Ostentosa corona en la testa, larguísima y aterciopelada capa, no poco vello en pecho, pelo negro y un poblado bigote justo encima de una de las principales bocas de la historia de la música. Farrokh Bulsara fue el nombre que recibió cuando nació en Tanzania, Freddie Mercury fue la impronta de un chorro de voz que probablemente jamás pueda imitarse en un escenario.
Su legendaria carrera en el rock se detuvo a causa del VIH, una enfermedad que tuvo el dudoso honor de ser lo única que pudo callar al líder de Queen un infausto 24 de noviembre de 1991, cuando apenas sumaba 45 años. Tan solo un día antes el vocalista anunció que era seropositivo, una noticia que se difundió a lo largo y ancho del planeta. La intensísima vida sexual de esta estrella fue señalada como responsable de se temprana, demasiado temprana, defunción.
«Llamarlo solamente gay es muy simplista»
Estas palabras las emitió Brian May, eterno guitarrista y acompañante -también es un eminente astrofísico- de Freddie durante todos sus años juntos antes, durante y después de los conciertos. Aunque se afirma erróneamente que el cantante era homosexual, lo cierto es que su vida sexual no se caracterizó por las etiquetas, ya que estuvo acompañado de hombres y mujeres durante distintas etapas de su carrera.
Una de las principales características de Mercury giraba en torno a su carácter. Ese divo de mayúscula personalidad podía hacer lo que le diera la gana delante de miles de personas, como en la épica cita en Wembley, comerse el mundo dos veces con un vozarrón inigualable y hacer que se dispararan en Reino Unido las ventas de timbres de bicicleta, que su fiel público llevaba a sus espectáculos para hacer sonar al son de Bycicle.
Sin embargo, en entornos reducidos era tímido, poco hablador y reservado, al menos hasta que llegaba la hora de la fiesta. Las grandes celebraciones que Queen organizaba para celebrar sus conciertos o nuevos discos servían para que Freddie Mercury desfasara. Un solo ejemplo tuvo lugar en Nueva Orleans, al presentar Jazz en la noche de Halloween de 1976. Los británicos llenaron el hotel de enanos, peleas en el barro, prostitutas, enfervorizadas groupies, drag-queens y, cómo no, periodistas para dar cuenta de una de las principales juergas firmadas en el nombre del rock.
Sus amplias amistades admitieron a la malograda heredera a la corona británica, Lady Di. Según las memorias de la actriz Leo Rocos, Farrokh Bulsara disfrazó de hombre a la mismísima Diana de Gales para llevarla consigo a un conocido pub gay londinense, donde no fue reconocida y pudo tomarse sus copas tranquilamente.
En el plano anecdótico destaca su exhibicionismo en Munich, ciudad en la que pasó muchos años de su vida. Allí, tras una noche de alcohol y drogas, este genio de la música decidió cantar, tal y como vino al mundo, su archifamoso We are the champions ante un grupo de sorprendidos obreros que estaban trabajando en un edificio. Como colofón, les espetó un «el que tenga la polla más grande, que suba«. Se desconoce si alguno de los peones aceptó el reto.
La vida sentimental de Freddie Mercury
Las biografías firmadas sobre la figura de Freddie Mercury señalan una sexualidad amplia, que lo llevaba a acostarse con hombres y mujeres sin particulares distinciones. Un aspecto que desmiente que fuese completamente gay es que fueron féminas dos de las personas más importantes de la vida del artista nacido en Zanzíbar y educado en India.
Bohemian Rhapsody, una obra de arte. | Fuente: Youtube.com.[/caption]
Mary Austin ejerció como valedora del vocalista, siempre anduvo pendiente de él y, desde una posición discreta y alejada de los focos, lo amó con devoción. A pesar de que Freddie la consideró su alma gemela gracias a la labor casi maternal que Austin desempeñó durante la juventud de su amado en Londres, esta no logró su sueño de tener un hijo con él y apartarlo de sus excesos nocturnos. A ella le dedicó la balada Love of my live, en una muestra del respeto y cariño que Mercury le profesó.
Otro perfil de mujer fue Barbara Valentin, que acompañó al cantante en su época más descontrolada. Ambos se tenían mucho aprecio y actividad sexual, si bien libremente se acostaban con otros hombres o mujeres, incluso llegando a compartir conquistas. La actriz austriaca lo acompañó en una fase en la que, según los indicios, Freddie Mercury contrajo el VIH.
Batalla perdida contra el VIH
La comparecencia pública del 23 de noviembre de 1991 llegó entre cuatro y seis años después de convertirse en portador. Las versiones difieren en cuanto a la fecha exacta en la que el alma de Queen supo la fatal noticia, pero lo innegable es que Mercury ocultó su enfermedad durante varios años. Una de las principales razones por las que pudo haber tratado de esconder esta realidad es que profesaba la religión zoroástrica, que tiene como creador a Ahura Mazda. Esta doctrina castiga la homosexualidad, de ahí que por temor a avergonzar a sus padres y a su fe no quisiera admitir la verdad.
Mientras el VIH iba haciendo mella en sus facultades, apareció la persona que lo acompañaría en sus últimos compases de vida. El irlandés Jim Hutton protegió y mimó a Mercury, a diferencia de otros varones que se habían aprovechado de esta estrella del rock. Según los expertos médicos, de haberlo anunciado desde el principio se hubiera podido hacer una campaña internacional masiva para investigar y tratar de curar esta afección.
Además, se estima que, de haber resistido un año más, pudiera haber accedido a tratamientos capaces de postergar los efectos del VIH en su organismo. Su adiós permitió concienciar al planeta de la necesidad del sexo seguro y consciente, tanto en materia heterosexual como homosexual. En su honor, grupos del calibre de Gun’s and Roses, Metallica, sus compañeros de Queen, Elton John, Robert Plant, Elton John o Liza Minelli.
Además de abarrotar Wembley y llegar a miles de pantallas internacionales, el VIH comenzó a percibirse con una mayor percepción de peligrosidad. En el testamento de Freddie Mercury figuró que donaba a su querida Mary Austin los derechos de todas sus canciones, así como buena parte de sus bienes.
Ella fue la responsable, según se cree, de esparcir sus cenizas en el Lago Lemán suizo, que cuenta con una monumental estatua en homenaje a una de las designadas como mejores voces de la historia. Su legado musical no sirve para suplir la muerte del hombre que, perpetrado detrás de una camiseta blanca sin mangas, un mostacho de los buenos y su brutal carisma, no paró de exclamar que todos somos campeones.
Show must go on.