedarse el fin de semana entero como conejo encima de mí (o detrás o de lado). En mi defensa diré que cada edad tiene sus ventajas, los maduros son una delicia, conocen los recovecos, besan con dedicación y saben leer entre líneas; esto último es una maravilla y nos ahorra explicaciones y prácticas innecesarias.
Pero los muy jóvenes, esos están no solo para comérselos, sino para absorberles la energía y recordar que estamos muy vivos. Volverse cínico y perder la cordura; reír y cantar; danzar y coger; todo en el mismo escenario… una cama, un lavabo, el interior de un auto, entre la gente en un bar o solos en la ducha, da igual.
Eso es lo que debe significar “ponte las pilas” ¿verdad?.
¡Cógete a un chaval!