A cuatro patas, la postura del perrito, dar por detrás, poner a veinte uñas, doggystyle… cada cual llama de una manera a la posición en la que el receptor agachado da la espalda a la parte activa de este encuentro sexual para que esta lleve la iniciativa. Probablemente haya muchos más sinónimos, pues la riqueza del lenguaje para estos menesteres da mucho de sí, pero mejor será dejar ese debate para otro momento.
El caso es que esta posibilidad se presta tanto para relaciones homosexuales o heterosexuales, ya que puede ser un hombre o una mujer quien sea penetrada desde detrás por un agente activo, que puede ser masculino con su propio pene o femenino si entran arneses o dildos en juego. A pesar de que, a priori, la postura del perrito -recibirá esta denominación en este artículo para no andar mareando- no tiene demasiada complicación, se trata de una opción que siempre cumple pero que tiene mucho más que aportar tanto a ellos como a ellas si se siguen una serie de interesantes recomendaciones.
Se parte de la base ya mencionada de que hay una persona que puede estar apoyada con sus rodillas -con las piernas ligeramente separadas- y antebrazos en el suelo, la cama o cualquier superficie mientras que la parte penetrante se encuentra simplemente de rodillas y realiza la penetración mientras apoya, habitualmente, sus manos sobre las caderas del hombre o mujer que está ofrecida. Sin lugar a dudas, esta es la explicación básica del asunto, pero siempre es buena idea explorar nuevas vías.
A lo largo de la Historia esta posición ha contado con mucho protagonismo, pues tres de las más grandes civilizaciones antiguas aludían a ella en sus conceptos del sexo. El perrito se conoce en el Kama Sutra indio como «la unión de la vaca», ya que siempre se tiene en cuenta el componente animal, pues no deja de ser una imitación de la reproducción de mamíferos, reptiles u otras especies del reino animal.
Ya en culturas occidentales, el saber griego, siempre pendiente de los estatutos sociales y las convenciones de clases con sus aplicaciones sexuales, tuvo a esta posición como referencia para la dominación. En la Hélade, aquel que era dominado -receptor- lo era porque pertenecía a un escalón inferior a la parte activa, que estaba en la obligación de penetrar para mostrar su superioridad. Esto ocurría sin distinción hacia hombres o mujeres, pues estas eran consideradas de menor entidad que los varones, quienes también podrían ser sodomizados por sus superiores si la clase social así lo marcaba.
En Roma, por su parte, los latinos bautizaron al perrito como coitus more ferarum, que viene a ser un «sexo a la manera de los animales». Quizá sea por la escasa afición actual por esta lengua, pero se ha extrapolado esta posición al conocido como «griego», si bien esta se corresponde más con el anal, mientras que el sexo a cuatro patas puede ofrecer la opción vaginal además de la anal.
La postura del perrito para ellas
En materia heterosexual son las féminas las que, de forma vaginal o anal, acogen al pene en su interior y tienen ante sí una postura en la que su rol podría considerarse como pasivo, pero en el que pasar a la acción puede brindar un nuevo bucle de sensaciones y acontecimientos. Esto sucede cuando ellas no solo son penetradas, sino que se balancean o incluso marcan el ritmo del coito para facilitar una mayor profundidad y excitación para la otra parte.
Además, en función del momento, pueden incluso apoyar solamente la cabeza y disponer de las dos manos libres para añadir un extra de excitación a la postura del perrito. Pueden utilizarlas para estimularse el clítoris y propiciar así un torrente de placer, hacer lo propio con los testículos del hombre, jugar con el propio pecho o los pezones o agarrar las manos de este para mostrar la energía implícita en el acto sexual.
Cabe añadir el componente morboso de esta posición, ya que es una de las pocas en las que ella no ve el rostro del varón y entra en escena el factor de las fantasías sexuales, además de la liberación de no sentirse observada o presionada, especialmente en casos en los que aún no haya plena confianza en el compañero sexual. La dominación también debe considerarse, ya que la sensación de sentirse a expensas de las decisiones del otro, que puede decidir dar algún pellizco o tirón de pelo, es un agente importante para la excitación.
Asimismo, esta fuente de placer también debe ejecutarse con las debidas precauciones, y no solo en materia de salud sexual. Al tratarse de una penetración profunda, en caso de que el pene sea grande se puede provocar dolor a la chica, de ahí la importancia de medir la intensidad y no olvidar nunca el lubricante para facilitar la fluidez.
La postura del perrito para ellos
En cuanto a la intervención masculina, queda claro que son ellos los que tienen un papel protagonista, que ellas pueden reducir si también toman la iniciativa con las sugerencias antes expuestas. Por lo tanto, factores tan esenciales como el ritmo, la energía o la posición exacta queda en sus manos, que no solo deben dedicarse a apretar las nalgas del receptor -una idea muy buena, no obstante- sino para aprovechar otras opciones que ofrece el sexo más animal.
Dado que las manos y los brazos no son especialmente importantes para mantener el equilibrio en la postura del perrito, se abre un amplio abanico de posibilidades para hacer con ellos. Una que será muy bien acogida por la persona penetrada es la de estimular su clítoris o pene mientras se mantiene la penetración, así como aprovechar la baza de los pezones para comprobar que son un agente erótico que no se debe olvidar, pues acariciarlos o pellizcarlos echan más fuego sobre el ya excitado sistema nervioso.
De vuelta a la dominación, este es un componente que el público masculino valora muy positivamente y que la otra persona, siempre y cuando haya consenso en el cómo y el qué, tiene mucho que disfrutar. El siempre socorrido tirón de pelo, algún azote en las nalgas o algún travieso arañazo en la espalda o en los hombros si la persona de arriba se apoya en la espalda de la otra son solo algunos ejemplos, un catálogo al que se puede añadir cualquier receta en la que haya placer mediante, pues en el sexo no está todo inventado.
Con respecto a la visión, el hombre que penetra en la postura del perrito tiene ante sí una imagen completa de la espalda del varón o fémina en la que está adentrándose. Las sensuales curvas de la espalda, las nalgas, la posibilidad de apoyarse sobre los hombros o incluso explorar el cuello de la forma que a cada cual se le ocurra son solo alguno de los rincones que el mapa del cuerpo expone cuando se apuesta por esta posición.
Al igual que en el caso femenino, para evitar dolores o disgustos innecesarios como un pene roto, tanto si la penetración es vaginal como anal es esencial que, de forma natural o con productos específicos, la lubricación acompañe el movimientos. Tratar de forzar la situación puede provocar dolor en ambas partes y empañar el rendimiento que proporciona esta postura.
Por cierto, a la hora de la eyaculación -siempre con protección, por favor-, la espalda es un punto en el que ellos pueden desear acabar, por aquello de la habitual afición masculina a eyacular fuera de la vagina. A su vez, las chicas pueden ver cómo la sensación de sentirse dominadas culmina, y nunca mejor dicho, sobre su espalda. Como colofón a este repaso por la postura del perrito, simplemente recordar las últimas ocho palabras del antepenúltimo párrafo y no olvidar que el sexo más disfrutado es el consensuado y protegido.
Muy educativo